Se llama Alexander Gil González y es reciclador. Llegó a estas cimas a los ocho años. Su mamá no le enseñó a leer, pero sí a trabajar con sus manos. El oficio que conseguía era recoger cosas que no servían para nada, meterlas en una carreta y venderlas para que las reciclaran y el único lugar de Bogotá donde podía estar con su familia era aquí, en el barrio Cordillera.
Encima de ellos, en la parte plana, está el barrio El Paraíso, que se haría tristemente célebre en la década pasada cuando los militares realizaron ejecuciones extrajudiciales de jóvenes en lo que se conoció como los falsos positivos.
Las difíciles casas del barrio Cordillera. Foto de Leonel Cordero.
Las casas de ese barrio pobre, golpeado y sufrido parecen mansiones de ricos comparadas con la polisombra y la costra de aguas negras que se ha formado a lo largo de los años. En Cordillera no existen paredes, tejas ni cerámica. Incluso, les aconsejan que no se metan solos a algunos de estos cambuches. Aunque la mayoría de los vecinos se conocen, cada vez son más y más los que llegan sin nada encima. Sin ilusiones y con la moral destrozada, cualquier cosa puede pasar.
Así vive la gente en el Barrio Cordillera en Bogotá.
La vida de Alexander Gil era tan dura que a veces tenía que quedarse en su carreta cuando recogía su material para reciclaje en lugares apartados para él como Chapinero. Su familia lo esperaba y llegaba completamente destrozado con las manos llenas de callos y el único magro consuelo eran los cincuenta mil pesos que ganaba al día.
Entre estas calles imposibles hablamos con Alexander Gil, quien ahora es un comprador de material reciclable y a través de él, veremos la historia de su barrio, el más pobre de Bogotá.