Entre lo horrible y lo miserable
Opinión

Entre lo horrible y lo miserable

Por:
mayo 27, 2014
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En una escena memorable de la película Annie Hall, Woody Allen, interpretando a un comediante neurótico, le dice a la chica que le está gustando: “Si vamos a salir juntos, debes conocerme. Yo creo que la vida está dividida entre lo horrible y lo miserable, en esas dos categorías. Y los horribles son los enfermos incurables, los ciegos, los lisiados. No sé cómo pueden soportar la vida. Me parece asombroso. Y los miserables somos todos los demás. Así que, al pasar por la vida, deberíamos dar gracias por tener la suerte de ser miserables”.

Hoy mi ánimo está como para usar la categorización de Woody Allen.

Lo horrible: Estuve de jurado en las elecciones presidenciales del domingo 14 de mayo en Colombia, “la democracia más vieja de Latinoamérica”.

Lo miserable: Lo disfruté.

Lo horrible: Como es un puesto electoral de la clase media envejecida y conservadora, los resultados fueron tan absurdos, como en el resto del país.

Lo miserable: Son mis vecinos y vecinas. Gente como yo.

Lo horrible: No faltó información ni análisis, no fue un voto ignorante. La mayoría de votantes llegaron desafiantes a demostrar cómo se elige la guerra, la corrupción y el “todo vale” ¿y qué?

Lo miserable: Quienes creemos que no todo vale y votamos por conciencia y por dignidad fracasamos “con rotundo éxito”.

Lo horrible: En las imágenes de celebración del triunfo del candidato Zuluaga, esa misma actitud desafiante, revanchista y cínica, se veía en el rostro de cientos de jóvenes, lo que presagia que la vida política en el país tiende a degradarse.

Lo miserable: Los jóvenes que creen en opciones distintas, están tan centrados en el activismo en las redes sociales, que no están preparados para el duro pavimento, así que la decepción y depresión ante un país que los defrauda constantemente, les hace querer huir cuanto antes.

Lo horrible: Las encuestas no reflejan, sino que moldean la opinión y mucha gente salió a votar por el ganador o no salió, sintiendo que perdía el voto si no votaba por los dos punteros.

Lo miserable: La mitad de mi vida hice campaña abstencionista, repitiendo que “el que escruta elige” y que votar legitima este sistema de nulas garantías para la oposición y el voto a conciencia. Hoy sigue “ganando” la abstención y creo que perdemos todas y todos. Esto no cambia nada. Ni siquiera el voto en blanco tiene chance en nuestro actual sistema electoral. Miserablemente, hoy estoy a favor del voto obligatorio.

Lo horrible: Entre la derechización, los errores de la izquierda y el “importaculismo”, la oposición en este país está en manos de la ultraderecha.

Lo miserable: Ni una candidatura tan buena como la de Clara López y Aída Avella logró sacar a la izquierda de la marginalidad.

Lo horrible: Estamos ad portas de repetir los ocho años más fatídicos en materia de desigualdad, antidemocracia, entrega de la soberanía y corrupción de la historia del país y la gente sigue presa del “embrujo autoritario”.

Lo miserable: Muchos y muchas estamos contemplando la posibilidad de votar por una candidatura miserable, por el simple hecho de que queremos seguir siendo oposición, de que preferimos seguir criticando el imperfecto proceso de negociación de La Habana que intentando parar al “comandante integral” y su lucrativa guerra.

Afortunadamente, más allá de lo horrible y lo miserable, aún puedo ver más categorías que habitan nuestras vidas:

Lo desconcertante: Observé mucho a las mujeres, pues estuve en una mesa de votación femenina: Llegaban arregladas, atléticas unas, clásicas otras, matronas o juveniles, otras con nietas y nietos. Algunas, llevaban a sus madres en silla de ruedas o eran acompañadas por sus hijos. ¡Qué bonitas familias! Ninguna se veía mala, cruel, ninguna tenía marcado en el rostro el gesto de la guerra por la que estaba votando. Tal vez encontrando estos rasgos comunes de humanidad entre colombianas lográramos inspirarnos para otro tipo de encuentros, de pactos, de entusiasmos diferentes a los pulsos de poder de los guerreros.

Lo esperanzador: Aunque parte de nuestras vidas pasa por las urnas, la mayor porción discurre por fuera de esta pobre dinámica que en nuestro país solo admite competencia desleal, cálculos, traiciones y desilusiones. Y aunque estoy molesta con el abstencionismo, reconozco que la vida continúa a pesar de las minorías que ayer nos medimos con el voto. Así que nos corresponde seguir animando la vida, llenándola de sentido, defendiendo la alegría, reconociendo el milagro cotidiano, sembrando, cosechando, estudiando, inventándonos fórmulas contra lo horrible y lo miserable. Creo que la esperanza, como el voto, debe ser obligatoria.

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