Quiźas sus ídolos son más reales de lo que parecen. O tal vez viven el sueño más real que sus propios deseos. Sin afanes ni mentiras, sin registros y periodistas. Ellos son tan inocentes como el balón que los une y tan enérgicos como su reclamo ante la injusticia de su adversario.
Se trata de varios pequeños que todos los días se dan cita en el campo abierto perteneciente al Centro Penitenciario y Carcelario Las Mercedes de la ciudad de Montería. Ese terreno es testigo de una niñez que seguro, será recordada con tanta nostalgia por sus protagonistas del hoy, que pronto serán los de ayer.
Estos niños juegan fútbol en una cancha que fue diseñada, demarcada, calculada y habilitada por ellos mismos. Armaron sin mucha ambición y con su espíritu de ingeniero sus propias porterías. Se divierten en el polvo, en el ahogo de sol radiante y penetrante de la capital cordobesa. Se gritan, corren, discuten y se dan abrazos fuertes cada vez que anotan el gol. Sus arcos están hechos de hierro macizo, los pintaron de amarillo como la riqueza de su inocencia y felicidad.
En este juego no hay cazatalentos, ni narradores y comentaristas deportivos, pero si hay aficionados a la añoranza, al buen recuerdo y a la paz que se genera desde una convivencia sana y pacífica.
Todo es curioso por cuanto hoy miles de jóvenes se difuminan entre los celulares de alta gama o Android, tabletas con juegos divertidos que impiden, casi en su totalidad, una abierta y cotidiana relación con los demás, e incluso con personas del más cercano núcleo familiar. Pero estos niños aún respiran su tierra, su hierba, sudan y dejan caer la noche sobre su juego, sin importar que más tarde sus padres, los regañarán o castigarán con un “no me sale más” o “te acordaste de que tenías casa”.
A estos soñadores de barrio y de calle abierta su puericia será esa, la otra infancia de nosotros los que ahora la recordamos con añoranza; pero con profundo agradecimiento.
En el San José, ahí al lado de la Cárcel, hay un grupo interesante de niños que merecen respeto, merecen dignidad, no un estadio de fútbol o cancha sintética, ni mucho menos un parque que nunca ha existido, sólo necesitan ser ellos, no los póster de campaña política ni de líderes que usan su nombre y hablan de niñez y del presente del país. Pequeños que necesitan la mirada del adulto, del padre, de la otra sociedad que no es consumista y fría, sino de aquella que acarició el olvido y sólo recuerda con pesadumbre los tiempos que, por fortuna, en otros infantes se reflejan.Aquel país de Gabo, al alcance de ellos, de ti y de mí. Sólo entonces, seremos los mismos y no nuestras circunstancias.