Recurrentemente está en el medio del debate público el tema de la desigualdad social y económica. Este fenómeno, aunque no exclusivo de la contemporaneidad, sí se ha profundizado, convirtiéndose en uno de los temas que más desatan pasiones. Uno de los puntos más importantes ha sido el cuestionamiento sobre si la desigualdad en sí es un problema, ya que, como dice el profesor Axel Kaiser, al ser "todos diferentes, es decir, desiguales", es natural y sano que los factores que definen los ingresos "varíen de una persona a otra".
En este mismo sentido un comentario común de escuchar es que en el capitalismo cada quien recibe lo que pone, por ende, la diferencia del ingreso se explica por el mérito individual, y cualquier cambio que pretenda una mayor igualdad podría generar incentivos perversos e ineficiencias. Sin embargo, tal diferencia en dotes y talentos no logran explicar a cabalidad las desigualdades contemporáneas.
Como bien muestra el profesor Thomas Piketty, a partir de la Segunda Guerra Mundial, la gran concentración de la riqueza ha sido producto de las grandes herencias y del exagerado crecimiento de los salarios y comisiones de los directores y ejecutivos, en contraposición del bajo crecimiento salarial de los empleados de más bajo rango. Todos muy diferentes a la tesis de la desigualdad como producto de la diferencia natural en talentos que cada sociedad posee (ver su obra El capital del siglo XXI). Asimismo, las diferencias en los méritos individuales tampoco explican las grandes desigualdades sociales en Colombia y Latinoamérica.
Colombia es uno de los países con mayor inequidad del ingreso a nivel latinoamericano y mundial con un coeficiente Gini de 0.52 (donde 0 significa perfectamente iguales y 1 perfectamente desiguales). Pero lo más estruendoso es el coeficiente de Gini de 0.89 para la propiedad de la tierra, que, según el Banco Mundial, lo pone dentro de los 5 países con mayor desigualdad de la tenencia de la tierra en el mundo. El proceso de concentración de la tierra en Colombia se ha visto enmarcado y agudizado por el conflicto armado, donde en algunas ocasiones terratenientes pagaban a grupos al margen de la ley para que desterraran a los campesinos.
Esta desigualdad se forjó con base al homicidio y desplazamiento forzado de millones de campesinos, y no a un proceso donde los terratenientes gracias a sus dotes empresariales o talento hayan obtenido esas tierras. Esto francamente resulta injusto e ilegal. Esta desigualdad tampoco es eficiente como lo quieren hacer ver algunos economistas. Estos terrenos, en contraposición del uso productivo que le daban los campesinos, han sido empleados para motivos meramente especulativos, situación que finalmente consolidó latifundios improductivos que, aparte de ser dañinos para el ambiente, representan un gran coste de oportunidad para el crecimiento del agro colombiano.
Algunos podrían decir que esta desigualdad es propia de países con conflicto armado y subdesarrollados y que en países del primer mundo la desigualdad es producto de la diferencia natural en talentos. No obstante, si se analiza el caso de los Estados Unidos, esto no es cierto. Como bien lo expresa el profesor y Nobel de Economía Joseph Stiglitz, Estados Unidos ha dejado de ser la tierra de la igualdad de oportunidades, y, al contrario, ha dirigido todo su aparato normativo a beneficiar a unos “superricos” so pena de una disminución en la calidad de vida de los más pobres (véase su obra El precio de la desigualdad).
Solo basta mencionar la crisis financiera de 2008, que, a causa de las asimetrías de información, el sector financiero aprovechó para engañar a miles de compradores de vivienda con poca solvencia, promocionando finca raíz con unas tasas de interés seriamente expuesta a los vaivenes del mercado. Dicho engaño sirvió para que los “superejecutivos” (tanto de bancos de inversión como comerciales) se enriquecieran por la vía de jugosas comisiones, que se tradujeron en compra de jets privados y autos deportivos. Se amplió la desigualdad de una manera poco ética y con serias consecuencias para la primera economía mundial.
En resumen, en muchos casos la desigualdad sí es un problema que genera malestar con el sistema económico (a causa de las injusticias sociales), generando ineficiencias que pueden producir desde atraso en un sector hasta la depresión de la economía mundial. En aras de promover un sistema económico justo y eficiente, las políticas públicas deben ir orientadas tanto en la reducción de la pobreza como en reducir las brechas sociales y económicas, disolviéndose así el falso dilema entre desigualdad y pobreza.
*** Un agradecimiento especial a mi amigo Santiago Espinoza, quien con sus observaciones nutrió la discusión.