Entre la guerra y la paz

Entre la guerra y la paz

Por: Olafo Montalban
mayo 23, 2014
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Entre la guerra y la paz
Imagen Nota Ciudadana

Elegir entre la guerra o la paz es al parecer la disyuntiva que zanjará las elecciones en Colombia. Esa es la principal diferencia entre la facción uribista que representa Oscar Iván Zuluaga (OIZ) y la que encabeza el presidente-candidato Juan Manuel Santos (JMS). Es también una de las principales contradicciones - a parte del modelo económico, de sociedad y de Estado - entre el pueblo y la oligarquía, con un pueblo que siempre ha querido la paz y luchado por ella desde que la oligarquía le impuso la guerra.

Esta campaña electoral se desenvuelve en medio de la más cínica y venenosa guerra sucia, cuyos más recientes sucesos son los escándalos por el video que publicó la revista Semana donde se ve a OIZ sentado cómodamente conspirando no sólo contra la campaña de su adversario, sino contra los diálogos de La Habana por una solución política del conflicto armado (http://www.semana.com/nacion/articulo/el-video-del-hacker-con-oscar-ivan-zuluaga/388438-3), y las declaraciones de un español donde explica la forma como hacían ésta guerra sucia. Hoy el ala uribista amenaza con desconocer los resultados electorales si el Consejo Nacional Electoral no ofrece garantías. (http://www.elespectador.com/noticias/politica/uribismo-amenaza-desacato-articulo-493837) Es una manifestación extrema de cinismo que una facción oligárquica “descubra” en el 2014, después de haber estado en el poder con trampas, fraudes, mentiras, guerra sucia y terrorismo de Estado, que en Colombia no hay garantías para la participación electoral y puede haber fraude. Es la advertencia de que si su candidato OIZ no gana las elecciones pueden desconocer los resultados.

Es cierto que en esta campaña no se ha debatido a fondo y ampliamente sobre programas de gobierno, tampoco ha habido un debate ideológico de ideas ni sobre asuntos fundamentales para la vida de la gente más necesitada, y los que lo han intentado han sido opacados por la cascada de escándalos a que estamos sometidos diariamente.

Ahora bien, quienes encabezan las posibilidades de llegar a la presidencia (JMS- OIZ) por su ideología y origen de clase están condicionados y atados a continuar la alianza estratégica con el imperialismo a través de acuerdos que someten la soberanía nacional, de programas de ayuda militar, del modelo neoliberal que privatizó el patrimonio público, de la política extractivista de la locomotora mineroenergética de las grandes trasnacionales, de los Tratados de Libre Comercio, etc.

Ambos candidatos representan dos objetivos estratégicos de la clase dominante: uno, preservar el poder y los intereses políticos y económicos que personifican; y dos, contener el avance de la izquierda y el movimiento nacional por la paz con justicia social que irrumpe con fuerza como alternativa de poder en un futuro cercano, así hoy esté dividida, y la única que proyecta una salida real a la grave crisis en que se encuentra sumido el país gobernado durante dos siglos por una oligarquía vende patria y asesina. Movimiento social y político que luchando en las calles y campos, en los paros y acciones de resistencia, ha logrado después de largos años de sacrificio conquistar la mesa de diálogos y la aceptación táctica de en un sector de la oligarquía (santista) de que el diálogo es la ruta.
¿En qué radica la diferencia entre estas dos facciones de la oligarquía? En que el ala de JMS concibe la defensa del poder y sus intereses de clase a partir del diálogo con la insurgencia que ponga fin al conflicto armado, y por esa vía contener el avance del movimiento popular a través de una apertura democrática que la izquierda tendría que probar; mientras que la facción uribista de OIZ plantea que el conflicto armado sólo termina cuando el enemigo sea vencido en el campo de batalla por medio de una guerra contrainsurgente perpetua, que aplican por igual a la oposición política para exterminarla, tal y como lo han hecho por décadas en el caso de la Unión Patriótica y otros movimientos políticos de izquierda que surgieron en los años 80s.

Si Santos es reelecto presidente: dependiendo de la correlación de fuerzas que imponga el campo popular, continuará con los diálogos de La Habana. No hay cambio del modelo económico, ni social, ni un programa de gobierno que aborde el conjunto de problemas que afectan a la mayoría. El régimen político, el modelo económico neoliberal y de Estado y los intereses de clase se mantienen intactos.
Si Zuluaga es elegido presidente: se rompen los diálogos por la paz. Y como Santos, mantiene todo lo demás.

Las demás candidaturas (Clara López-Enrique Peñalosa-Marta Lucía Ramírez) sólo la de Clara López se puede considerar progresista y democrática y la que ha planteado un programa de gobierno alternativo al modelo neoliberal. Sin embargo, bajo el actual contexto político no cuenta con opciones reales de conseguir la presidencia, y, en cambio, se presta para proyectar la imagen de que en Colombia hay una verdadera apertura democrática y condiciones y garantías reales de participación de la izquierda por el poder (uno de los puntos de discusión en la mesa de diálogo de La Habana). Enrique Peñalosa y Marta Lucía Ramírez terminarán en las toldas de alguno de sus dos ascendientes de clase, para ayudar a mantener la hegemonía oligárquica, probablemente le apostarán en una segunda vuelta al uribismo de la seguridad democrática.

No se puede pasar por alto que aún no existe el proceso organizativo, ni la articulación y unidad necesaria de la izquierda para disputar el poder político a una clase que se ha aferrado históricamente a él por todos los medios legales e ilegales: fraude electoral, maquinarias partidistas, compra de votos (mermelada santista-repartición de puestos uribista), coacción y terrorismo de Estado (paramilitarismo practicado abiertamente en unas regiones, sutilmente en otras), y que ejerce además un claro dominio e influencia ideológica sobre vastos sectores ciudadanos. La debilidad del sujeto popular y de la izquierda para ganar la presidencia y asumir el poder es un hecho innegable. Si bien es cierto se ha venido recuperando de décadas de represión, asesinatos, exterminio, censura, división y contradicciones internas, aún no se constituye en una correlación de fuerzas lo suficientemente poderosa para ganar la presidencia y asumir el poder. No obstante, votar a Clara López y su fórmula vicepresidencial Aida Avella es la primera opción que tiene la izquierda en Colombia, será un voto consciente y de principio, más que nada.
El argumento de que JMS era el ministro de Defensa durante el gobierno de la mano dura y la seguridad democrática de Alvaro Uribe y por tanto responsable de los más de 3.000 falsos positivos; responsable del bombardeo en el año 2008 al campamento del comandante de las FARC Raúl Reyes en Ecuador, violando la soberanía del vecino país; que amenazó con bombardear la república Bolivariana de Venezuela; defensor intransigente de los TLCs y el modelo neoliberal que tienen en la ruina el campo; eso y mucho más es cierto y verificable. Sin embargo, ello no desconoce el hecho de que toda estrategia política, sus actores y las condiciones en medio de las que ésta se despliega, es dinámica y dialéctica, y por lo tanto cambiante. Nada más contrario a la política, la realidad y la historia que sostener que la política es estática y siempre la misma. Eso fue lo que llevó a Gustavo Petro y los Progresistas afirmar un acuerdo programático con el partido liberal por la defensa de los diálogos, de lo público, y del derecho a salud y educación.

Por supuesto, JMS es un verdadero contradictor de la clase trabajadora y de las aspiraciones de cambio por las que ha luchado el pueblo colombiano, de eso no cabe la menor duda. Pero como gran oligarca también plantea hoy un viraje táctico, obligado por la realidad de la movilización popular y la resistencia armada, de retomar el camino del diálogo como búsqueda de un acuerdo político que ponga fin al conflicto armado, a pesar de los hechos que lo vinculan a la guerra como ministro de Defensa. De hecho, fue quien dio la orden de asesinar desarmado, acorralado y a mansalva a Alfonso Cano, comandante en jefe del secretariado de la FARC, y a pesar de ese grave crimen de Estado, siguen defendiendo el diálogo como la ruta. ¿Se les puede acusar de santistas por la decisión que tomaron de continuar los diálogos con el asesino de su máximo comandante?

La diferencia principal con el ala uribista, es una de las razones de peso que pueden llevar a que JMS sea reelegido presidente. Reconocer este hecho no hace reeleccionista ni santista a nadie, si lo que está en juego es la posibilidad de elegir entre la continuación de la guerra o la posibilidad de ponerle fin por medio de los diálogos. Ningún colombiano, excepto la pandilla que lo sigue y los incautos que aún creen su cuento, va a ver un uribista firmando un verdadero acuerdo político que ponga fin al conflicto armado de más de 50 años que desangra al país.

La segunda vuelta, como están las cosas y de no presentarse una sorpresa que cambie el tablero político, estará entre JMS y OIZ. Si Clara López pasa a la segunda no hay duda que será la alternativa de los demócratas, progresistas, la izquierda y el movimiento social. Pero de no ser este el escenario y donde lo que está en juego son los diálogos de La Habana con tres puntos de los seis ya acordados (Acceso y uso de la tierra, participación política, solución al problema de las drogas ilícitas) no queda otra alternativa que proponer un acuerdo programático con el santismo de 5 puntos mínimos para inclinar la balanza a favor del mandato por (uno) la continuación de los diálogos de paz; (dos) la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente como mecanismo de refrendación del acuerdo final; (tres) la defensa de lo público; (cuatro) la participación de representantes de sectores sociales y populares en la mesa de diálogos de La Habana; y (cinco) la solución al pliego de la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular.

Olafo Montalban
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