La palabra “gente” se usa en forma corriente y de modo inespecífico para referirse a cualquier conglomerado social, humano, con alguna característica distinguible: gente rica, gente pobre, gente paisa, gente de pueblo, etc. La característica principal de esta palabra es que puede ser usada para muchas denominaciones y para ninguna. Para discriminar y para alabar.
Para ocultar agravios o expresar cualidades: buena gente, gente piadosa. Sirve para ocultarnos debajo de una expresión anodina cuando hablamos sin sentido de alguien. Y para ofender: ¡gente bruta! Y, así, la palabra va tomando un sentido indefinido que, al final, significa mucho o no dice nada.
Por eso, puede hablarse de “la gente” como una masa informe y vacua, ignara, de menor calidad. Tiene un sentido, “un sabor” despectivo inocultable, un “olor” despreciativo y un “color” discriminatorio cuando se lanza desde posiciones y actitudes supuestamente de superioridad social. Se suelen referir a “esa gente desechable”, “esos pobres”, “esas fufurufas”, “esa gente vándala”, “esos vagos atenidos”, “esos ateos y comunistas”.
Esta cualidad de la palabra gente, de ser tan amplia en su sentido y en su significado la hace una de aquellas palabras con muchas connotaciones, que sea tan ambigua, tan inespecífica, que se utilice para referirse con desprecio a otro u otros en forma solapada.
Cuando se usa se suele referir a un grupo indistinguible, a una masa, a una muchedumbre que ha perdido su identidad para convertirse en gente.
Tiene otra connotación la palabra gente, y es la de ser una pluralidad de alguien o el conjunto de quienes dependen del que manda. Y aquí viene ese sentido íntimo de la palabra: tiene un rasgo de superioridad en su esencia.
El que se refiere a “la gente” es, o cree ser, el que manda, el que ejerce autoridad, el más sabio, el dueño de la moral del otro, el superior.
Porque esta ubérrima palabra ha dado mucho de qué hablar en los últimos meses en Colombia. Se ha hablado de la “gente bien”, dando lora virtual con las armas en la mano defendiendo el status. Dando de qué hablar contra el aborto. Esgrimiendo la palabra como una daga en el cuello contra los “atenidos”, los “desechables'', los de “la primera línea”, los mamertos chavistas, etc.
Y, para no abundar en estupideces, dieron de qué hablar con la famosa carta contra la admisión al Colegio Alemán de Medellín de dos niñas, hijas del Alcalde de la ciudad... esgrimiendo argumentos como la defensa de valores que profesan y evitando contaminarse con esa “gente”.
Los dueños de la moral y las buenas costumbres, la “gente de bien”, los herederos de la cultura mafiosa que les dio la riqueza que ostentan junto con sus altos valores cristianos, se han puesto en ridículo frente a una sociedad que ya no le tiene miedo a esos ostentosos, chicaneros, malcriados y abusivos del poder y han quedado relegados en la evolución y en el curso de la historia, porque ya ese lenguaje los hace anticuados, anacrónicos, cuando ahora se habla de amor, solidaridad y empatía y los orgullos y vanidades han quedado atrás.
Y con esta palabra, se ha montado toda una maquinaria de propaganda política para darle continuidad al sentido profundo que ella tiene, de estar ubicados en un curubito desde donde se les da el panorama para creerse los que mandan, la “gente” dominante, la que está por encima de todo lo constituido y legislado, del poder económico, del poder moral y espiritual “de la gente” y, sin ambages ni vergüenza, ser el “presidente de la gente”.