El COVID-19 cambió la vida de la humanidad. Nunca en la historia, ni viviendo las dos guerras mundiales, el mundo fue confinado. Los expertos (esa frase rimbombante) sugieren que estar resguardados en casa es la mejor fórmula para garantizar en alto grado, la supervivencia de un significativo número de personas. No creo que sea menor cosa que en el mundo se registre 195, 707 muertos, y que Colombia vaya aportando 233. Estoy seguro que, más de uno pensará que 233 muertos no son nada considerando que el promedio de ciudadanos en el país es de 48 millones y más. A esos que estén pensado así, hay que recordarles que si no estuviéramos en aislamiento obligatorio, desde hace un mes, estuviéramos triplicando la cifra de 233, y quizás estuviéramos en la escala de España e Italia.
Sin embargo, la discusión del COVID-19 ya no es la enfermedad en sí misma (sabemos que la vacuna es la única salida para volver lo más pronto a la normalidad, lo cual se podría llevar 12 meses), sino todos los efectos colaterales que esta ha traído. La normalidad a la que estábamos acostumbrados no está presente. Y que ahora la regla general no sea estar en libre movilidad sino confinados ha representado dificultades económicas a nivel macro y micro. Frente al embrollo parecería que sólo deberíamos responder a una única pregunta ¿Evitamos enfermarnos o enfermar a otros con la posibilidad alta de morir, o nos encerramos por 12 meses con la consecuencia de que muchas familias pasen hambre y, en efecto, también varios mueran?
Quiero ser sensato, no creo que estemos en una situación donde tengamos que escoger a o b solamente, es decir, enfermar y morir o pasar hambre y tratar de no morir. Considero que existen salidas viables para mover la economía guardando cautela. Pero para ello, necesitamos a toda la comunidad colombiana consciente de ello. Cuando digo todos los colombianos no lo digo en el simplismo que los políticos han convertido la palabra patriotas, sino lo digo en el sentido común de la ganas de vivir que todo ser humano tiene. Lo llamaría supervivencia solidaria.
En ese sentido, que el gobierno haya decidido que la construcción abra desde el 27 de abril del 2020, no lo considero descabellado e inhumano. Creo que no es mala idea, siempre y cuando el gobierno realice una seria vigilancia y las empresas en verdad verdad vayan a tener cuidado de desarrollar protocolos serios. Y a ello, se conexa el transporte, pues los trabajadores también deben tener el compromiso de cuidado al transportarse a sus turnos de trabajo. Es decir, no acepto que me digan que los trabajadores por ser de estratos bajos no pueden ser capaces de guardar el mínimo de cuidado frente al COVID-19. Obvio, las empresas no podrían exigir la puntualidad en los términos de la normalidad, es decir, tienen que manejar rangos cronológicos manejables y flexibles.
Ahora bien, hay territorios en Colombia que no tienen presencia del COVID-19, lo cual les permitiría abrirse con mayor seguridad al comercio. Con esto me refiero a pueblos, municipios y ciudades que no presentan gravedad o alto nivel de contagios y muertes. Con esto no quiero decir que se levanten el pico y cédula, no. Me refiero que en estas comunidades pueden comenzar a abrir negocios esenciales atendiendo las recomendaciones del Ministerio de Salud, ya muy conocidas.
En otras palabras, lo que planteo, como ya lo han dicho varios en el país, no se le puede imponer las mismas restricciones a Bogotá que a Barranquilla, ni estas mismas en Luruaco o Piojó. Los entes territoriales deben adaptarlas a la realidad social de la presencia de la enfermedad. Pero, sin bajar la prevención, es decir, debe exigirse constantemente tapa bocas y el pico y cédula.
Por otro lado, los colegios, universidades y todo aquel trabajo que se puede seguir haciendo desde casa deben seguir así, por lo menos hasta la finalización del primer semestre. Todos los centros de enseñanza deben seguir desde la distancia, pues es muy complicado manejar control en adolescentes y niños en estos escenarios. Y las demás empresas que pueden seguir funcionando, en razón de su actividad desde el confinamiento deben seguir así; por ejemplo, ventas de celular y ropa, pues estos son propensos al multicontacto.
En fin, no podemos permitir que personas de mueran de COVID-19 pero tampoco de hambre, ni siquiera que subsista la desnutrición. En ese sentido, creo que Colombia puedo ir abriendo paulatinamente. No voy a negar que por lo único que temo es por falta de compromiso de la gente, es decir, la irresponsabilidad de ciudadano individual; pues muchos se quejan de la corrupción y esos mismos actúan como corruptos por ejemplo, cuando no tienen necesidad de salir y lo hacen por simple vanidad o rebeldía. Hay que ser muy sensatos, el Estado no es un dios que lo puede solucionar todo, aunque la Constitución lo diga, y tan es así que en él hay corrupción, por ello, no siempre podemos esperar lo mejor de él, pero sí podemos hacer lo mejor desde nosotros mismos para ir llevando a este país a un futuro inmediato esperanzador.