Entre la barbarie y la inocencia

Entre la barbarie y la inocencia

La historia de Caín vs Abel, se repite

Por: Eduardo Menco González.
agosto 01, 2014
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Entre la barbarie y la inocencia
Imagen Nota Ciudadana

Hace un par de días mi esposa sorprendida me contaba sobre el terrible asesinato de un médico en la ciudad de Sincelejo; al parecer fue secuestrado, luego descuartizado y finalmente arrojado en un lote. Obviamente nuestra impresión fue de perplejidad y consternación. A pesar que nuestro país, y el mundo en general, ha vivido masacres, todo tipo de violencia y atrocidades que no nos alcanzaríamos a imaginar nunca, aún no termina uno de entender por qué suceden este tipo de situaciones entre nosotros; por qué nos seguimos matando unos a otros; por qué y desde cuándo la vida humana adquirió tan poco valor; por qué es tan sencillo silenciar esperanzas y sueños; y, sobre todo, por qué precisamente son los más débiles quienes terminan asumiendo las consecuencias de una guerra fratricida que pareciera nunca acabar.

Cuánto conflicto, dolor, sufrimiento; cuánta desesperación, humillación, zozobra, mentira; cuánto engaño, desconsuelo; cuánta pérdida, amenaza, idolatría y vanagloria; cuánto rencor, desasosiego, exterminio, egoísmo y miedo; cuánta desesperanza, desilusión, deshonestidad y cuánta sangre derramada.

Una manera de contar la historia, nuestra historia, es a partir de la guerra. Hoy cuando asistimos tal vez a una tercera guerra mundial fraccionada, nos cuesta decir que somos un mundo en paz, un continente pacífico y un país sin conflictos. No es pesimismo barato o desesperanza crónica, es que el mundo está en unas pésimas condiciones y cada vez más la esperanza se torna esquiva ante la complejidad misma de la realidad que se vive. Los aparentes estados de paz, de tranquilidad, armonía, reconciliación, perdón, serenidad y convivencia no son más que eso: APARENTES ESTADOS; en el fondo vivimos con miedo y temerosos de que algo nos suceda. El que viaja en avión teme ser víctima de un ataque terrorista; el ciudadano teme que su voto se pierda cada vez que ejerce su derecho a la democracia; el transeúnte teme que lo roben; el que está en el campo que lo desplacen; el importante que lo intercepten o lo secuestren; el que no tiene teme tener por miedo a los amigos de lo ajeno; el campesino teme hacer parte de un conflicto absurdo; el niño teme ser abusado; la mujer teme ser maltratada y violada; el extranjero teme ser rechazado; el soldado teme ser emboscado; el que tiene poder teme perderlo por eso busca perpetuarse en él a como de lugar; el pobre teme ser más empobrecido; todo el mundo teme, todos tienen miedo; quizás unos más que otros pero finalmente todos experimentamos sensaciones que poco tienen que ver con el placer de sentirnos seguros allí donde nos encontramos.

Como expresión de ese miedo “nos hemos vuelto violentos”. Hemos perdido (si es que en algún momento la tuvimos) la confianza en la justicia y en quienes la administran, por eso asumimos que nosotros mismos somos los responsables de impartirla en la medida en que se nos vean vulnerados nuestros derechos y ante la lentitud en la respuesta de quienes tienen la tarea de hacerlos valer. Cuántas protestas y marchas “anti todo” por el mundo, y cuántas organizaciones trabajando por el respeto a la humanidad. Nos desagrada ver que todo pasa, y absolutamente nada sucede. Sentimos rabia ante la magnitud de tanta aberración, y ante las variadas formas de silenciamiento promovidas y patrocinadas por quienes aún siguen pensando ignorantemente que el mundo, el país o la ciudad les pertenece. Nos preguntamos cuándo nos convertimos en “lobos para nosotros mismos” parafraseando a Hobbes; cuándo olvidamos el sendero que nos debía conducir a la paradisíaca “tierra prometida”. Demasiada impotencia, y demasiado rencor. No somos capaces de resolver pacíficamente nuestras diferencias, y para reconocer las diversas dignidades se crean y promueven estrategias que finalmente no son más que formas efímeras de los gobiernos de turno para mostrar su gestión y demostrar momentánea e ideológicamente que el pueblo se contenta con cualquier cosa. Se intenta dialogar, se crean grupos expertos para tal fin, se organizan comisiones de alto nivel, el mundo de las relaciones diplomáticas se mueve con un solo interés, los aviones presidenciales y sus comisiones realizan ingentes esfuerzos por buscar lo que todo el mundo quiere y no se consigue. El discurso a nivel mundial, continental, nacional, regional y local es el mismo: basta ya de tanta barbarie.

Pero también, de repente, es la oportunidad de comprender que desde los supuestos inicios de la humanidad, ésta estaba destinada a la permanente fuerza de contrarios y a la dinámica de dualidades representada en el libro del génesis en la historia de Caín y Abel. Cualquiera que lee desprevenidamente el texto asume que el mundo desde sus orígenes estuvo marcado por una alta cuota de violencia, opresión, envidia, rivalidad, orgullo, poder y muerte. No en vano algunos se lanzan a la aventura de afirmar que dichas fuerzas son inherentes a la misma condición humana, incluso con ello tratan de justificar el origen del mal en dios como su causa permisiva.

La pregunta por el origen del mal ha tenido variadísimas respuestas, muchas de ellas lo atribuyen a un gesto de desobediencia a la divinidad; gesto que posteriormente se generalizó en todo el universo de relaciones entre la creación y el creador, y las criaturas entre sí. El texto del asesinato de Abel por manos de Caín, demuestra no solo la forma cómo dos culturas quisieron contarle al mundo acerca de su percepción del mal, sino advertirle asimismo a las generaciones posteriores que ante la realidad de la maldad en todas sus diversas expresiones siempre un tercero buscará la manera de favorecer al más débil.

Tal vez el gran error de la humanidad misma ha sido no ser capaz de convivir con el inevitable mal y querer desterrarlo como el gran enemigo de la historia; obviamente no trato por ningún motivo de justificar la maldad; trato más bien de comprender cómo el ícono Caín – Abel representan las dos caras de una misma moneda, por eso el mismo texto afirma que eran hermanos, es decir de la misma sangre. Según el relato, “declarar la guerra al mal” no es la decisión más adecuada, en ese sentido Dios no asesina a Caín sino que lo destierra enviando un mensaje contundente: la maldad solo es propia del mal, el bien por su parte obra de otra manera, no se iguala. El dios de los judíos hubiese podido asesinar al asesino (Caín), no obstante sabe y conoce que también ese hombre malo puede llegar a convertirse en Abel, pero será una decisión que sólo él podrá tomar.

¿Se acabará el mal de la faz de la tierra? ¿Llegará la violencia a su fin? ¿Algún día podremos vivir sin barbarie, en paz, sin conflicto y sin temor alguno? ¿Podremos estar seguros que los medios de comunicación dejarán de trasmitir noticias negativas de nuestro mundo, continente, país, ciudad o pueblo? Dar una respuesta monosílaba me parece riesgoso; pero de lo que si estamos seguros es que el mal y el bien han coexistido al menos desde los inicios de la humanidad según varias tradiciones ancestrales. ¿”Error divino”? ¿Falla evolutiva? ¿Todo el crédito para Darwin?

Personalmente no sé qué generación tendrá que responder a esas preguntas; lo que si creo que podemos decir por ahora y en coherencia a todo lo anterior, es que el mundo cada día se complejiza más, el miedo, el riesgo y la inseguridad son mayores, pero depende de cada uno qué papel desea asumir: Caín y su barbarie, o Abel y su inocencia.

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