Un llamado a los arquitectos y los constructores. Para iniciar, entendamos por constructores, para fines de este artículo, a las personas que sin título de arquitectos son responsables inmediatos de toda obra circunscrita en el ejercicio de la arquitectura, desde el maestro de obra que se encarga de la remodelación de un baño hasta el empresario con ínfulas de arquitecto y urbanista que decide, sin ningún reparo, hacer ciudad.
De “el constructor” hay muchas clases, sin embargo es preciso fijarnos detenidamente en una, el constructor con poder. Son quienes han condenado a las ciudades latinoamericanas al crecimiento desbordado, a la sobrepoblación, a la densificación, a la estratificación, a la pobreza, a la inseguridad y a todos los males consecuentes de la falta de planificación. No cometamos el error de pensar que nuestro constructor con poder solo lo encontramos detrás de grandes intervenciones, este profesional adulterado también se encuentra en la construcción de edificios de poca monta.
Indiscutiblemente la arquitectura está sujeta a la construcción; no obstante, seamos honestos y no por ello irrespetuosos, la construcción no es necesariamente arquitectura, en el panorama actual se aleja abismalmente de esta profesión. El arquitecto se encarga no solo de un problema espacial, entiende que no solo diseña y construye para él, lo hace para todos. El arquitecto no puede tomar decisiones de "buenas a primeras", su obra responde a la rigurosidad de su estudio y los resultados dan cuenta de ello. Aún más importante es la vocación y la pasión por la arquitectura. La vehemencia de la profesión que da lugar a cualidades necesarias para el ordenamiento del espacio, menciona Le Corbusier refiriéndose al diseño urbano: “…si el ordenamiento que los agrupa expresa un ritmo claro, y no una aglomeración incoherente, si las relaciones de los volúmenes y el espacio tienen proporciones justas, el ojo transmite al cerebro sensaciones coordinadas, y el espíritu obtiene de ellas satisfacciones de un orden elevado: esto es arquitectura”. No es una conclusión fortuita de Le Corbusier, es el fruto de un juicioso estudio y análisis de las ciudades y más importante aún, los usuarios que habitan en ellas. Quizá sea anacrónico referenciar la postura de ciudad moderna de Le Corbusier para cuestionar la ciudad contemporánea latinoamericana, pero ¿qué ha propuesto la industria de la construcción para subsanar la malograda ciudad contemporánea? Es una batalla entre una estrecha franja racional contra la robusta industria constructora.
La facultad debe propiciar inquietud sobre nuestro panorama actual y desarrollar en los estudiantes una mirada más profunda y crítica. Aun así, parece que la facultad educara a constructores con conocimientos de arquitectura que llegarán a continuar el legado de la construcción indiscriminada, de la construcción sin arquitectura.
