Entre el sexo y el tabú

Entre el sexo y el tabú

Por: Alejandra Martínez
abril 07, 2014
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En una callecita del Centro Histórico de la cuidad, está un lugar que encuentra el equilibrio entre el erotismo y el placer, un tabú que explora los deseos prohibidos del sexo y las fantasías más apetecidas de nuestros cuerpos, un espacio que deja los estereotipos en la puerta y da la autonomía de explorar sin límites la sexualidad, les hablo de Moulin Rouge, un sex-shop que lucha entre el tabú y la libertad sexual.

Una tarde Juan Esteban Montoya me invita a entrar a su tienda, él es el administrador de Moulin Rouge, al cual luego de pensarlo un par de minutos accedo a ingresar. Al principio me siento un poco intimidada por la lencería que está expuesta a mi alrededor, disfraces que traen a la realidad las fantasías, las alfombras rojas que cubren el piso, las imágenes de bailarinas de Moulin Rouge que descienden por unos pequeños tubos de pole dance, una luz cálida y tenue y una música de ambiente con rasgos del rap y R&B, todo se mezcla en una sinfonía que te acoge como suya, que te hace sentir cómodo y por unos minutos olvidar tus escrúpulos. Juan Esteban es un paisa joven, que siempre te recibe con una sonrisa que te hace sentir como si te conociera de toda la vida, sin rodeos me pregunta que estoy buscando, yo me quedo por unos segundos en shock, y el al ver mi ausencia de respuesta me invita a conocer el otro lado de la tienda, así tal vez la curiosidad me lleve a romper el hielo, me señala un pasillo cuya entrada está tapada por una tela roja que cuelga del techo, las paredes son mas telas rojas y negras, es un pasillo oscuro que solo lo iluminan unas pequeñas luces en el piso, y al final están unas piernas gigantes que se posan en el marco de la puerta con unas bragas de época, es como una entrada a un mundo de clandestinidad, un camino largo que te lleva a un espacio inimaginable. Una vez entro en la otra sala me quedo atónita ante lo que veo, es como entrar al país de las maravillas de Alicia, un mundo oculto detrás de unas cortinas que te muestra abiertamente la sexualidad, es un espacio pequeño, iluminado con una luz fría, con vitrinas de lado a lado llenas de juguetes sexuales, vibradores, masturbadores para hombres que simulan el sexo oral, fetiches, consoladores de todo tipo y tamaños, películas, y un sinfín de elementos que no sabes a donde comenzar a mirar, sujetos a una pared están unos brazos de maniquís con largos guantes negros que la cubren por completo y de ellas cuelgan kits sexuales, que van desde recién casados, hasta orgias y sadomasoquismo. Ahí me encuentro yo, entre el sexo y el tabú,   en medio de un mundo de placeres que Juan muy abiertamente me enseña, en el centro de esta sala hay un diván rojo con silueta femenina que se conjuga con el erotismo del lugar, Juan Esteban se sienta en el brazo de este y me relata una anécdota que él nunca va a olvidar: “Una vez estaba atendiendo a una pareja de novios que era la primera vez que entraban a un sex-shop, yo llevé a la pareja a la parte de atrás, donde están los juguetes, los atendí y volvimos a la parte de adelante a facturarles y en ese momento entró una mujer, una mujer morena pues, no era de acá no hablaba ni español ni ingles, ella llegó y entró con un volante de acá del almacén y me señalo la parte que decía vibradores, yo la lleve a la parte de atrás  para que viera los vibradores, se lo saqué de la vitrina y me devolví a la parte de adelante a facturarle a la pareja, cuando estoy facturando, comenzamos a escuchar los gritos de la pelada, yo no podía ni facturar me enredé todo, por que la pelada se estaba probando el vibrador allá atrás.” Luego de una risa que tal vez disimule la incomodidad, me lleva nuevamente a la parte del frente a mostrarme los productos cosméticos que están almacenados en una vitrina junto a la caja, miro hacia aquel stand y encuentro los aceites, lubricantes, entre una cantidad de sobres de cremas estimulantes, multiorgasmos, entre otros y en medio de una charla casi que educativa enseñándome todos los tipos de productos cosméticos que existen para aumentar el placer sexual, le pregunto por qué otras experiencias ha pasado, Juan se apoya en la vitrina y con una risa de picardía me cuenta cómo una vez llegó un muchacho buscando unas pastillas para hacer que a una mujer le den ganas de acostarse con él, Juan Esteban con su acento paisa le dice “ah no hermano usted lo que necesita es burundanga y yo aquí no tengo de eso”. Soltamos una risa cómo si fuéramos amigos de antaño, mi curiosidad me hace preguntarle por qué otras cosas bizarras ha pasado, entonces mira hacia la puerta, y acercándose mas hacia mí, busca en sus recuerdos por unos segundos y con un poco de pena y un tartamudeo que lo delata me confiesa: “Hay mujeres que me han pedido Gang Bang, sabes que el Gang Bang traduce pandillas pues, y es que una persona se mete a un cuarto, y llegan varios hombres a tener sexo con ella, una mujer vino pues a preguntarme por eso, otra mujer vino a preguntarme por el sadomasoquismo que si yo le podía hacer el favor de amarrarla y pegarle pues, han venido personas a pedirme que haga tríos, y pues cosas así”. Admito que en ese momento la conversación fue un poco incómoda, hablar de temas privados con un desconocido no es nada fácil, sin embargo me puede más la curiosidad y le pregunto por cómo maneja esas situaciones, Juan me mira un poco intimidado por mi morbo a conocer más del tema, se queda en silencio y tartamudeando un poco me responde que él es muy respetuoso con su trabajo  y que no se puede meter con los clientes. Como en toda charla caímos en el silencio de 5 segundos, entonces miro el reloj y me doy cuenta que ha pasado más de una hora desde que entre. Me despido de Montoya un poco confundida porque al cruzar la puerta es como si nunca nos hubiéramos conocido, ese tiempo que estuve en la tienda fue como una amistad fugaz y al salir del lugar mi recuerdo de que alguna vez estuve ahí se borró para plasmarse en estas páginas, porque tal vez en una sociedad como esta los sex-shop son vistos como una depravación, un gusto morboso del cual no se habla, haber ido a ese lugar es como ir a donde un consejero sexual, al que le cuentas tus secretos a sabiendas de que nunca van a salir de ese cofre en el que se han sellado.

María Alejandra Corrales Martínez.

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