De la mano de la iglesia católica, imperios europeos como el portugués y el español, esclavizaron a las comunidades africanas. La legitimación de tal sometimiento fue la deshumanización de los africanos, a través de la creencia difundida por el catolicismo de que los negros no tenían alma.
Sin embargo, los africanos y sus descendientes en América no se dejaron esclavizar pasivamente. Desde el inicio, hasta el final del proceso de colonización y esclavización, entre los cuatro y doce millones de esclavizados (cifras estimadas por académicos como el reconocido German Colmenares), se presentaron rebeliones y resistencias ante la subyugación y degradamiento del ser humano.
Gracias a estos procesos de resistencia y rebelión, en lo que hoy es el territorio de Colombia, africanos y descendientes de éstos consiguieron su libertad. Un ejemplo de ello es el caso del icónico Benkos Biohó, un esclavizado que se reveló y fundó el primer pueblo negro libre de América: San Basilio de Palenque, en el departamento de Bolívar.
La abolición de la esclavitud en nuestro país llegó, tras la promesa incumplida de los libertadores durante las guerras de independencia, el 21 de mayo de 1851, con la ley 21, sancionada por el entonces presidente liberal José Hilario López.
Poner fin a la esclavitud fue un paso fundamental para el reconocimiento como seres humanos de los africanos y sus descendientes. Pero ha sido insuficiente para terminar con el racismo y la desigualdad social, política, económica y cultural que siguen padeciendo.
A pesar de la abolición de la esclavitud, los negros siguieron siendo considerados no aptos para ejercer, por ejemplo, derechos políticos. Aunque humanos, se les impuso la condición de infantes, es decir, sin la madurez, responsabilidad y capacidad necesarias para liderar ellos mismos procesos autónomos en el campo de la política, economía y cultura.
Es así que, 35 años después de la ley 21, en la constitución política de 1886, de tinte conservador, no se dedicó ni una línea para reconocer a las comunidades negras. Esto, en parte, por el afán de construir la identidad nacional colombiana alrededor de la herencia cultural de España. Pretensión que algunos políticos y académicos aún defienden.
Aquella invisibilización en la construcción de lo que es Colombia y ser colombiano, impulsó el surgimiento del movimiento negro en el país. Este movimiento se hizo notorio, con movilizaciones y diferentes actividades, en la segunda década del siglo XX, especialmente en la década de los 70’.
La agitación del movimiento negro durante esta época no fue solo en Colombia, también sucedió en países como Estados Unidos, alrededor de líderes como Martin Luther King y Malcolm X, o en Francia, donde la batuta la tomaron los intelectuales y artistas.
En nuestro país estos sectores también jugaron un papel importante. Por ejemplo, en 1977 se celebró en Cali el Primer Congreso de la Cultura Negra de las Américas, liderado por el prolífico e invisibilizado escritor negro Manuel Zapata Olivella.
Dicho congreso visibilizó los reclamos que las comunidades negras de todo el continente han hecho por largo tiempo a los dirigentes de sus países, tales como: reconocer y resaltar los aportes de las culturas negras a las identidades nacionales; reducir las desigualdades socioeconómicas a las que han sido condenadas; la perpetuación del el racismo, y la preparación de los docentes para la enseñanza de la historia y las culturas africanas y afrocolombianas.
Con el surgimiento del movimiento negro y sus diferentes actividades, se allanó el camino para que se reconociera en la constitución política de 1991 que Colombia es un país multicultural y pluriétnico (art. 7), o que los miembros de las comunidades étnicas deben recibir una educación que fortalezca sus identidades culturales (art. 68).
Así, otro logro para las comunidades negras es la ley 70 de 1993, con la cual se debe reconocer y proteger la identidad cultural, en aspectos como su historia, valores, tradiciones, religiones, formas de producción, de relacionarse con la naturaleza, sus conocimientos y técnicas, a través, por ejemplo, de la educación.
Sin embargo, hay ocasiones en que los saberes, las tradiciones y culturas de las comunidades negras se folclorizan, es decir, son separados de sus cosmovisiones, no son vistos con la profundidad de significados e implicaciones filosóficas que tienen para las comunidades y sus miembros, se banalizan.
Sucede así, a mí parecer, con el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, el cual gira más alrededor del disfrute de espectáculos y la comercialización de la música, gastronomía, baile y vestuario de las comunidades negras del pacífico; que al entendimiento de lo que representan y significan para estas comunidades.
No se trata de oponerse a la difusión de este tipo de expresiones culturales, sino de señalar que si el objetivo es, como se asegura desde la alcaldía de Cali, reparar la invisibilización y discriminación de las comunidades negras, no basta con exhibir shows de su música, comida, baile y vestuario, sin ningún tipo de contextualización.
Por eso, deberíamos celebrar que este año, 2023, el Día de la Afrocolombianidad en la ciudad de Cali, donde el censo del DANE del 2018 índica que el 28,6% (637.023) de la población caleña se autoreconoce como negra, se extiende por una semana, para convertirse en la Semana de la Afrocolombianidad. Y que se decidió que la conmemoración debe centrarse en el entendimiento público de las historias y culturas africanas y afrocolombianas, a través de conversatorios, conferencias, exposiciones de películas, documentales y música, la lectura y escritura.