En una vereda de Yarumal, junto a Ochalí, al norte de Antioquia, donde se produce café suave y donde empieza el Nudo de Paramillo, al filo de una montaña, en medio de verde naturaleza y aire fresco, doña María Luz Villegas*, ha vivido siempre con su marido para trabajar y criar a sus hijos.
Había heredado de su padre, campesino trabajador, dos amplias parcelas de tierra y sobre sus laderas sembraban café, plátanos y frutales; había espacio para vacas lecheras y gallinas ponedoras. En ese paraje nacieron sus siete hijos, seis mujeres trabajadoras y un varón con discapacidad.
Con su hija Matilde recogía el café, mientras su marido con las hijas mayores ordeñaba las vacas y recogía los huevos de las gallinas. María Luz no parpadeó mientras contaba su viacrucis que dibuja la realidad de los campos del país rural y retrató su vida en medio del fuego cruzado del conflicto.
En una mañana de octubre, hace diez años, la Zorra, el Tuerto, Cascabel, Diego, Pilatos y 805, miembros de las autodefensas, pararon en el camino a su hija Matilde de 12 años, mientras hacía un mandado en la parcela vecina.
Cuando María se percató que su hija no volvía, subió la loma y un paramilitar la interceptó; llevaba en su pecho la cadena y el dije de su hijita. En su intento por recuperarla, los mismos paramilitares también abusaron de ella. Allí comenzó su calvario: los hombres de las Autodefensas apuntaban a su esposo con un fusil y lo amenazaban de muerte diciéndole que lo matarían porque colaboraba con las Farc. Ante esto, su marido se escondió en el monte y dormía bajo un plástico; la valiente mujer le enviaba la comida y las herramientas para que trabajara en la ladera y limpiara el café.
Los paramilitares le robaron el ganado, lo pelaron y subieron la carne a la cordillera en los lomos de las bestias de la finca; tomaban la leche del ordeñe y obligaban a la mujer a que les hiciera queso.
Una mañana toda la familia salió para Yarumal, con la intención de no volver.
La resistencia y el valor de María Luz motivaron a la familia a retornar a la finca dos años después. Comenzaron de nuevo con cuatro vacas lecheras adquiridas con un préstamo. A principios del 2008 las Farc llegaron a su finca, pusieron minas cerca del camino que baja a la carretera y de los almendros de la cerca. Dos vacas y la mula en la que bajaban la leche pisaron las minas y quedaron muertas en los huecos de las explosiones.
El frente 36 que comandaba Anderson, Mono Rojo y alias Román, mataron las otras dos vacas y se robaron todas las gallinas; una tarde cuando la guerrilla estaba en su finca, llegó el ejército y la enfrentó hasta expulsarla, pero cuando el ejército se fue, detrás de ellos salió María Luz con su familia rumbo a Yarumal, por miedo a que la guerrilla volviera y tomara represalias.
Ante el demorado viacrucis de los trámites para lograr ayuda de las autoridades del municipio, prefirió retornar hace tres años al filo del cerro de la verdea junto a Ochalí y empezaron de nuevo; con el ejército más cerca rondando la zona, sembraron el café con un crédito del Banco Agrario de Yarumal.
Con acento paisa y fortaleza de mujer montañera, narró finalmente que cuando sus 8000 matas de café comenzaron a dar fruto y cuando los plátanos los iba a vender a los trabajadores de la represa de Ituango, el 4 de enero del 2011, las avionetas que asperjan con glifosato, fumigaron las parcelas vecinas que tenían matas de coca; las dos avionetas no fumigaron la contrapendiente de la montaña donde estaba la coca y todo el glifosato le cayó sobre sus matas de plátano y café. En dos meses las hojas y frutos de sus cultivos ya en su punto para recoger la cosecha, se secaron y su desesperanza aumentó cuanto todo se murió y nada pudo vender.
María y su marido prefirieron trabajar con sacrificios antes que sembrar coca; los vecinos lo hicieron porque el precio de la leche y el café es muy bajo; los abonos son costosos y lo que alcanzan a vender, no les alcanza para vivir.
Sobre los daños a sus cultivos, no le han dado respuesta; su hija Matilde vive en Cali descorazonada y con problemas psicológicos. María Luz vive hoy sola con su marido en el filo de la montaña cerca de Ochalí, con su hijo discapacitado; volvió a comenzar sembrando café y con dos vacas lecheras, conseguidas con otro préstamo, esperando no perder la nueva oportunidad de vivir.
Es evidente que en algunas zonas rurales, donde se asperja con glifosato, como técnica para enfrentar los cultivos ilícitos, la operación corre el riesgo de ser tácticamente inexacta, estratégicamente traumática y políticamente incorrecta, por lo que valdría la pena revaluar su eficacia desde una estrecha articulación con otras estrategias de desarrollo rural.
Esta historia no volverá a repetirse cuando el Estado adquiera mayor capacidad para permanecer al lado de sus ciudadanos y cuando se logren las condiciones necesarias que permitan el desarrollo humano de las comunidades que habitan ese país rural; de lo contario, familias como la de la valiente María Luz, tendrán que comenzar de nuevo entre el fuego cruzado de quienes se disputan el territorio.
*Los nombres no son reales