Entre el amor, el ocio y la libertad

Entre el amor, el ocio y la libertad

"Para amar genuinamente debemos rechazar las relaciones de poder. Dominar y obedecer son dos aspectos lamentables del ser humano"

Por: Jaime Villamil
octubre 04, 2017
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Entre el amor, el ocio y la libertad
Paul Gauguin. The Midday Nap, 88.9 × 116.2 cm. Oil on canvas, 1894

La vida es esencialmente azarosa. Está repleta de sorpresas. Vivir plenamente es aceptar que no hay aciertos ni fracasos. La expresión más clara de los hombres que son libres es la aceptación del destino tal como es. De acuerdo con el matemático libanés Nassim Taleb, “necesitamos convivir con la sensación de que lo que tenemos en cada instante es mejor que lo que hayamos tenido antes”. En la antigua Grecia todos los ciudadanos accedían al teatro y este los educaba en ese sentido, las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides enseñan que por más que los humanos quisieran modificar sus destinos la voluntad de los dioses acababa por cumplirse.

La sociedad actual ha vendido la idea de que una persona es libre en la medida que tiene mayor riqueza. Sin embargo, esta es una falsa ilusión, porque la riqueza genera la necesidad de aumentarla o por lo menos mantenerla, y para esto hay que llevar una vida amarrada al mundo del trabajo y del consumo. Taleb lo ilustra diciendo que “la riqueza es un cielo en llamas”. Para él la medida del “éxito” está en función no de la riqueza sino del tiempo que una persona tiene para desperdiciar.

Ni las personas ocupadas ni los ricos son libres. En el reino animal los leones se caracterizan por descansar 10 horas por cada una hora de caza. Ellos necesitan de este tiempo para recuperarse, para estar alerta a otros depredadores y para estar con sus crías y enseñarles a cazar. Algunos educadores de esclavos dirán que “el trabajo dignifica la vida”, que “el ocio es la madre de todos los vicios”, y que “los pobres se merecen su situación porque son holgazanes”. Sin embargo, si tenemos tiempo libre estamos más cerca de potenciar una voluntad creadora y no de seguir la voluntad de una sociedad enferma que desprecia el ser, que le da una importancia infantil al tener, y que genera desigualdades aberrantes que marginan a las personas con menos recursos y capacidades de tener condiciones de vida digna.

La visión productivista es exclusiva del hombre y viene haciendo mucho daño al planeta. Es la principal razón de que extingamos especies animales, contaminemos ríos y mares y deforestemos los bosques y selvas. Aumentar constantemente la riqueza y preservar la vida son dos actividades que no tienen nada en común. Para ser libres y amar la vida necesitamos dejar a un lado la idea de que tenemos que estar activos y ser productivos. Tenemos que direccionarnos a la inactividad que nos ayuda a despertar la capacidad de observación atenta de nuestro interior y exterior. Debemos “llegar a ser lo que somos siguiendo el camino que conduce a nosotros mismos” concluyó el filósofo alemán Nietzsche.

En Así Habló Zaratustra escribió: “tus perros salvajes quieren ser libres y ladran de alegría en su cueva cuando tu espíritu aspira a abrir todas las cárceles”. Las prisiones del mundo moderno son el crédito, las TICs, el sistema educativo, la familia y el mercado laboral entre otras. Parece que crecen más las opciones de ser esclavos que las de ser verdaderamente libres. Los valores de las sociedades modernas son una amenaza para nuestra libertad. En palabras de Taleb “la modernidad es un proyecto humano que aspira a una dominar todo lo que lo rodea” y solo podemos liberarnos despertando al animal que hay dentro de nosotros y que la modernidad adormiló. De modo que para ser libres hay que avanzar en el sentido contrario de lo que la sociedad enseña, hay que echar abajo la idea de que la acumulación de riqueza y conocimiento hacen personas libres, es todo lo contrario, se va hacia la libertad por la vía de la desacumulación y el desaprendizaje.

Necesitamos volver a lo elemental. Krishnamurti advirtió que “cuando hay austeridad también hay sencillez y solo la persona sencilla puede dejar brotar lo que ella ES, así es como deja nacer el amor que es un estado de apreciación consciente de la belleza que nos rodea”. En El Principito se aclara que “amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma”. Liberarse de los miedos y abrirse en fraternidad y solidaridad a otros seres humanos es compatible con el verdadero amor y con la verdadera libertad. Por el contrario alimentar el egoísmo, la competencia y la productividad es cerrar el corazón y abrir las puertas al sufrimiento y a la autodestrucción. “El amor – escribe Viktor Frankl – es la meta última y más alta a la que puede aspirar un hombre”

Para amar genuinamente debemos rechazar las relaciones de poder. Dominar y obedecer son dos aspectos lamentables del ser humano. Nietzsche advierte “no arrojar lejos al héroe que hay en cada alma (…) y aprender a amar a la tierra y a sí mismo con amor sano, con el fin de soportarse y no vagabundear” porque “la vida es siempre una fuente de alegría y una ruta libre está siempre abierta para las almas grandes”. Taleb por su parte nos exhorta a ser antifragiles, es decir, a “amar la volatilidad y asumir riesgos porque hay más que ganar que perder”.

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