A Germán Vargas Lleras un coscorrón “amigable” le costó la Presidencia. A Rodolfo Hernández un palmadón furioso lo puede llevar a la presidencia. Sin esos actos de violencia ninguno de los dos políticos estaría donde se encuentra en la actualidad.
El coscorrón de Germán se debió a que uno de sus escoltas apartó con firmeza a una señora mayor que tomó del brazo al candidato mientras éste hacía campaña para las elecciones del 2018 en el municipio de Ciénaga de Oro, departamento de Córdoba. Su reacción –reprochable porque no se puede justificar ningún tipo de ataque físico– en principio fue un acto de empatía con la señora, que no respondía a una motivación mezquina. Sin embargo, la interpretación que le dieron los electores cuando el video de los hechos se volvió viral, fue de rechazo absoluto y anuló su posibilidad de convertirse en presidente a pesar de estar mucho mejor preparado para ejercer el cargo que sus demás contrincantes.
Al contrario, el palmadón artero que Rodolfo Hernández le asestó al concejal John Claro, motivado por la rabia y la soberbia, lo catapultó políticamente cuando la mayoría de quienes lo vieron en los noticieros y las redes sociales creyeron que le estaba pegando a un corrupto para reprenderlo, lo que en realidad no era así. Si vieran el video completo de cómo se desarrolló la discusión entre Rodolfo y el concejal, lo entenderían.
Ahí está el absurdo. Lo menos malo (el coscorrón de Germán Vargas Lleras) resultó censurable y fue condenado por los electores que le negaron su voto; y lo más repudiable (el palmadón de Rodolfo Hernández) resultó admirable y ha sido premiado por la multitud de ciudadanos que actualmente lo apoyan. Es una prueba clara de que millones y millones de colombianos piensan con las vísceras y deciden movidos por sus impulsos más primarios. La mayoría de las veces se quedan con la primera impresión que les provoca una noticia y sin pasar de los titulares ni analizar su contexto, toman partido.
Da tristeza constatar cómo son de manipulables las emociones de quienes votan por pasión, sin depurar sus decisiones con un mínimo filtro de análisis racional.