“Busco una empleada; no importa si es buena, lo que importa es que sea honesta”. Frases como estas se oyen a diario en Colombia. Muchos personas se preocupan más por encontrar gente de confianza que gente competente y este fenómeno se ha arraigando tanto en la cultura de nuestro país, que la ineptitud no es ya problemática ni es considerada tampoco como una falta moral. Claro, algunos dirán que en un país deshonesto como el nuestro es fundamental sentirse seguro y que lo otro viene por añadidura. Lo que no se tiene en cuenta es que ser incompetente en el trabajo es ya deshonesto: el que no es apto para lo que debería serlo está de por sí engañando.
La semana pasada contraté a alguien para que arreglara la lavadora. El señor ha venido cinco veces a mi casa asegurando que ya tiene la solución al problema. Sin embargo, no tiene ni idea de lo que está haciendo y lo que comenzó por ser un pequeño escape de agua terminó dejando la máquina completamente inservible. El señor ha sido colaborador, siempre contesta el teléfono y viene a cumplir la garantía pero no tiene ni idea de reparar lavadoras. ¿Debo estar agradecida porque “al menos” es honesto? Ciertamente no lo es. Su caso es uno más de los que contribuyen a la conformación del estado fallido y corrupto en el que vivimos.
El caso de Guinea, un país ubicado en África Occidental, es un ejemplo de este fenómeno. Siendo uno de los países más pobres del mundo, se ha enfrentado a la paradoja de tener enterrado bajo su suelo hierro mineral que podría costar alrededor de 140 billones de dólares. Por supuesto, según Transparencia Internacional, Guinea es uno de los países más corruptos del mundo y ha sido considerado como una cleptocracia (un estado donde los mismos líderes fomentan la criminalización del estado institucionalizando la corrupción). Después de muchos años de saqueos hubo por primera vez elecciones democráticas en 2010.
Alpha Condé, el presidente electo, tuvo que confrontar el legado de un estado anárquico donde la burocracia superaba la capacidad del gobierno estatal. Pero, ¿cuál fue su principal problema? No podía despedir a todos los funcionarios porque casi todos los que estaban capacitados para ejercer sus labores estaban en algún sentido comprometidos con actividades ilícitas. Por esto tuvo que balancear entre gente competente y corrupta, y gente poco capacitada pero honorable. Con esto no quiero resaltar el hecho de tener que mantener funcionarios corruptos, si no la imposibilidad de mantener el Estado con funcionarios incompetentes.
Están empezando a salir las listas de candidatos al Senado y ya se oye de nuevo: “votemos por este que al menos no es una rata”. Es necesario que le apuntemos a senadores íntegros: capacitados y, de verdad, honorables (para que sean dignos de llamarse así). No se puede seguir votando por la “mera honestidad” porque vamos a llegar al peor mundo posible: un Senado compuesto por corruptos incapacitados y “honestos” ineptos.
