Con los resultados de la más reciente encuesta de Invamer sobre la intención de voto en Medellín se pueden sacar cuatro grandes conclusiones:
1. La elección se va cerrando entre la ficha del uribismo y un candidato independiente.
2. En las próximas semanas se van a cocinar varias alianzas (especialmente entre los candidatos de derecha).
3. Las fichas del fajardismo se hundieron.
4. El uribismo (particularmente Uribe) hará todo lo posible para polarizar la elección y reducirla a una decisión entre extremos (similar a la elección presidencial en segunda vuelta).
Con Alfredo Ramos y Daniel Quintero a la cabeza, la contienda se cierra entre el aspirante del Centro Democrático, hijo de uno de los políticos tradicionales más reconocidos en Antioquia (con proceso abierto por parapolítica), con una fuerte estructura política, “el de Uribe versión 2019" y el que apenas se está conociendo y recorriendo la ciudad que pretende gobernar; y un candidato avalado por firmas, con una lista débil al concejo (sin prácticamente aspirantes a JAL), con poco reconocimiento por su trabajo previo en la ciudad (viene de un cargo nacional) y con una campaña estratégicamente enfocada en captar el voto de opinión (sin un respaldo evidente de estructuras partidistas).
Esos resultados evidencian que la aspiración de Quintero volvió a tomar un segundo aire en términos de movilidad porque cada vez es más reconocido entre los electores. Además, su propuesta de ciudad está posicionando agenda y hasta su aspecto físico (con aire al “Fico” de 2015) está calando entre los habitantes de Medellín, una plaza de opinión de centro-derecha algo imprevisible. También se podría afirmar que el “San Benito” que desde las redes sociales le han pretendido colgar al definirlo como el “candidato de Petro”, comunista o castrochavista no ha resultado tan efectivo porque su estiramiento en intención de voto evidencia que ha logrado crecer más allá de la centro-izquierda abriéndose un espacio en el centro fajardista y hasta la derecha no uribista. Algo que se puede concluir tras el hundimiento de los candidatos de Fajardo, Beatriz Rave y Juan David Valderrama (ambos inviables a estas alturas de la campaña). Sin embargo, no es claro si el uribismo buscará posicionar esa imagen ya que los trinos de Uribe a los pocos días de conocido el resultado de la Invamer, donde tildó a Quintero de “agente de Petro” y castrochavista (desempolvando su estrategia de desinformación), podrían anunciar la llegada de una campaña negra más intensa.
Por otro lado, el crecimiento de Quintero obligará a que los candidatos de la derecha y cercanos al uribismo lleguen a un acuerdo más rápido de la previsto, algo que será una certeza con Santiago Gómez (el autodenominado candidato de Fico), tal vez con Jesús Aníbal Echeverry (tercero en intención de voto) y posiblemente con el candidato de la estrategia “para que la gente salga a votar verraca”, Juan Carlos Vélez (el de Uribe versión 2015 que ya casi nadie recuerda). Esa eventual reacomodación en torno a Alfredo Ramos podría darle mucho impulso al punto de convertirlo en el candidato de “todos contra Quintero”. Sin lugar a dudas sería una aplanadora que por efecto reflejo le podría ampliar el cerco a Quintero al acercarlo por puro pragmatismo electoral a los sectores sociales, políticos y fajardistas que todavía no se han decidido o están con otro candidato. Por eso, al conocer los resultados, Quintero invitó a la unión y envió un mensaje de amplitud porque tiene claro que solo no llega, mucho más cuando se va convirtiendo en una amenaza para el uribismo, por su conocida posición sobre Hidroituango y que su crecimiento seguramente va a reforzar las alianzas en la aspiración de Ramos. Lo que sí queda claro es que en Medellín el uribismo siente pasos de animal grande.