Entendiendo a Álvaro Uribe
Opinión

Entendiendo a Álvaro Uribe

Uribe hoy se explica por su trayectoria, el liderazgo perdido al desaparecer la guerra con las Farc y el fraccionamiento del CD, indeseable en las coaliciones

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diciembre 15, 2021
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Para entender cualquier situación, hecho o personaje no basta una descripción de cómo es en el momento. Sin los antecedentes o la historia no es posible una comprensión de ningún tema.

El Álvaro Uribe de hoy se explica por su pasado y su trayectoria; o mejor, lo que es hoy nos ayuda a entender por qué y cómo llegó a ser lo que es.

La clave para entender a Álvaro Uribe es recordar que las Farc asesinaron a su padre.

Esa muerte definió su destino. Y se puede decir que en alguna forma lo que sería en buena parte del futuro de Colombia.

Una vez tomado un camino se sigue con todos sus vericuetos adonde lo lleva, adaptándose a las condiciones que éste tiene.

Uribe motivó su vida en el odio despertado hacia las FARC, y sus virtudes, capacidades y defectos fueron comprometidos en una especie de cruzada iniciada como personal y convertida en acción pública.

No fue una ideología o convicciones políticas lo que lo motivaron, por eso le era indiferente la pertenencia a cualquier partido y así se inició en el Partido Liberal sin compromiso alguno.

Igualmente su interés no era cuál es la función esperada de un funcionario de un gobierno sino seguir su propósito desde los cargos que ejercía; de ahí sus problemas por la complacencia en el otorgamiento de licencias para los narcos desde la Aereocivil y  su retiro forzado de la Alcaldía de Medellín.

Mientras el Presidente Samper buscaba regular y limitar la participación autorizada por Gaviria de grupos civiles de autodefensa como parte del conflicto armado (las ‘Convivir’), Uribe como Gobernador las promovía y multiplicaba, fundándose en Antioquia más que en el resto del país reunido; no por casualidad fue la época de los 12 apóstoles y El Aro.

Lo que buscó y logró Uribe no fue el apoyo a un proyecto político sino se ofreció como líder de un enfrentamiento; su propuesta fue de que quienes veían la misma necesidad o compartían su propósito de eliminar a los ‘farianos’ votaran por él.

Llegó a ser el presidente más autocrático de la historia gracias a esa motivación. A pesar de que la caracterización más clara y típica del autócrata es la del mandatario que produce el cambio constitucional para prolongar su propio mandato, logró hacerlo con el famoso ‘articulito’.

Nunca persiguió a las mafias de la droga o al paramilitarismo como un objetivo prioritario sino les dio apenas el trato de un obstáculo incidental dentro del propósito que lo alentaba.

Por eso fue complaciente con eso grupos que podían haber sido enemigos del Estado o de la sociedad pero para él nunca fueron un enemigo comparable a la guerrilla.

No es accidental que bajo su gobierno se dieran los dos Pactos de Ralito, el primero para que los políticos se acercaran a esos grupos logrando acuerdos para alcanzar el 30 % del Congreso (como lo dijera Mancuso); y el segundo para que se reviviera el escudo contra la extradición, tal como esos grupos lo aspiraban después de desaparecido lo que había hecho Gaviria cuando rindió al Estado ante Pablo Escobar.

Ni que Bush declarara a las Farc grupo terrorista al tiempo que Colombia declaraba la guerra a Irak.

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No es que él sea enemigo de la Paz, sino que su enemigo es cualquier acuerdo que no contemple la derrota y el castigo para ‘Las Far’

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Por eso no es que él sea enemigo de la Paz, sino que su enemigo es cualquier acuerdo que no contemple la derrota y el castigo para ‘Las Far’.

La Paz como fruto de un acuerdo no le sirve. Por eso el paso del Acuerdo de La Habana al Acuerdo del Colón aunque incluyó las modificaciones negociadas no le sirvió o no le bastó.

En la medida que la Farc perdió protagonismo, disminuye la aceptación de la política de ‘guerra total’ contra la insurgencia. El liderazgo del expresidente se pierde paralelamente a la desaparición del tema de la guerra con ese grupo; la guerra jurídica que aún insiste en mantener le conserva cierta ascendencia solo sobre el ‘uribismo’ o sea solo sobre quienes comparten esa visión; pero baja su prestigio o crece su desprestigio ante el resto del país en proporción a las revelaciones sobre sus conductas y a las calificaciones de organismos externos ajenos a su poder.

Duque empezó a desmarcarse porque al fin y al cabo Presidente es Presidente y la tutoría de quien lo promueve se erosiona a medida que constata el poder que tiene. Y como presidente no solo tiene poder sino obligaciones; en este caso implementar lo pactado con la insurgencia.

Eso ha llevado al fraccionamiento del partido Centro Democrático porque, por encima de la razón o del propósito de convivencia de algunos de sus miembros, no se apoyará la Paz mientras no se satisfaga la aspiración profunda de su Fuhrer. Y por eso, bajo la batuta de Uribe, ese partido empieza a ser indeseable en las coaliciones.

 

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