Como en 2011 y en 1971, el movimiento estudiantil volvió a levantar las banderas por una educación autónoma y plenamente financiada por el Estado. Las movilizaciones masivas han contado con un amplio respaldo de la población, y controvierten las ideas al mando del gobierno que maltratan a la educación pública, y han puesto el tema educativo en el centro del debate nacional. Este es un marco propicio para que se vuelva, nuevamente, sobre el punto de cuáles son los objetivos de la educación: ¿involucrar a Colombia en la globalización neoliberal —que hoy toma la forma de abierto hegemonismo estadounidense—, o proyectar una nación auténticamente democrática y soberana?
Una de las discusiones que ha venido desarrollándose en el ámbito educativo, que resulta pertinente para contestar esta pregunta, tiene que ver con la necesidad de fortalecer la enseñanza de la historia en la educación primaria, básica y media. El contexto del bicentenario de la definitiva victoria de los ejércitos patriotas sobre España sirve de marco para plantear este asunto, uno de los más problemáticos frente a la política educativa en boga. Sobre esto, cabe señalar cuatro postulados para abordar el debate.
En primer lugar, el debate de la historia no se puede encerrar dentro de la pedagogía, pues lo que realiza limita el debate de la historia sobre la forma en la que se educa niega que este es un debate de fondo sobre cuál es la educación que se busca edificar. El pedagogismo ha anunciado que lo que se trata es de fortalecer el “pensamiento crítico”, por lo que resulta importante enseñar las ciencias sociales en general, mientras que la historia limita las competencias a formar. ¿Cómo se puede comprender, al margen del pensamiento histórico, conceptos de las ciencias sociales como clase social y estado? Llevar a la conclusión de que las categorías utilizadas para analizar la sociedad actual no son históricamente determinadas —tienen un principio y un fin en el tiempo— es diametralmente contrario al desarrollo del pensamiento crítico en los estudiantes.
En segundo lugar, cabe volver al debate sobre el trasfondo de la educación: ¿se trata de formar exclusivamente para el mundo del trabajo? Nuevamente las propuestas del MEN naturalizan este como su fin. Cómo no hay que enseñar sino competencias para un mercado laboral cada vez más pauperizado, la enseñanza de la historia sobra. En medio del proceso de individualización que se presenta a través de las redes sociales y el rompimiento de formas de organización social, la educación no tiene respuesta sobre cuál es el propósito de la vida en sociedad más allá del lucro inmediato. Negar la enseñanza de la historia contribuye a afianzar la embestida ideológica neoliberal, que hoy asume la forma del ascenso de ideas ultramontanas. Por ello, es terrible noticia la iniciativa de la OCDE de avanzar en la construcción de un currículo nacional básico en competencias para barrer la autonomía escolar, bastión de defensa de quienes dentro de la escuela buscan educar a los estudiantes para que elaboren su propio criterio sobre la formación en una mirada crítica al pasado común.
En tercer lugar, el relativismo epistemológico contribuye a que la historia sea marginada dentro de los contenidos a enseñar. Como es imposible distinguir la verdad de la mentira, la ciencia de la religión y otros “saberes”, también es imposible reconocer los hechos históricos auténticos. Negar la capacidad de conocer objetivamente las estructuras sociales, en vez de contribuir a la emancipación y al reconocimiento de sectores marginados, lo que ha hecho es fortalecer ideologías de corte fascistoide que se legitiman a través de mitos históricos que atentan contra los sectores sociales subalternos. “Todo tiempo pasado fue mejor” sirve como fundamento para que gobiernen en contra de los derechos democráticos.
Por último, cabe señalar que la enseñanza de la historia es fundamental para el fortalecimiento de un proyecto nacional, el cual hoy asumen quienes gobiernan con el ánimo de acoplar la recolonización económica con la negación de libertades y derechos democráticos. Más allá de una bandera, una selección de fútbol y unos personajes, ¿qué tenemos en común? Y lo más importante: ¿qué queremos llegar a ser? Las redes sociales y los medios de comunicación enseñan todo el tiempo sobre historia, imponiendo sus lecturas como válidas. ¿No tiene nada que decir la historia sobre esto?
En general, negar la posibilidad de abrir la historia como una asignatura independiente contribuye únicamente a la formación de una ciudadanía particularmente acrítica. Mientras en la mayoría de los países se comprende la importancia de la enseñanza de la historia y se elaboran debates dentro de esta base —como la aguda discusión entre “adoctrinamiento” y “educación” entre autoridades catalanas y españolas— en Colombia el debate busca limitarse exclusivamente por el Ministerio al campo de la didáctica y la pedagogía.
Por fortuna, la autonomía escolar brinda un marco para que el magisterio pueda desarrollar iniciativas para la formación en historia en los colegios. Congresos como el de ASPROSISOC en Boyacá brindan espacios para pensar a largo plazo la educación y controvertir las iniciativas oficiales que buscan rebajar el papel de las y los docentes al de simples operarios de currículos establecidos desde arriba. Por eso, resulta alentador dar este debate en el marco del ascenso del movimiento educativo que reclama presupuesto, autonomía y derechos laborales frente al continuismo de las políticas antinacionales. Es responsabilidad de los trabajadores y las clases sociales que tengan arraigo con la nación pensar un proyecto de ciudadanía diferente al de los sectores intermediarios del gran capital financiero que hoy están en el poder, y para esto es fundamental luchar por la enseñanza de la historia en los colegios.