Todos aceptamos la necesidad que los profesionales de la salud posean una viva sensibilidad ética. Sobre todo en sociedades y sistemas sanitarios que estimulan una visión mercantilista del cuidado del otro. Pero siempre es difícil enseñar ética, y más a los médicos. No es que sean deshumanizados e insensibles como muchos repiten sino que en un oficio demandante y esencialmente práctico no hay mucho espacio para el discurso ético. La segunda parte del Primer Aforismo Hipocrático luego de sus conocidas palabras iniciales (“El Arte es largo, la vida breve”) retrata bien lo que es la medicina donde “la situación es peligrosa, la ocasión fugaz, la decisión difícil”. Y en estas circunstancias, desgraciadamente, los dilemas éticos a veces no son explorados en profundidad. Por eso es bien importante como médicos, entre nuestros colegas y en nuestros estudiantes promover una intensa sensibilidad ética.
Pero es bien difícil educar la sensibilidad. Al célebre psiquiatra y profesor de Harvard Robert Colesle preguntaron una vez como enseñar ética a los estudiantes de medicina y sorpresivamente respondió: “Los haría leer novelas”. Hace más de tres siglos le hicieron una pregunta parecida a Thomas Sydenham pidiéndole al gran médico inglés que recomendara un texto de medicina y contestó: “Lea Don Quijote que es un buen libro de medicina” En nuestra cultura humanística reside el secreto para ejercer una buena medicina. Pues la medicina no es una fría ciencia autónoma sino es parte integral de la gran cultura humana con todos sus signos, lenguajes, artes y oficios.
Pero frecuentemente cuando se enseña ética en las facultades de medicina se empieza al revés. Se intenta el aprendizaje rápido de códigos, decretos y mandamientos de conducta correcta. Además casi siempre al final de la carrera para prepararse a la práctica. Se olvida la inmersión profunda y temprana del estudiante en la cultura donde va a ejercer su medicina. Se espera que conozca todos los nombres de los huesos de la mano (todavía no sé para que me ha servido eso a mí) y no literatura (que me ha sido más útil). Olvidamos que el buen médico ha sido siempre a lo largo de siglos un médico culto. Y no con cultura para hacer crucigramas en los turnos sino con cultura humanizadora.
Entonces lo primero sería insistir a los médicos y estudiantes de medicina que ella es parte de la cultura. Lo segundo sería conseguir el propósito de la recomendación de Coles de leer novelas que es despertar la empatía humana. Para ejercer el “Arte” como lo llamaban los griegos es fundamental ponerse en lugar del otro, sentir lo que el otro siente. Si la medicina es hacer cosas para disminuir el sufrimiento del prójimo es esencial tener gran sensibilidad al sufrimiento humano. Podríamos pensar que el objetivo de leer es conseguir un médico pulido que algo sabe de arte y literatura pero va más allá. No es lo mismo un médico humanista (algunos pocos lo serán) que un médico humano o humanizado (todos lo deben ser). La empatía es la virtud esencial del acto médico y las palabras son esenciales a ella.
Por lo tanto aceptar que la medicina es parte de nuestra cultura y promover la lectura de escritura creativa es fundamental en una educación ética en medicina. Mas pareciera que la mayoría de los médicos desean un ejercicio médico libre de confusas complicaciones humanas. Hace unas semanas me contaban que en una difícil mesa redonda sobre ética en una reconocida institución colombiana de salud un participante decía: “No, no, aquí solo estamos hablando de medicina”. ¿Es posible hablar sólo de medicina? ¿No incluye toda conversación médica apreciaciones sociales, culturales? Algunos de mis alumnos se sorprenden cuando les advierto que las únicas verdades no son las científicas. Debo confesar que solo después de graduarme, un día me llegó súbitamente como iluminación tipo satori en budismo zen: “¡Hay verdades válidas no científicas!”. Nadie me había enseñado eso en la facultad donde solo primaba con grave miopía la ciencia. Se olvidaba que ciencia viene del latín scire (saber) y la sabiduría es mucho más vasta que nuestras ciencias pequeñas y positivistas.
Sin lugar a dudas una educación ética incluye una discusión sobre la verdad y el deber. A la mayoría de los médicos nos aburre la discusión filosófica. He contado quizás que un decano y amigo mío acostumbraba añadir al final de mis intervenciones en el Consejo de Facultad, irritándome: “Esas son especulaciones de Rovetto”. Pero hay en medicina una tensión continua y profunda entre verdad, lo que se debe saber, y deber, lo que se debe hacer. Entre lo que se puede conocer con pragmatismo y lo que se debe hacer con respeto a la persona del paciente. Para apreciar esta diferencia es importante cultura y lectura, no basta el entrenamiento ético.