El neoliberalismo no es solo un recetario económico, es ante todo el discurso de un sentido común, un relato de artificios individualistas y tecnocráticos que contribuyó durante las últimas 3 décadas a la despolitización de la sociedad. En el caso colombiano, a partir de las particularidades violentas del conflicto social y armado, el ideario neoliberal terminó por justificar la violación de los derechos humanos, la muerte y la represión como algo inherente a un estado de guerra permanente contra el “enemigo interno” (el terrorismo y sus presuntos “cómplices”), configurando lo que se podría llamar un sentido común "neoliberal guerrerista” donde todo vale, ejemplificado con famosas frases como “de seguro esos muchachos no estaban recogiendo café”, a propósito de las ejecuciones extrajudiciales conocidas como “falsos positivos”.
La despolitización social generada por el discurso del “neoliberalismo guerrerista” recibió un gran revés con el proceso de paz y la posterior firma del acuerdo entre el gobierno nacional y las Farc que llevó a un evidente descenso en la cifra de muertes, heridos y daños a la infraestructura, hechos que han permitido virar la atención de amplios sectores de la población hacia la discusión en torno a temas sociales como la corrupción en el estado, el asesinato de líderes sociales, las problemáticas de la educación pública o el sistema pensional, es decir, una repolitización de la sociedad y la emergencia de un nuevo sentido común que pone en dificultades electorales a quienes mantienen el discurso guerrerista.
Ante estas dificultades los representantes del sentido común “neoliberal guerrerista” reconfiguran su discurso insistiendo permanentemente en que las acciones de “las disidencias de las Farc” son una nueva guerra y que los tentáculos desestabilizadores del “castrochavismo” son la razón de la protesta social, por lo que sus promotores son un nuevo “enemigo interno”.
Convertir el paro del 21 de noviembre en un asunto de seguridad nacional, que requiere del acuartelamiento de primer grado de las fuerzas armadas, es un intento desesperado por impedir la creciente politización del debate, además de una prueba de la disputa por un cambio en el sentido común en la Colombia del posconflicto. Por eso, ¡el #21N paro!