En esta pasada Semana Santa hice un mea culpa de corazón. Algunos años atrás un patólogo amigo y yo nos burlábamos de la frecuente queja “sufro del colon” de muchas personas al hablar de sus enfermedades. Creíamos que existían solo unas pocas patologías orgánicas del llamado intestino grueso: algunas colitis, la diverticulosis/diverticulitis y el carcinoma de colon. Lo demás era quejadera o neurosis hipocondríaca. Bueno, estábamos equivocados. Pero somos patólogos y cometemos a veces el error de solo creer lo que nos muestra el microscopio.
Excúsennos, pacientes del colon. En realidad nos referíamos a enfermedades de la pared del colon que es delgada y casi transparente con dilataciones y flexuras. No teníamos en cuenta que esta víscera contiene en su interior 100 billones de bacterias que llegan a pesar unos cuatro kilogramos, una veinteava parte del peso corporal. Este órgano nuestro bacteriano fácilmente compite en tamaño con el hígado, cerebro o pulmones. Digo “órgano nuestro bacteriano” pues es exquisitamente personal.
En nuestro cuerpo hay diez veces más bacterias que células y podemos preguntarnos: ¿somos un microcosmos de células o bacterias? Las bacterias de la cavidad oral y el tracto gastrointestinal son más del 50 % del microbioma, total de microorganismos, que nos habita y es comprensible que estén involucradas en muchas de las enfermedades que nos aquejan. La gran tribu de las enterobacterias Gram-negativas causan múltiples infecciones en otros sistemas. Muchas enfermedades inmunológicas o de etiología “oscura” (artritis reumatoide, colitis ulcerativa, enfermedad de Crohn, lupus eritematoso sistémico y otras) se han asociado a la flora intestinal. Recientemente se ha publicado que las bacterias intestinales de ratones obesos son diferentes a las de ratones con peso normal (BBC, 5 de septiembre, 2013). Un investigador afirmaba que nunca cenamos solos, cuando comemos lo hacemos con billones de “amigos” y debemos tenerlos en cuenta al escoger nuestra dieta personal.
Además existe una relación más íntima y poco explorada entre nuestras bacterias colónicas y nuestro cerebro (The Gut Microbiome and Diet in Psychiatry: Focuson Depression. Sarah Dash, Gerard Clarke, Michael Berk, Felice N. Jacka Curr Opin Psychiatry. 2015;28(1):1-6) Sabemos que algunos microorganismos que infectan el cerebro (por ejemplo Toxoplasma gondii) cambian la conducta de animales parasitados como ratones, gatos y quizás humanos para alcanzar mayor diseminación entre sus huéspedes, haciéndolos más inquietos y desordenados convirtiéndolos así en fácil presa de caza o descuidados dueños de mininos en sus hogares. Pero en el caso de bacterias intestinales se trataría de una relación más delicada y sutil, casi desde la distancia, con nuestro sistema nervioso central y nuestra mente. No es imposible que la evolución haya permitido que algunos organismos pequeños modelen la dieta y conducta de hospederos mayores para aumentar la sobrevivencia de esas especies menores.
Desde un punto de vista bioquímico las bacterias intestinales son fuente importante de triptófano. Este aminoácido es de los llamados esenciales porque nuestro metabolismo no puede construirlo y dependemos para adquirirlo de nuestra dieta o nuestras bacterias que sí pueden hacerlo. Esta molécula sirve para hacer serotonina, importante neurotransmisor llamado la “hormona” del placer, el sueño y el humor. Los antidepresivos más frecuentemente formulados son aquellos que bloquean la retoma neuronal de serotonina elevando así su nivel cerebral efectivo. Imaginemos entonces que tenemos una población bacteriana intestinal que no produce o promueve la absorción de triptófano. Quedaríamos ad portas de una depresión clínica. ¿Estaríamos enfermos en ese caso del colon o del cerebro?
También se investigan otros mecanismos patogénicos. Los lipopolisacáridos, endotoxinas bacterianas que pueden filtrarse desde el intestino producen un estado proinflamatorio importante en enfermedades como la aterosclerosis (causa de un número importante de accidentes cerebrovasculares y algunos casos de demencia senil) y enfermedades neurológicas inmunes como la esclerosis múltiple. Esta última condición es mucho más frecuente en países con dieta “occidental y urbana” que se acompaña de cambios característicos de la flora intestinal. Se habla también de una neurotrofina cerebral susceptible de ser modificada por nuestros microorganismos intestinales. Esa molécula mantendría viables las neuronas sanas y su deficiencia está asociada al Alzheimer.
Como vemos muchas patologías neurológicas se asocian a nuestras bacterias del colon pero no es simplemente que prevalezcan algunas malas. No son procesos infecciosos ni se curan con antibióticos. Estos fármacos a veces empeoran la situación acabando “hasta con el tendido de la perra” al despoblar nuestros intestinos. Se trata de mantener un equilibrio saludable, como prescribía la medicina hipocrática, y esto se consigue básicamente con la dieta. La recomendada sería habitualmente una dieta mediterránea, baja en grasas, baja en productos de origen animal, alta en fibra de origen vegetal, con alimentos fermentados ricos en probióticos. Curiosamente no se recomienda higiene excesiva por fobia a los microbios. Tanto es así que se están investigando “trasplantes” fecales en ciertos pacientes críticos