“Su enfermedad es incurable”. ¿Cuántas personas escuchan este veredicto diariamente? Muchas. Una sentencia de… (cada quien pondrá el adjetivo que desee). Cuánto sufrimiento apegado a esta frase. Lo que realmente debería decir el médico es: “La medicina que le puedo ofrecer todavía no tiene suficiente sabiduría para curar su enfermedad”, sería más consecuente con la realidad, más apegado a los hechos de las personas que sí han logrado sanar de ello, más esperanzador. Esa frase le daría a la persona la opción de buscar otras vías, que ya existen. Sería más honesto reconocer la ignorancia y dejar abierta la puerta a otras realidades.
La medicina alopática ha fracasado en dichas enfermedades, las crónicas. Diabetes, artritis, hipertensión, fibromialgia, sida, por poner solo unas pocas. Pero apegándonos a una mayor verdad, no ha fracasado, simplemente no ha sabido descubrir la causa verdadera de dichas enfermedades. Y aquí viene la continuación de mi columna anterior “La enfermedad no está en el cuerpo”.
La enfermedad nace en nuestros hábitos, lo dice desde siempre la salud pública, lo recalcan los médicos que saben de prevención y quienes abogan por el bienestar como un buen equilibrio orgánico. Balance mente-cuerpo; interacción alma-ambiente; desarrollo del ser humano a raíz de la enfermedad misma, son condiciones indispensables.
Convertir la enfermedad en una oportunidad de vida, de mejoramiento como ser humano, conduce a sanar y curar. Se logra al revisar hábitos mentales, emocionales, corporales y por supuesto espirituales. Es cambiar nuestra rutina, la solución. Continuar con los actos que han predispuesto nuestro cuerpo a la enfermedad solo la hace más profunda. El cambio de hábitos —radical— permite crear un nuevo terreno en el cual la enfermedad no incube. La materia sigue a la energía. Los hábitos son energía creadora. Cuerpo que responde a pensamientos y emociones.
Ser flexible en vez de rígido mental, flexibiliza músculos y tendones; expresar el anhelo de libertad, nos hace respirar fácil en cualquier ambiente; la alegría permite a la sangre circular sin estancarse; la sinceridad alivia la duda y por tanto la tensión craneana; Hábitos: flexibilidad, libertad, alegría, sinceridad, curan fibromialgia, asma, infartos y cefaleas. Hábitos son mantener valores y principios humanos. Solo eso.
Los únicos factores comunes que tienen las personas que han curado de las llamadas enfermedades crónicas e incluso las terminales son: el desafío que han hecho al veredicto médico y una razón profunda —propósito— para vivir. También asumen, no delegan, las decisiones sobre su tratamiento, toman las riendas en sus manos. Sí las hay, quienes lo han logrado y cada día pueden ser más.
Permítanme sugerirles buscar en su círculo de amigos y conocidos, seguro encontrarán ejemplos válidos. Son casos excepcionales, dirán algunos, yo digo que son casos de personas con conciencia evolutiva, que vienen al mundo a mostrar que sí es posible la curación de toda enfermedad y el estado de bienestar permanente.
La propuesta es entonces, salgamos del callejón de la biología y adentrémonos en la autopista de la integralidad —del ser humano—. Dejemos de buscar causas en lo externo, de achacar culpas al entorno y volvamos al mirada a nuestro interior, somos responsables en la creación de salud y bienestar. Curaremos, aún de las enfermedades mal llamadas "crónicas".
