Para los indígenas wiwa, en la Sierra Nevada de Santa Marta, existen energías masculinas y femeninas, cada una con sus propias características. Una de ellas es la temperatura, asociada, entre otras, a la velocidad. La masculina es caliente y acelerada. La femenina, fría y calmada. De los cuatro pueblos de la Sierra, solo en el wiwa quedan sagas (y muy pocas), autoridades espirituales como los mamos. La energía femenina es como la del árbol que proyecta una gran sombra en un paisaje árido e invita a parar, descansar, compartir y disfrutar la vida; así lo explicaba una saga un día caluroso en la Achintikua, un pueblo en la Sierra, mientras señalaba el paisaje ocre y quemado, el río como un hilo, los animales raquíticos. La saga dijo entonces que la sequía y el calor se abrían paso porque se había perdido el equilibrio entre mamos y sagas.
Desde entonces, eso fue hace varios años, no he dejado de pensar en cómo el equilibrio perdido entre energías masculinas y femeninas es responsable de la crisis climática que vivimos. No quisiera atribuir, necesariamente, estas energías a los sexos biológicos. Cualquier persona puede tener un temperamento o comportamientos acelerados o pausados. Pero un hecho sí es cierto: el mundo es dominado por hombres y las características personales que culturalmente se consideran exitosas tienen más que ver con el calor que con el frío: se aplaude ser ambicioso y tener una carrera, y trabajar en función de ella sin descanso. En cambio, el descanso o las actividades improductivas y desinteresadas nos generan de alguna manera culpa.
Carrera, con su clara connotación de competencia, es la forma como llamamos el camino profesional que nos trazamos. En el mundo corporativo, la lógica de correr y la competitividad son valores supremos que garantizan la diversidad y la calidad de la oferta de bienes y servicios, entre otros beneficios que promulgan muchos economistas, sin considerar seriamente la variable de la temperatura. La claridad de la saga wiwa se les evaporó en esta caldera de mentes ardientes, como muchas otras formas de pensar y ver el mundo que sencillamente desprecian por parecerles mito, superstición, chisme, novela o cualquier narrativa asociada a lo femenino o a las culturas que se consideran subdesarrolladas.
El resultado de tanto afán es el calor. En su sentido figurado, somos cabezas recalentadas de estímulos, deseos y ambiciones y, en el más literal, vivimos el aumento de la temperatura media del planeta que no parece frenar. Hasta hoy, ha sido un rotundo fracaso dejar la solución en manos del mercado por medio del precio al carbono y algunos estímulos tributarios. No ha servido para nada comprometer a los países a hacer listas de acciones y buenas intenciones. Creyendo que es posible revertir esta crisis con medidas que no amenazan el “business as usual”, la temperatura seguirá subiendo y la crisis climática reventará en formas no siempre predecibles como el colapso de ecosistemas con sus coletazos de migraciones, escasez de bienes básicos y quizás nuevas guerras.
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Es necesario darle un lugar en la política, la economía, la academia, en el sexo y en el ocio a la energía femenina y optar por formas de vida que, en la práctica, enfríen la cabeza y planeta
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Bajo la sombra de la saga wiwa entendí, tras ese día amarillo en la Sierra, que es necesario darle un lugar en la política, en la economía, en la academia, en el sexo y en el ocio a la energía femenina y optar por formas de vida que, en la práctica, enfríen la cabeza y planeta. Hoy la decisión climática más importante y efectiva está en manos del Consejo de Estado. Sus magistrados y magistradas tienen la oportunidad histórica de sumarse y contribuir a la jurisprudencia climática global que ha ido formando un cuerpo normativo cada vez más realista, coherente y decisivo para enfrentar la crisis climática, entre otras, tomando decisiones ajustadas a los actuales imperativos éticos como dejar combustibles fósiles bajo el subsuelo a partir del desarrollo de nuevos estándares y derechos como los de las próximas generaciones.
Los magistrados y las magistradas decidirán la próxima semana sobre el fracking en Colombia. Si le cierran la puerta, evitarán la emisión a la atmósfera de 4.000 millones de toneladas de dióxido de carbono y otros gases efecto invernadero directamente responsables del calentamiento. Esto es significativamente mayor a la suma de todos los compromisos climáticos que el gobierno ha suscrito. Puede que el gas extraído con el fracking no se queme en Colombia, pero sí afectará la casa común. Además, la sola explotación mediante fracking, con sus potenciales daños ambientales y sociales, acentuará aún más nuestra vulnerabilidad para enfrentar la crisis.
Nadie como ustedes, magistrados y magistrados, tiene hoy, en todo el país, el poder de tomar una decisión climática tan importante y efectiva. Les deseo la energía sabia y fresca de la saga, para que las nuevas generaciones recuerden su decisión como un árbol robusto y lleno de vida, bajo el cual, como Nación, nos despedimos del fracking y nos trazamos nuevos rumbos esperanzadores.