Endeudado de por vida, con bienes de mentira

Endeudado de por vida, con bienes de mentira

"Nada me ha pertenecido, ni nada me pertenecerá tampoco, ni la tumba, ni mi alma. He vivido en arriendo toda mi vida"

Por: César Ospino Pretelt
agosto 30, 2017
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Endeudado de por vida, con bienes de mentira

He vivido endeudado toda mi vida. En este país y en el estrato social donde nací, todo se adquiere a plazos, siempre estás en deuda y se arrienda todo para vivir. Según la tradición filosófica dogmática, si no te tocó nacer en cuna de ricos, siempre vivirás endeudado.

He vivido en arriendo toda mi vida. Desde niño me inculcaron el sofisma de que debía educarme y cuando grande, emplearme, ganar dinero y adquirir bienes a plazos, aún cuando al parecer nunca poseemos nada.

Primero fue la vivienda: creí que la había adquirido, pero no, mentiras. Aunque en un papel decía que era mía, en realidad era de los señores de la banca y la viví a plazos por veinte años, pagándoles el doble del valor por la que me la vendieron. Luego la tomó el Estado. Aunque un papel llamado “catastro” decía que era mía, en realidad debía pagarla por siempre, so pena de ser sometido a un juicio de lanzamiento si les dejaba de cancelar.

Igual destino corrió el automóvil. Un papel llamado “rodamiento” decía que era mío, pero debía pagarlo por siempre, so pena de que me lo quitaran.

He vivido endeudado toda mi vida. Compré mi educación superior a plazos y después arrendé mi conocimiento y mi capacidad de trabajo a cambio de unos pesos. Arrendé mi tiempo, mi voluntad, mi paciencia; fui esclavo de unas políticas y normas del empleador que iban en contravía con mi pensamiento; me vestí con dignidad, con los trajes que especificaba la etiqueta y el glamour del empleador, más no como yo quería.

He sido un arrendatario ejemplar para el Estado, la banca y el empleador. Y ellos, unos señores arrendadores implacables y sin alma, que te succionan la vida quitándotela a plazos lentamente.

Me educaron con la convicción de que debía darle gracias a Dios por tener un trabajo, devengar y poseer unos bienes aunque al parecer, fueran de mentiras.

Muchísimas veces he sido arrendatario y unas pocas, arrendador. Arrendé el amor de mi compañera sentimental y le pagué con ilusiones y esperanzas hasta cuando estas empezaron a derrumbarse. Arrendé mi verdad hasta cuando a otros les pareció una mentira. Arrendé la amistad de muy pocos amigos y les pagué con mi voluntad de querer estar allí siempre, escuchándolos y comprendiéndolos. Arrendé las calles por donde circulo y los parques por donde camino. Arrendé y arrendaría muchos momentos más para escribir, espacios para leer, instantes para disfrutar con mi familia, hijos y nietos. Todo para no aceptar que la soledad y el vacío es lo único que poseo.

Nada me ha pertenecido, ni nada me pertenecerá tampoco, ni la tumba, ni mi alma. He vivido en arriendo toda mi vida y tengo un infinito listado aún de cosas por tomar en arriendo a plazos. No obstante, creo que me faltará vida para pagarlos.

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