En noviembre del 2015 José Luis Barceló no dudó en dejar libre al coronel retirado Luis Alfonso Plazas Vega. El militar, quien estuvo preso desde julio del 2009 en la Escuela de Infantería del Ejército Nacional en el norte de Bogotá, estaba sindicado de las desapariciones del administrador de la cafetería Carlos Rodríguez y de la guerrillera del M19 Irma Franco durante la retoma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985. Las pruebas que tenían contra Plaza Vega no eran concluyentes, contrario a lo que había sucedido en las dos primeras instancias: la Corte dictaminó que los cuatro testimonios que habían servido de base para la condena de 30 años no eran muy sólidos, sobre todo el del sargento Édgar Villamizar Espinal. El oficial había entregado una versión en 1990 llena de inexactitudes. La decisión se tomó en una votación dividida, 5-3. Barceló, quien presidía la sala, votó por la absolución.
Para Barceló no fue un caso cualquiera. Ese día murió Ricardo Medina Moyano, uno de los 11 magistrados que cayó en la retoma del Palacio de Justicia. A Moyano le debe Barceló toda su carrera. Su mamá era amiga íntima de Medina y, a finales de la década del setenta, cuando tomaba clases de derecho en la Universidad Militar, le pidió que le ayudara a pagarle el estudio. Le dio trabajo en su oficina y aprendió todo de él. No fue su discípulo sino su “feligrés” como le decía en tono de broma y cariño. Y luego fue él quien le dio su primer trabajo, notificador del juzgado 15 de Bogotá.
Uno de los hombres más felices por la absolución de Plazas Vega fue el hoy senador Álvaro Uribe, quien dijo en el momento de enterarse de la noticia: “Nos embarga una enorme alegría al conocer la noticia (…) Nos alegra inmensamente por él; por su esposa, nuestra compañera, la senadora Thania Vega; por sus hijos y por la familia; por las Fuerzas Armadas de la patria que han tenido que soportar tantos rigores e injusticias”.
Un detalle para mostrar la manera de operar de Barceló —el mismo al que le llegó en el 2017 el caso de la presunta manipulación de testigos por parte del senador Iván Cepeda y quien terminó exonerando a Cepeda y ordenando, por el contrario, compulsarle copias a la Corte Suprema contra el expresidente— es que en diciembre 2010 no dudó en fallar a favor de Uribe frente a la demanda por injuria y calumnia interpuesta por el entonces director de Noticias Uno para sacudirse de los señalamientos en redes de unos supuestos nexos con el narcotraficante Pastor Perafán; el magistrado consideró que no había lugar a tal demanda.
Otro caso fue el del general Lelio Fadul Suárez Tocarruncho, de los afectos del expresidente Uribe, detenido en el 2012 por su presunta participación en la falsa desmovilización del frente de las Farc Cacica La Gaitana. En un documento de 130 páginas Barceló concluyó que no estaba probada la participación del brigadier en estos hechos y en el 2016 fue puesto en libertad por orden del magistrado.
Fiel a la virgen, a San Benito y encomendado al niño Jesús de Praga, a la memoria de su hija Sonia Carolina, quien murió en el 2003 a los 17 años y a la ley, José Luis Barceló Camacho es inmune a las críticas que le llegan de tirios y troyanos. Los de izquierda le dicen que es fascista porque estudió en la Universidad Militar. Los de derecha no le perdonan que haya redactado, junto a otros dos magistrados, un documento de 219 páginas en el que absolvieron al senador del Polo Democrático Iván Cepeda Castro, por la acusación que le hizo Uribe Vélez en el 2012 por una supuesta vinculación de Cepeda a un carrusel de falsos testigos. La acusación del expresidente aseguraba que Cepeda usó una misión humanitaria buscando exparamilitares que estuvieran presos e intentar hacer que declararan en contra de Uribe. Barceló desestimó las pruebas.
Lo que terminaría de exasperar al presidente Uribe y a sus seguidores sería la validez que le dio el magistrado Barceló a los testimonios de los exparamilitares Pablo Hernán Sierra y Juan Guillermo Monsalve en contra de Álvaro Uribe Vélez que lo señalaban de crear el Bloque paramilitar Metro, además de manipular testigos y de fraude procesal, el proceso con el que le abrió indagatoria este martes 24 de julio y que forzó su renuncia a su condición de senador. Empieza una ardua defensa que tendrá al país en una expectativa judicial y política.
José Luis Barceló, a los 59 años, sabe que podría protagonizar el juicio del siglo. Hijo de un español que a sus 96 años todavía se dedica a un poético hobby, el de entrenar palomas mensajeras, el magistrado Barceló se distrae consintiendo a Luciana, su pequeña hija de diez años. Sigue llegando a las seis de la mañana, antes que nadie, a su despacho en la Corte Suprema. Nunca se toma un trago y hace cinco años no se fuma un cigarrillo. Su pasión sigue siendo el derecho, la ley. Su constancia y ecuanimidad lo tiene muy cerca de hacer lo que ningún otro magistrado ha hecho en este país: llevar a un juicio a un expresidente, al expresidente más popular en la historia de Colombia.