'Encerrada': terror pero sin miedo

'Encerrada': terror pero sin miedo

Sebastián Martínez actúa igual que en la novela

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julio 11, 2014
'Encerrada': terror pero sin miedo

Entonces llega un gringo a Bogotá, una ciudad brumosa, húmeda y fría, a rescatar a su hijita de los peligros que acarrea estar en el tercer mundo. El tipo está fastidiado, como no. Acá asesinan gente y hasta cualquier encantador camarógrafo podría tener como hobby enamorar jovencitas para después enviarlas a las Europas con la barriga llena de bolsitas de heroína. No gringo hermoso, vete rápido, este no es un lugar para gente buena y blanca como tú, menos ahora que a la tarada de tu hija le ha dado por enamorarse de un aborigen.

Le dice que empaque la maleta, que se devuelvan inmediatamente para Connecticut en donde la gente sí que es más decente y civilizada. Ella, haciendo gala de la rebeldía típica de una adolescente gringa, le planta cara su padre y le dice, en inglés por supuesto, que  ni por el chiras se irá de ahí ya que ha dejado su pasaporte en Medellín.

Al ser  esta vaina  la jungla y la precariedad de nuestras vías hace imposible el envío de paquetes, encomiendas o pasaportes norteamericanos por el territorio nacional, padre, hija, sobrino, madrastra y novio se montan en una camioneta rumbo a Medellín. Como es una película de terror hecha en el tercer mundo, eso para qué se van a poner a investigar si acá existen carreteras o no, lo mejor es meterlos en una trocha inmunda, en medio de un aguacero, una trocha en donde todo el tiempo la montaña amenaza con desplazarse y acabar con todo lo que encuentre a su paso y que pesar, pero no hemos recorrido ni 15 minutos de la película, cuando ya vemos al Peter Facinelli ese, “El mismo de Crepúsculo” como murmura una chica emocionada a unos cuantos puestos de donde estoy al reconocerlo, revolcarse en el fango con su familia por culpa de un derrumbe.

Caminan entre la selva y la lluvia y dan con una mansión victoriana lo más de bonita. Tocan una y otra vez y aparece, en el vidrio de la puerta, un tipo siniestro con cara de Gustavo Angarita y con acento de película de suspenso mexicana de los cincuenta, que les advierte al abrirles, con la gravedad de su voz, que la casa “guarda secretos” y entonces, allí en el sótano de la edificación, vemos que una niña está encerrada y apenas la sueltan pues, en teoría, debería empezar el terror.

Tenía muchas ganas de ver Encerrada. Su estreno el año pasado en el prestigioso festival de Sitges levantó sólo críticas favorables. Hablaban de que su director, Víctor García, había logrado crear un ritmo y una atmósfera trepidante. Lamentablemente no sé si haber visto cuando era niño a Gustavo Angarita convertido en Rasputín o saber que Carolina Guerra a falta de talento interpretativo recurre al  tentador impulso de mostrar sus senos, detalle que los espectadores masculinos siempre agradeceremos, le resta credibilidad y misterio a una película que está hecha para asustarnos.

El realizador catalán, con amplia experiencia en el género, había dicho unos meses atrás  “sin personajes, el  terror no puede dar miedo” y esto es precisamente lo que sucede con este malogrado filme. Porque podremos aceptar las incongruencias que quieras, por ejemplo que una niña encerrada en una casa en plena sabana cundiboyacense hable con acento gringo, o que el policía que diez minutos atrás afirme que el eso del espick inglich pocón pocón, pero después lo encontramos manejando el inglés con la maestría de Harold Bloom, no nos importan demasiado, cosas peores le hemos perdonado a Wes Craven y Sam Raimi, pero de ahí a que a Facinelli se le note la desesperación que tiene por volver lo más pronto posible a Los Ángeles y que Sebastián Martínez vuelva a hacer los mismos gestos que hacía en la novela que protagonizó con Kathy Saenz, si son cosas que a uno lo sacan inmediatamente de la atmósfera enrarecida que toda buena película de terror debe tener.

Y esto es otro aspecto que adolece Encerrada, la atmósfera no aparece. No te sientes en un sitio en donde verdad se asiente el mal. Por más cucarachas que puedas poner debajo de una muñeca eso no basta para que te creas el cuento de que la hermosa casa está maldita. Y lo peor es que el diseño de arte está muy bien, es de lo mejorcito que le hemos visto, en este aspecto, a una película con personal colombiano. Yo no sé si es la fotografía o las actuaciones, pero por más de que intentes y hagas fuerza por sentir un poco de miedo este no aparece y ojo que este muchacho que les está hablando es de los que duerme con las luces encendidas cada vez que revisita The hills have eyes.

El género más difícil es el horror, por eso es tan raro poder ver una película que nos ponga los pelos de punta.  Si tu pretensión es asustar lo peor que puedes hacer es agarrar todas esos filmes que amas como Evil dead, El conjuro. Suspiria y El exorcista y hacer un salpicón con ellos. Hay gente que gracias a sus influencias pueden encontrar un discurso propio, en el caso de Víctor García tan sólo se trata de un deslucido intento por emular a sus ídolos.

Cuentan que la producción estuvo llena de problemas, que el actor principal renunció unos cuantos días antes del rodaje y que la película estuvo a punto de cancelar. Filmada a finales del 2012, el año pasado estuvieron desde el cuarto de montaje intentando salvar las lagunas que presentaba el guión. Un trabajo desde todo punto de vista extenuante. El esfuerzo parece que valió la pena, al menos desde el punto de vista de la taquilla nacional en donde ya, dos semanas después de su estreno, ha sido vista por más de 115 mil personas. No sé si esta sea la cantidad de espectadores esperadas para salvar la inversión, pero para el país y teniendo en cuenta su estreno en pleno mundial, es una buena cifra.

A mí, al verdad sea dicha, no me gustó, pero las admiradoras de Crepúsculo afirman que el palo ese de Peter Facinelli acá sale más bueno que el pan. Si no la han visto vayan a verla.

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