En Tumaco, en la década de los sesenta, rara vez se veía un muerto violento, la gente moría de vieja, en su cama. Muchos de nosotros conocimos un muerto con arma de fuego o cortopunzante cuando llegamos a estudiar a las ciudades.
Sin embargo, desde ese entonces nos acompañaba y nos sigue acompañando el abandono del Estado. No teníamos acueducto, alcantarillado, escuelas ni centros de salud —tanto en la zona urbana como en la rural, que está conformada por más de 300 veredas—. Las mujeres por el solo hecho de dar a luz en este municipio tienen tres veces más posibilidades de morir que una que dé a luz en Cali. Por su parte, los niños tienen dos veces más posibilidades de morir antes de llegar a los cinco años. La planificación centralizada del Estado nunca ha permitido que sean los nativos quienes decidan el porvenir de su región y encuentren la semilla de un futuro diferente del presente lleno de dolores y tristezas.
En la década de los ochenta, al cacao, el principal producto agrícola de la región, le cayeron las pestes de la monilia y la escoba de bruja que disminuían la producción en más del 50%. Así, los agricultores tenían que hacer largas colas a sol y agua en el punto de acopio de La nacional de Chocolate para vender lo poco que que podían recoger, que muchas veces era rechazado. Al mismo tiempo, los derrames de crudo que se producían en el oleoducto transandino acababan con la fauna marina en la bahía. Entonces, ya no solo estábamos abandonados por el Estado, también teníamos el cacao enfermo y el pescado, nuestro principal alimento, desapareciendo por la contaminación.
Por la posición geográfica privilegiada comenzaron a llegar a Tumaco personas que venían desplazadas del Putumayo a causa de las fumigaciones con glifosato. Muchas de ellas trajeron consigo la semilla de la coca y le enseñaron a los campesinos que en seis meses podían ganar más que en toda su vida cultivando cacao. De ese modo, con ellos llegaron los otros eslabones de la cadena del narcotráfico y le enseñaron a los pescadores que con un solo viaje en lancha podían ganar más que toda su vida pescando. Unos pocos se embarcaron en esta aventura, muchos de ellos prosperaron y posteriormente la vida les cobro esa osadía con la cárcel o la muerte.
Actualmente tenemos 23.148 hectáreas de coca sembradas, la presencia de todos los carteles de la droga, de los grupos armados al margen de la ley y muchos de nuestros jóvenes sumidos en la cultura del enriquecimiento fácil.
Nos cambiaron el cacao y el pescado por la coca y la vida por la muerte; pero esto no sucedió de un día para otro, desde 1980 le advirtieron a cuanto funcionario de orden nacional que pudieron que Tumaco estaba sufriendo una “urabización”, pero nadie les paró bolas. Los gobiernos de turno se hicieron los desentendidos.
Hoy no tenemos acueducto, ni alcantarillado, ni escuelas, ni centro de salud, ni empleo y en el cementerio no caben más cadáveres. Aunque el abandono es ancestral, solo nos queda decir: ¿De qué se asombra el gobierno?
Mientras, seguiremos llorando nuestros muertos porque el gobierno, como muchas otras veces, genera planes en contra de la cultura de la gente que nunca logra cancelar la deuda social del país con esta región.