Elegidos Ricardo Orozco a la Gobernación del Tolima y Andrés Fabián Hurtado a la Alcaldía de Ibagué, por el movimiento “barretista” conservador (por el apellido del actual gobernador Oscar Barreto) que hizo moñona en la capital y el departamento mismo, es hora de pasar la página no sin antes hacer algunas consideraciones que creo expresan lo que muchos piensan desde la tierra firme de Colombia hoy.
Una vez pasada la contienda electoral, en especial esta del 2019, que fue de forma particular altamente densa, oscura, matizada por una lucha feroz y sin límites para llegar al poder regional y local o para mantenerlo —donde todo tipo de situaciones non sanctas fueron puestas en evidencia y utilizadas por campañas, candidatos y asesores, casi que se convierte en un descanso que se sepa quiénes ganaron y quiénes perdieron electoralmente hablando—, lo que uno percibe es que puede ser que tanto el departamento como su capital y por tanto la posibilidad de progresar, lograr bienestar para todos e ir cambiando las costumbres politiqueras por una mayor conciencia política, también hayan sufrido un duro revés por culpa de esta puja de intereses puesta en evidencia como nunca antes en estas tierras. Esperamos que no sea así.
En una región donde aún son altos los índices de pobreza e inequidad, pensar en vivir con calidad de vida parece una quimera para muchos o un mal chiste para miles de paisanos, especialmente de las zonas rurales y sectores deprimidos de las urbes, pues lo mejor será esperar que el cuatrienio que viene sea bueno o aunque sea un poco mejor y traiga aciertos desde las administraciones en beneficios de todos.
Ojalá que los mandatarios electos tanto de Ibagué como del Tolima no lleguen con el complejo de Adán, pensando que el departamento y sus acciones administrativas llegaron con ellos, que de ahí para atrás nada sirve, que todo hay que cambiarlo, que a poco se le puede dar continuidad, segundas fases o mejorarlo.
Claro, pidamos que tampoco vengan a improvisar, pensar que el agua moja o tratar de llevar a cabo proyectos traídos de los cabellos, improvisados, sin sustentos técnicos ni los soportes legales y financieros debidos ni el rigor que se requiere previo a poderlos ejecutar.
Reclamemos para que mantengan fluida y permanente relación con los gremios económicos, las universidades, instituciones públicas y privadas, para retroalimentarse o ajustar sus iniciativas de gobierno. Que controlen sus egos, desoigan a los áulicos, lambericas e interesados en ganarse sus bendiciones para los contratos o los puestos. Que no dejen de escuchar y recibir a los ciudadanos, pero que también entiendan que decir No es una respuesta, porque con el presupuesto deben ser responsables y la plata del erario hay que hacerla rendir.
Que entiendan que la actividad pública es una profesión de alto riesgo hoy en día, que pueden salir de sus despachos no de regreso para sus casas si no para las cárceles de Picaleña, La Modelo, del Espinal o el Líbano si no hacen las cosas bien, apegados a la ley, con honestidad y transparencia.
Por último, sería altamente mezquino de parte de cualquiera comenzar a descalificarlos de entrada, entretenerlos con demandas, enredarlos con injurias, restarles impulso a sus propósitos de gobierno sin que ni siquiera conozcamos sus equipos de trabajo, su plan de desarrollo local o regional o estilo de trabajo. Porque es claro que si a ellos les va bien, a la ciudad le va a bien, a muchas familias que hoy buscan su sustento y una oportunidad de empleo o mejorar sus ingresos les irá bien. Como dicen en el mundo de los marineros, buen viento y buena mar. Echémonos la bendición y como dicen por ahí “dios nos coja confesados” y la mayoría no se haya equivocado en las urnas.