En medio del caos que nos ha traído vivir una pandemia, muchos salen a cuestionar con toda legitimidad donde se encuentra la Iglesia cristiana. Lo cierto es que no se ha vuelto a ver a pastores “haciendo milagros”, u orando por los enfermos. Aún peor, se les cuestiona su ausencia al momento de ayudar a los más necesitados, ahora multiplicados por la cuarentena. ¿Donde está la iglesia? Preguntan muchos. Y la verdad es que por mucho tiempo la iglesia ha sido mal definida a partir de nombres de pastores o congregaciones, y por eso no ha sido vista de la manera que debe ser.
El coronavirus si bien ha traído muchas catástrofes de todo tipo, nos ha sido muy útil para otras cosas. Vemos en noticias como personas de la mayoría de estratos luchan por sobrevivir en menos de un mes de cuarentena. La pandemia nos a puesto cara a cara con una realidad que nos habían vendido falsamente como otra, y es que somos más pobres de lo que pensábamos. Esta realidad se acentúa cuando miramos hacia ciertos sectores y vemos como centenares de personas comienzan a agitarse y sin miedo a nada, salen desesperados al las calles por el hambre. Por que esta es una verdad evidente: nuestro país vive hambre, y lo ha hecho durante muchos años, solo que el Coronavirus nos obliga a ver lo que habiamos preferido ignorar por mucho tiempo. ¿Donde ha estado la iglesia durante todo este tiempo?
Tristemente nos han enseñado que la Iglesia es ese templo de cuatro paredes, lugar santísimo donde aparentemente la presencia de Dios habita. "Servir a Dios” se convirtió en algo exclusivo: solo cuenta como servicio si lo haces dentro del templo, y así ponen a la gente a cuidar carros, a lavar baños y a arreglar sillas, porque esta es la única manera para aquellos que no tienen llamado a ser “pastores” de servir al Señor. Todo lo que pase afuera del templo es “secular” y no cuenta, o es mínimo. ¿Es esto cierto? Podría serlo para ciertas creencias, de hecho así lo practican con similar estructura en decenas de religiones, pero jamás para los cristianos.
La iglesia, tal como Jesucristo mismo la diseñó, es la comunidad de creyentes que habitan el mundo. Son los individuos hechos comunidad en la causa común del amor redentor del Padre que salen a dar dichosos lo que a ellos les llega por cantidad: gracia y amor. La iglesia no es un nombre, un templo o un pastor. La cuarentena nos ha permitido cuestionar lo que por mucho tiempo era incuestionable: ¿Qué es realmente la Iglesia? Y ahora que no hay espacio para reuniones en templos ¿Cómo practicámos nuestra fe? Benditas preguntas. Y precisamente otra ventaja del Coronavirus es mostrarnos a los creyentes, que aún cuando no vamos a las mega reuniones, y no servimos en los mega templos, nuestro llamado a amar y a servir como Jesucristo lo hizo se mantiene. Para eso no hay cuarentena. ¡Al contrario! Es el mejor momento que ha existido en nuestra historia para SER iglesia, en lugar de solo IR a la iglesia. Los conceptos son muy diferentes y no lo habíamos entendido, por que no era permitido. Nos ha llegado la hora de ser la iglesia verdadera.
Por el lado de los llamados así mismo creyentes, escucho como están convocando oración y ayuno. Y muy acertados por que realmente lo necesitamos. Sin embargo, nuevamente los conceptos han sido mal entendidos o quizá mal enseñados. La Biblia nos muestra como el verdadero ayuno o alabanza no se trata de rituales ni de sacrificios, sino de obediencia. Jeremías dio un mensaje claro de parte de Dios: “Cuando saqué a sus antepasados de Egipto no eran ofrendas quemadas ni sacrificios lo que deseaba de ellos. Esto les dije: “Obedézcanme, y yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo. ¡Hagan todo lo que les diga y les irá bien!”. Verso tras verso e historia tras historia, Dios nos recuerda que nuestra obediencia vale más que cualquier sacrificio o ayuno. ¿Por qué? Porque es a través de nuestras acciones que demostramos si realmente creemos ó mejor, demostramos lo que creemos. Esta muy claro. La fe sin acciones está muerta, y los sacrificios (oraciones y ayunos) sin obediencia no valen nada delante del cielo.
Previo a la crisis del coronavirus, Colombia ya se encontraba con varias crisis en punto de ebullición. Teníamos al país en paro mientras muchos sectores: campesinos, estudiantes, desplazados, trabajadores, médicos, etc. manifestaban sus necesidades insatisfechas. Tristemente, la mal llamada Iglesia a vocería de unos cuantos pastores, pretendió callar la protesta de muchos en necesidad, y hacerse los ciegos a las tantas situaciones de miseria que vive el país. Hoy en día, todas esas ollas a presión comienzan a estallar: hambre, miseria, desigualdad escondidas debajo del tapete de un pseudo-progreso, ahora no pueden ser evadidas. La sociedad nuevamente pregunta ¿Dónde está la Iglesia?
Tristemente, esa verdadera iglesia (la comunidad de creyentes) nos habíamos aislado de la sociedad como si el pecado fuera un coronavirus. Nos habían enseñado que debíamos aislarnos de aquellos “enfermos” como si nosotros nunca lo hubiéramos sido. Mal pensábamos al prójimo creyéndolo “sucio” sin darnos cuenta que nosotros también cargamos su misma enfermedades y recibimos la cura gratuitamente. Mal entendimos nuestra tarea, pensando que nuestro deber es “mantener nuestra propia santidad”, trabajo que es imposible mediante fuerza humana, sin darnos cuenta que Dios haciéndonos inmunes a través de Cristo, nos envío al mundo con la cura! Pero al contrario, nos escondimos en nuestros templos, y nos escudamos en las “alabanzas, oraciones y ayunos” sin darnos cuenta que dejamos de ser el vehículo del mensaje más importante para la humanidad: Jesucristo. ¿Como lo van a conocer si nos mantenemos encerrados? ¿Como lo van a ver en acción si nos dedicamos a “practicar nuestra fe” a puerta cerrada? Nos enseñaron muy mal.
Muchos se preguntan porque Dios no responde pero quizá ya lo haya hecho a través de su palabra. Y casualmente no tiene nada que ver con nuestra asistencia a las mega reuniones.
La respuesta no está en los templos o en las reuniones masivas de creyentes. Mucho menos a través de pastores que prometen salvación y seguridad. Ha sido un completo engaño creer que nuestro vivir con Dios se limitaba a nuestra asistencia dominical. Jeremías también hizo público nuevamente el deseo de Dios para sus hijos: “pero no se dejen engañar por los que les prometen seguridad simplemente porque aquí está el templo del Señor. Ellos repiten: ‘¡El templo del Señor está aquí! ¡El templo del Señor está aquí!’. 5 Pero seré misericordioso únicamente si abandonan sus malos pensamientos y sus malas acciones, y comienzan a tratarse el uno al otro con justicia; 6 si dejan de explotar a los extranjeros, a los huérfanos y a las viudas; si dejan de asesinar; y si dejan de dañarse ustedes mismos”.
Llegó la hora de que la verdadera iglesia salga a practicar su fe. Los templos, aunque presten su servicio, no cumplen con el propósito para el cual estamos vivos en este momento de la historia. El amor de Dios debe ser demostrado constantemente, en nuestro amor y misericordia con el prójimo. Sin esto no hay fe verdadera, y solo creemos en una religión egocéntrica y vacía. Si queremos que Dios responda y si realmente buscamos que se involucre en nuestra realidad, nuestra fe en acción es completamente necesaria. Nuestro compromiso como cuerpo de Cristo es salir al mundo con el amor mismo que él nos dio. El Amor es la única vía. El mundo aún no lo ha entendido y nosotros debemos mostrarlo con ejemplo para que aquel que por decisión propia desee, lo pueda vivir y conocer.
Somos llamados a ser sal para preservar al mundo y luz para alumbrar y dar claridad a la verdad. Pero para esto es importante aclarar que no es actuando como el mundo lo hace cuando quiere hacer “lo bueno”, que nosotros debemos preservar el mundo. Ser buen estudiante, buen trabajador, buen empresario no valida en nada nuestra cristiandad, como algunos sugieren. Por ahí ya pasamos en la historia y no logramos mucho. Cualquier persona de cualquier creencia puede hacer esto, y ¡lo hacen muy bien! Nuestra diferencia no está en nuestra capacidad sino en nuestra compañía. Cargamos a alguien que no es de este mundo, y su amor, su generosidad y su compasión llegan a puntos inimaginablemente posibles para la humanidad. Ahí, en lo imposible, en el servicio sin esperar gratitud, en la generosidad hasta el punto de sacrificio propio, en el perdón sin haber sido pedido, en la compasión aún en lo más oscuro es donde somos luz, somos sal y ayudamos a la preservación del mundo.
Que mejor momento en la historia nos ha dado el cielo para vivir lo que realmente significa ser la iglesia! Es el momento más indicado para brillar como nunca, brillar en obediencia y en acciones de amor hacia otros. Es el momento perfecto para ser familia para los que están cerca, para solidarizarnos con los que viven en situaciones de miseria, para empujar a que la pobreza y la injusticia estructural disminuya y porque no, desaparezca. Ahí demostramos nuestro amor a Dios, y le damos al mundo el aroma de hogar que muchos aún perdidos buscan sin haber podido encontrar.
Aunque los mega templos estén cerrados, la verdadera iglesia sigue activa, de hecho mucho más que cuando las puertas de los templos de cuatro paredes estaban abiertas. Nuestro tiempo de SER la iglesia ha llegado, y nuestro templo son las calles, los vecinos, los que están viviendo hambre y necesitan de la mano de Dios. La iglesia no se ha acabado, está más viva que nunca.