El padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, recibió el pasado 30 de julio de manos del comandante del Ejército Nacional, General Eduardo Zapateiro, un informe sobre actuaciones de la Institución durante el conflicto armado, patrióticamente bautizado con un verso del himno nacional, “En Surcos de Dolores”.
El discurso del padre de Roux en ese acto fue memorable, porque agradeció el trabajo, que se suma a otros que en el mismo sentido ya había realizado el Ejército, en los cuales se recoge el inventario y los testimonios trágicos de las innumerables víctimas militares del conflicto y sus familias, pero llamó la atención sobre la necesaria investigación que el propio Ejército debería hacer sobre sus relaciones con las Autodefensas Unidas de Colombia, el Bloque Central Bolívar y el paramilitarismo, habida cuenta de la gran cantidad de información que sobre esos grupos tiene la Institución.
Esa Comisión, un mecanismo temporal (tres años) y extrajudicial (sus memorias no pueden hacer parte de procesos penales) que hace parte del Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, suscrito entre el Gobierno de Colombia y las Farc, tiene en su larguísimo nombre una secuencia lógica: sin verdad no se puede asegurar la convivencia y sin ésta no se puede cerrar la posibilidad de repetición.
Pero encontrar una verdad extrajudicial es tarea de romanos. Cada quien tiene la suya, sobre todo si no ha sido un espectador sino un protagonista: el Ejercito, la Policía, las Farc otros agentes del Estado, los paramilitares, sus financiadores, los campesinos atrapados entre dos fuegos, los políticos. El esclarecimiento de la verdad solo puede ser un acto de sinceridad de las partes involucradas sobre sus razones para haber actuado de esa manera, una confesión con propósito de enmienda y contrición de corazón que eventualmente produzca el perdón de las víctimas para que ambos, víctimas y victimarios, puedan vivir en paz. Es un acto de purificación sin consecuencias judiciales. Y es un formidable acto de confianza en la capacidad de las personas para ser magnánimas. Casi un ejercicio poético.
Que no por ello deja de tener una enorme utilidad práctica: a través de versiones encontradas de los hechos al menos identificarlos. Conocer los hechos es ya buena parte de la verdad, aunque sigamos ignorando sus motivaciones y la identidad de sus autores. En el fondo no se trata tanto de esclarecer la verdad como de alcanzar algún grado de aceptación de lo sucedido por parte de las víctimas, que acalle el deseo de venganza y aclimate la convivencia. Y la voluntad de los victimarios de no volver a las andadas, que es una tentación muy grande, porque están de por medio las economías ilegales y el despojo de tierras.
Lo que el padre de Roux le está diciendo al Ejército es: cuéntenos sus penas, el surco de dolores lleno de sangre de los suyos, pero cuéntenos también en un ejercicio profundo de autocrítica, si su papel en el conflicto estuvo ajustado a sus propias normas o si hubo excesos permitidos o tolerados u organizados que ahondaron esos surcos de dolores en otras víctimas. Un acto de valor de quien lo solicita y un acto de valor de quien adelante esa tarea.
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Hace en su discurso el padre de Roux un inventario de las masacres de las Farc, del ELN, del paramilitarismo, que resumen ese episodio tan amargo y cruel de la historia colombiana
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Hace en su discurso el padre de Roux un inventario de las masacres de las Farc, del ELN, del paramilitarismo, que resumen ese episodio tan amargo y cruel de la historia colombiana. Y busca en ellos un denominador común para esclarecer lo sucedido: el carácter sagrado de la vida humana. La defensa de ese valor moral es lo que le da autoridad para desde su inerme posición solicitarle a los Generales de la República, congregados para oírlo, que completen la tarea.
Trajo a colación el padre el cambio de política de la Iglesia católica sobre la denuncia de los escándalos sexuales de los clérigos, y su aceptación de que no se trataba de casos aislados sino de un sistema corrupto arraigado en la Institución: la entrega de los clérigos corruptos a la justicia ordinaria y las costosas indemnizaciones pagadas a las víctimas. Ese ha sido sólo un primer paso de un camino largo por recorrer. Muchos clérigos corruptos siguen libres y todas las indemnizaciones se han producido por condenas o arreglos judiciales, no voluntariamente. Lo que quiso decir probablemente fue que él también pertenecía a una institución respetable que había cometido grandes errores y que reconocerlos era al menos un principio de redención.
El discurso del padre de Roux ante los Altos Mandos del Ejército Nacional fue un poderoso mensaje entregado por un sacerdote en un enorme acto de valor, respaldado en su trayectoria como defensor de las víctimas y en su autoridad moral, que muestra un camino de reconciliación basado en la autocrítica, que todos los involucrados directamente en el conflicto colombiano deberían seguir.