Según Alberto Casas Santamaría, “El Banco de la República nos quedó debiendo” (El País, 3/8/2023). Por supuesto, una persona de su alcurnia se refería a caprichos de farándula: no a la realidad y prospectiva ciudadana.
Según él, esa es la “institución más respetable que tiene el Estado colombiano”. Discrepo, pues ha perdido lustre considerando que su Junta Directiva ha estado regida por personas sin el perfil requerido, desde el exfiscal Martínez hasta los nuevos ortodoxos que metió Duque, tomando plenos poderes como consecuencia de los desequilibrios reeleccionistas, los retrasados sesgos ideológicos, y los infaustos azares o avatares.
Claro, hay algunos nombres para destacar, pero la estructura es la misma y los resultados cada vez son peores, como todo lo que ahora recoge el centenario de la Misión Kemmerer, pues el control fiscal no existe, funciona mal o parece inconveniente.
Tal como la fiscalía, la procuraduría o la interventoría, la contraloría es otra logia del clientelismo político -nacional, regional, departamental y local-, igual que las Corporaciones Autónomas Regionales, CAR. Cada día surgen más escándalos por malas prácticas presupuestarias y contractuales, pero sólo la ciudadanía asume las consecuencias.
Lo mismo ocurre con la superintendencia financiera, que también es cómplice de los abusos que el sector financiero ha impuesto a los colombianos, en términos procedimentales y transaccionales, pues los costos de los servicios son prohibitivos y las tasas de interés son usureras. Por eso la población colombiana no está bancarizada o no tiene capacidad adquisitiva, y la moneda social o el truque siguen vigentes.
El BanRepública debería estar al alcance de los ciudadanos, que son el motor de la economía con los empresarios, aquellos a los cuales negó un crédito a 50 años, “con términos flexibles, bajos intereses y eventualmente renovable”, para salvar a esas fábricas de empleos. Pero no: los préstamos, los salvamentos y la compra de deuda sólo existen para capitalizar o beneficiar al sector financiero.
Falta de visión y de responsabilidad social ha tenido el Banco de la República. Está rezagado incluso en el ofrecimiento de soluciones complementarias a la DIAN, para monitorear dineros ilegales o transacciones perjudiciales, y respecto a las nuevas economías “shore” o “shared” tampoco ha sabido contener las inversiones especulativas, los capitales golondrina ni las maniobras de evasión multinacional.
Camino hacia otro angustioso bicentenario, el BanRepública parece Vive 100, atentando contra el bienestar de los consumidores, y explotando a mujeres, jóvenes o viejitos vulnerables, que ruegan la dilación del semáforo en rojo: paradójicamente, la señal de la economía colombiana durante el siglo 21.
Los precios, inflados, no reflejan el valor real de las cosas. Y las deudas no pueden seguir siendo el tóxico energizante o respirador artificial de la economía. La banca no merece otros 100 años de perdón, y nosotros tampoco merecemos vivir otros 100 años de soledad, estatal o institucional.