Ya me había encontrado ocasionalmente con Gustavo Petro, pero lo vine a “distinguir” –como dicen los campesinos de mi pueblo–, en 1998, cuando él asistió a un acto de mi campaña a la presidencia de la República, en Leticia. Aunque nuestro movimiento era básicamente regional, “Amazonia Viva es Colombia Viva”, habíamos invitado a Antonio Navarro, por aquello del pasado del M-19 en la Amazonia y los encuentros que tuvimos para la Constituyente de 1991. Antonio llegó, con su esposa y con Gustavo y con Milton Rengifo, entre otros. Entonces me pareció Petro un buen agitador político, osado y con ganas de crear un espacio propio. Pero en realidad no lo conocí, hasta ahora, con su libro Una vida, muchas vidas.
Pasados los años, con Petro nos salimos del Polo Democrático y luego hicimos la campaña a la Alcaldía de Bogotá. Participé dos años en la administración de la Bogotá Humana, como secretario de Desarrollo Económico y como director del Instituto para la Economía Social, IPES. Por diferencias múltiples con él, le renuncié 4 veces, dos en público, hasta que finalmente me regresé a la Universidad Nacional de Colombia. Al despedirme, por chanza le dije, “–Chau, nos vemos cuando usted sea presidente.” –“Jajaja, qué ministerio quiere”, me contestó. “–El de Defensa, para arreglar unas cuenticas que tengo”–. Desde entonces no hemos vuelto a conversar.
El libro de Petro levantará un tierrero. No deja títere con cabeza.
Como es obvio, Petro describe, con crudeza, la miseria que encontró en su trasegar entre pobres urbanos y campesinos, entre indígenas y negros y lumpen y desarraigados. Y claro, ausculta en la historia de las élites y de sus instituciones, desde la colonia, la república y el capitalismo contemporáneo, las causas de la exclusión. Hasta ahí nada nuevo. Solo que trae a cuento una discusión sobre rebeldía y revolución, para interpretar la dinámica de los conflictos sociales heredados y reciclados, que merece capítulo aparte (las guerrillas tradicionales han sido rebeldes no revolucionarias, y por eso los exguerrilleros parlamentarios se acomodan al poder, son cooptados, etcétera). Aquí los académicos se darán un banquete: Petro afirma que los Comuneros fueron rebeldes… y que para la guerra de Independencia Bolívar construyó un ejército (hasta que las oligarquías desterraron a Melo, el presidente indígena), mientras Santander pretendía una guerrilla. Bateman y el primer M-19, herederos de Bolívar, se propusieron construir un ejército capaz de derrotar otro ejército y tomarse el poder.
En la concepción original del M-19 –que Petro reivindica–, esta organización, heredera de la Anapo, de exguerrilleros de las Farc y de la “izquierda universitaria”, nunca se propuso el socialismo sino la democracia y la justicia social. En el fragor de la guerra, de las acciones osadas y de las derrotas, el M-19, con Bateman a la cabeza y con sus sustitutos en la comandancia, a pesar de las vacilaciones, entendió que no se podía derrotar al ejército enemigo y que debía recurrirse al Diálogo Nacional, algo así como la Constituyente de 1991 y el Pacto Histórico que propone ahora Petro. Mientras tanto, en medio de ese aprendizaje, quedaron regados miles de muertos y de tragedias de vida, de dolores y de amores correspondidos.
________________________________________________________________________________
Petro desnuda flaquezas y debilidades de los comandantes del M-19 y de algunas de los guerrilleros, críticas de las que no se salvan Navarro, Fayad, Ospina, Otty Patiño y él mismo
________________________________________________________________________________
En el recorrido por el periplo del M-19, Petro desnuda flaquezas y debilidades de los comandantes y de algunas de los guerrilleros, críticas de las que no se salvan Navarro, Fayad, Ospina, Otty Patiño y él mismo, aunque en verdad pudo ser más autocrítico. Para contestar ese testimonio, Navarro y Patiño necesitan escribir otros libros, que espero nos ayuden a entender la historia.
Como también era de esperar, Petro caracteriza a los movimientos de izquierda colombiana de los años que le tocó vivir.
En la izquierda estaban los que proponían la guerra popular y los que proponían la insurrección. Luego estábamos lo que Petro llama despectivamente “la izquierda universitaria”. Todos mediados por la influencia internacional del guevarismo (foquismo), maoísmo, el comunismo soviético, etc. Argumenta Petro que el M-19 se nutrió además de la experiencia revolucionaria en Centroamérica y de los Tupamaros uruguayos. Y allí inscribe su relato. Las mayores críticas las hace Petro a las FARC, pero también al ELN, al EPL: eran, son, guerrillas y guerrilleros que se acomodaron a vivir de la guerra y del control del territorio, excluyendo a todos los que piensan diferente. Rebeldes, no revolucionarios. Así engendraron los odios que alimentaron y alimentan al paramilitarismo y al uribismo.
Dos consideraciones críticas, por ahora: 1) en la “izquierda universitaria” también luchamos por la insurrección de los oprimidos, pero priorizamos los métodos que propuso Gramsci, en el ámbito de la cultura y de la hegemonía ideológica, así como la experiencia del triunfo electoral de Allende en Chile. Y estuvimos en el movimiento obrero y campesino y en los paros cívicos, algo que soslaya Gustavo. Yo estuve casi un año con los sindicalistas de Alcalis, en Cajicá, cuando aún Gustavo debió estar en La Salle. 2) hay una tendencia, no solo en los exguerrilleros sino entre los académicos e historiadores colombianos, a leer la historia del conflicto armado a partir de los actores armados. (Cuando estuve de profesor en el IEPRI, me agoté de ver especialistas en las Farc, en el M-19, ADO, Quintín Lame, ELN, EPL, paramilitares, Ejército, narcotraficantes, etcétera, todos muy doctos y parciales). En el relato de Petro no existe suficiente detenimiento en observar los cambios en las instituciones, la cultura, la tecnología y en los propios sistemas productivos. Más Schumpeter y más Sen se requiere en la U. Externado.
Al final del libro, Petro me convenció que él fue más un “izquierdista universitario” que un guerrero del fin del mundo. El libro se lee como una novela. Toda vida en realidad es una novela, en nuestra memoria. La de Petro es una epopeya dramática, cruda, dolida, llena de amor y de sueños.
Hoy, para cualquier analista político informado, Petro será presidente de Colombia en el 2022, ceteris paribus, es decir, si no lo matan y si las elecciones son libres y transparentes. No gracias al libro y a la epopeya allí contada, la del M-19 y otras guerrillas, sino a pesar de todo lo vivido y todo lo contado.
Continuará…