En su cumpleaños y sobre una silla de ruedas, Diomedes cantó la canción más triste de todas

En su cumpleaños y sobre una silla de ruedas, Diomedes cantó la canción más triste de todas

El 26 de mayo de 1998, lejos de la tradicional histeria colectiva, el Cacique lanzó 'Volver a vivir', un raro disco que grabó casi inválido. Crónica

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
mayo 26, 2020
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En su cumpleaños y sobre una silla de ruedas, Diomedes cantó la canción más triste de todas

Volver a vivir fue el nombre que escogió la Sony Music para el disco número 28 de Diomedes Díaz al lado de un Iván Zuleta, un trabajo musical que suscito un ambiente de expectativa por la condición médica del cantautor guajiro, quien además enfrentaba un complejo caso ante la justicia colombiana. A fuerza de las circunstancias, el nombre del cantante aparecía con mayor frecuencia en la crónica judicial y durante varios meses, desde el 3 de octubre de 1997, fecha de su captura en el Aeropuerto el Dorado de Bogotá, “hablaba” a través de sus abogados Fernando Cardozo, Ciro Quiroz y Evelio Daza.

La mañana del 26 de mayo de 1998 seguidores, periodistas y faranduleros eventuales asistíamos a un evento especial previsto por la disquera al norte de la capital del país, con ocasión del lanzamiento del disco que Diomedes había grabado en circunstancias especiales como estar privado de la libertad —en casa por cárcel— y diagnosticado con síndrome de Guillain Barré.

La condición médica de Diomedes, la posibilidad de que se refiriera a su situación judicial y un falso rumor en cuanto el que cantaba no era el cantor guajiro, sino Enaldo Barrera “Diomedito”, el vocalista que en ocasiones reemplazaba al cacique en presentaciones gracias a la similitud de su estilo, proporcionaban una atmósfera de misterio a aquella celebración del cumpleaños del artista asociada al lanzamiento de la producción discográfica, que estuvo en duda por el complicado entorno que enfrentaba el ídolo de La Junta.

Apenas un mes y medio antes atrás había visto a un Diomedes esperanzado y recitando versos en una finca de mágico atardecer alinderada por árboles frondosos donde anidaban unos pajarillos de canto misterioso. El Cacique iba improvisando cortos relatos de su retorno a la libertad, acompañado del gran Colacho Mendoza, casi como un retazo de tiempo que se hubiera fugado de sus primeros años de éxitos, un episodio de los tiempos idos que llegaba esa soleada tarde de abril a tierras patillaleras.

El Diomedes y la escena de esa mañana del 26 de mayo de 1998 era diferente. No había sol y sí mucho hermetismo. Al estacionamiento, ubicado en el sótano de la prestigiosa disquera al norte de Bogotá, arribó la camioneta de vidrios polarizados. En la penumbra del lugar descendieron los hombres de seguridad del cantante. Bajaron rápidamente del vehículo blindado y, con el motor aún en marcha, abrieron la puerta trasera. Uno de ellos, el más corpulento, alzó al Cacique de La Junta y lo acomodó en una silla de ruedas.

Desde un muro saltó un fotógrafo con ínfulas de paparazzi y el flash de su cámara relampagueó en la oscuridad del sótano. Uno de los directivos de Sony le recriminó por tomar la gráfica de Diomedes llevado en brazos como un niño indefenso. Fueron quizá dos minutos. Apenas pude saludar a la distancia al cantante, quien fue ingresado al ascensor y llevado a una de las oficinas en los instantes previos a la presentación del disco, en la celebración, quizá muy extraña, de su cumpleaños.

No había caravanas de autos sonando sus bocinas, como ocurría habitualmente durante los lanzamientos de sus trabajos de ventas millonarias. Semanas antes, El 29 de marzo, a su lado y desde el camión de bomberos que lo recibió en el aeropuerto de Valledupar, observé a miles de personas que lo saludaban, incluso encaramados en los árboles y en los techos de los carros. Habían atiborrado las calles, tras la decisión de un juez de Bogotá de aceptar la solicitud de libertad condicional, por lo que la imagen de aquel Diomedes casi solitario me sobrecogió y lo compartí con uno de los directivos de Sony quien coincidía con esa reflexión del mal momento por el que atravesaba el ídolo de multitudes y una posible incidencia en la caída de su popularidad.

El encargado de las relaciones públicas anunció la presencia del artista en una sobria sala de juntas, habilitada como escenario para escuchar algunas de las canciones del compacto Volver a vivir. Un pastel solitario y algunas rosas sobre la mesa, un puñado de familiares y los directivos de la compañía musical, enmarcaron el ingreso de Diomedes. Vestido de sudadera, con rostro casando y señales del padecimiento médico saludó enseñando su sonrisa “diamantina”. Agradeció a los asistentes, apenas entonó un estribillo de Volver a vivir, tema de su autoría, pero dejó en el aire una de esas frases que hizo famosas: “Tranquilos muchachos que hay Diomedes para rato, yo no dejo solos a mis seguidores y ellos tampoco”.

Diomedes sonrió y posó para las fotos, con algunos destellos de esa dramaturgia hecha de ademanes, dichos campesinos y expresiones de cariño hacia su gente, la fanaticada que llenaba las discotiendas para comprar millones de copias de sus producciones. Solamente hubo una pequeña ronda de preguntas, previo acuerdo de no inquirir sobre los asuntos legales que estaban delegados en el equipo de abogados que asistía al cantante. La reunión fue breve y más que una celebración, se quedó en el recuerdo como una formalidad, un evento más en la bitácora de la disquera, un intento por respaldar con su asistencia a la sede principal de la compañía a la que hacía ganar millones cada año, una producción que vio la luz en los momentos de mayor incertidumbre para el artista. Aquel no era el Diomedes que sonreía en las carátulas, ni el hombre que hacía llorar a miles seguidores reunidos en estadios o clubes iluminados con su magnética presencia, eran días difíciles y las notas que daban cuenta de su inigualable talento, eran reemplazadas por titulares de prensa sobre el interminable escándalo en que había trocado su existencia.

El trabajo no fue de los más vendidos y al principio hubo comentarios en cuanto la voz de Diomedes no se escuchaba en todo su esplendor. Contra todo pronóstico, el disco se fue metiendo en el gusto de los seguidores. Primero fue Caracoles de colores, una pieza musical de corte parrandero al que se le incluyó un video en el que aparecía el cantante sentado. Luego se posicionó Las verdades de mi vida del maestro Luis Egurrola Hinojosa, una poesía del mismo autor de Sin saber que me espera, canción que había marcado la pauta en el álbum anterior de Diomedes, Mi biografía. Tira la primera piedra de Fabián Corrales, Espejismo de Marciano Martínez, El esqueleto de Calixto Ochoa y el tema Volver a vivir, una plegaria del Cacique quien se comprometía en una de las estrofas, a hacerle una iglesia a la Virgen del Carmen si lo sacaba de la enfermedad y tantos problemas, se perfilaron en un álbum que lejos de ser un disco de trámite, se consolidó con los años como una producción de culto para los seguidores de Diomedes.

Como anécdota quedó que Diomedes grabaría su siguiente álbum al lado de Franco Arguelles, que se recuperaría de la enfermedad para luego huir a un paradero desconocido. Como en la canción que dio nombre al álbum grabado en la inmovilidad del Guillain Barré, volvió a caminar para vivir cantando aunque no llegó a cumplir la promesa de hacer la iglesia para su virgen y patrona, la imagen religiosa que fue su estandarte, como sus escapularios, su diente de diamante, su voz y sus canciones que se refrendan cada 26 de mayo como vivos testimonios de su imborrable recuerdo.

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