Quienes conocen de periodismo saben a qué se refiere quienes lo llaman el sagrado oficio, e ineludiblemente hay que mencionar a los periodistas, pero no a la montonera de “boletineros” ni atenidos a la información oficial, sino a aquellos que se convierten en guardianes de la memoria, esos que aprenden a escribir no solo para redactar noticias, sino que desarrollan el instinto de cronista, observador y activista para marcar hechos trascendentales en la historia local o universal.
No voy a hacer un recuento de los periodistas de esa clase que ha producido Tuluá, no son tantos realmente, me voy a referir a uno, que emocionalmente me marca no solo por la familiaridad consanguínea, ni por haber sido mi maestro en los tiempos que quería ser como él, sino porque aún ahora y en medio del dolor por su asesinato despierta mi capacidad de asombro desde lo intelectual.
Marcos Efraín Montalvo Escobar, ese quijote de complexión delgada, figura quijotesca como le describiera el ya olvidado cronista cundinamarqués Oscar Vásquez Arias “Ovasqueza” es sin duda el máximo referente histórico del periodismo tulueño, un nombre que hoy se pone en lo más alto del olimpo periodístico centrovallecaucano, me atrevo a decirlo sin pudor alguno y sin pedir permiso a nadie, pues su leyenda es superior a la de cualquiera que ejerció, ejerciera o ejerce el sagrado oficio.
Montalvo, conocido desde 1991 como “El comandante”, en alusión a ese estribillo de Carlos Puebla en su canción Y en eso llego Fidel que Marcos Efraín hizo suyo en diversos noticieros radiales, se puso desde inicio de los años noventa la camiseta del periodismo social y de denuncia en un maravillado y sorprendido Tuluá que jamás había visto algo así, devolviéndole a toda una ciudad la fe en los medios de comunicación y le enseño como se hace de manera independiente e imparcial.
Polémico, brillante, sagaz, contestatario y con una agudeza mental como pocas, Marcos Montalvo, tan humano y tan errático como cualquiera, hizo honor a la genética proveniente de su ancestro ecuatoriano Juan Montalvo, nombre histórico y laureado en el vecino país, nominando calles, escuelas y facultades universitarias y quiso ser un agresivo reportero en sus inicios a los 17 años en el Diario El País, donde Rodrigo Lloreda Caicedo, eximio líder conservador, lo acogió a pesar de las ideas liberales del muchacho.
Desde 1970 evolucionó hasta convertirse en esa década y en la siguiente en el mejor periodista político de Cali, pasando por todos los tipos, temas y variantes periodísticos, hasta de aquellos en los que no se sentía a sus anchas, demostrando altura y buen oficio, tuvo decenas de compañeros que destacaron como él en el periodismo del suroccidente colombiano, María Inés Pantoja, Sammy Jalil, Henry Holguín, Luis Eduardo Cardozo, Alirio Mora Beltrán, Servio Castillo, Leo Quintero, Godofredo Sánchez entre muchos y que admiraron el estilo irreverente y osado del flaco, como lo llamaban entonces.
Tan ascendente como fue su carrera periodística en Colombia lo es el misterio que rodea su decisión de volver a Tuluá, cuando aún tenía mucho por hacer en los grandes medios radiales y escritos del país, vuelve a la provincia para tomar las riendas de un proyecto personal que consistía en hacer periodismo de verdad en su tierra mientras formaba a la siguiente generación de periodistas tulueños. Ese gesto lo mete en la historia de la Villa de Céspedes y lo convierte al mismo tiempo en protagonista y testigo del crecimiento de la ciudad, desde cargos públicos y privados, caso poco común.
Hoy, cuando enseñar a los jóvenes la historia reciente es complicado porque la memoria de las ciudades comienza a perderse dentro de los afanes de una generación que no se interesa ni se asombra por los detalles de su pasado histórico, económico y político, más ahora que, con el exceso de información de esta aldea global, lo de afuera parece más atractivo que lo local, hablar de Marcos Montalvo debe ser un ejercicio obligatorio intelectual.
Es entonces donde de forma natural Marcos se convierte en las últimas dos décadas en guardián de la memoria tulueña, se hace miembro del centro de historia y pone su saber al servicio de quienes aún tratan de que la identidad “orejona” no se pierda en modas pasajeras, estilos musicales superfluos y malos gobiernos municipales. Sin embargo, jamás renuncio a ser el curioso y sagaz reportero de 17 años, aun con los 68 años que ya tenía, nunca dejo de hacer las preguntas que otros incomodaban y le importaba un pepino las iras que causaba en los corruptos que desde el concejo y la alcaldía eran develados por los escritos de “El comandante” en redes sociales.
Montalvo, quien infundía respeto entre amigos y contradictores, entraba ya en el escenario de los septuagenarios, esas personas que siendo jubiladas o no, toman sus vidas de manera jovial y reposada, donde sus recuerdos y vivencias se transforman en enseñanzas para allegados y familiares, donde su voz de autoridad moral toma fuerza con lo cíclica que es la historia, cuyos devenires no son advertidos por los más jóvenes, sanguíneos o distraídos.
El asesinato de Marcos Efraín en el barrio La Esperanza de Tuluá ese 19 de septiembre a las 7.30 de la noche, del menor de los hermanos varones de don Eduardo y doña Flor de María, conmociona de verdad a una ciudad acostumbrada al asesinato, porque saben que no se trató de un error de identidad, ni de una bala perdida o de una venganza personal, es un mensaje de parte de una generación perversa, irrespetuosa, ignorante y vacía, que tiene por valor ganar dinero sobre la dignidad propia y ajena, la misma actitud de quienes también asesinaron a otros periodistas cuando Montalvo era joven en Cali.
Una generación de corruptos que se reproducen como la mala hierba, pero que así mismo son cortados de cuando en cuando…