“Perdonen mi cordura en un mundo desquiciado”
Emily Dickinson
Este era el título de una película muy exitosa del año 1963, era del género de comedia y contaba con un excelente reparto y unos cameos muy llamativos de grandes figuras como los Tres Chiflados o Jerry Lewis.
Pero hoy no les hablaré de cine, sino de una realidad que se desplaza entre la comedia y el ridículo, que nos muestra un mundo que se desliza lentamente hacía la locura mientras que minorías (incluso de una persona) se desgañitan para pedir al estado que sus particularidades o deficiencias psicológicas sean tomadas como derechos, que los deseos sean impuestos por ley y que si yo, como individuo racional o claro en la evidencia observable, recalco aquello que la ciencia ha establecido termine siendo censurado, cancelado y, probablemente encarcelado, por una nueva inquisición, el Tribunal del Santo Oficio Progre.
Es importante iniciar con esta definición de la Real Academia Española de la palabra Grotesco: adjetivo que se usa para describir lo ridículo y extravagante, también, lo irregular, grosero y de mal gusto.
Pues bien, observar a un tipo grandote, con barba, cabello pintado de rosa, en una habitación donde predomina el fucsia y los motivos femenino infantiles en cuanto a juguetes y decoración declarando que es como nueve etiquetas distintas que van desde ser “no binario” hasta “polisexual” es algo que a muchos les va a parecer simpático y hasta risible, pero a aquellos que sabemos por dónde van los tiros nos parece, en primer lugar, grotesco y en segundo lugar algo que nos muestra que estamos ya no en la era de la información sino en el declive de la razón y de la inteligencia humana.
Hoy en día los medios se han decantado por lo ridículo, por lo escandaloso, cualquier cosa es noticia y, en medio de una lucha absurda, donde el amarillismo termino de ocupar el lugar predominante en la prensa, la televisión o las redes sociales nos encontramos con cosas como la del tipo en el Reino Unido (donde la locura se describe como excentricidad) que se “autopercibe” como perro dálmata o la del canadiense de más de 50 años biológicos que se cree una niña de 6 años, y, por supuesto, este nuevo caso donde un tiktokero se siente niña de 9 años, pero que además, alejado de lo que se esperaría de este “sentir” también se abre a experimentar su sexualidad de manera bastante “diversa” lo que implica que este señor tiene graves problemas psiquiátricos o que es muy consciente de su acción y solo busca visibilidad en redes y medios.
Pero lo absurdo no es que la locura se esté desatando como una nueva “pandemia”, lo asombroso es que los gobiernos busquen normalizar esto por ley, como pasa ya en muchos lugares del mundo donde las fuerzas progresistas se abalanzan sobre la biología, la psicología, el sentido común y la ciencia como la conocemos e intentan, por presión mayoritaria en las instancias legislativas, promover normas que atentan contra la libertad de expresarse o de manifestarse de aquellos que sabemos que lo íntimo, los deseos o anhelos y los caprichos son elementos propios de la intimidad y no deben volverse derechos fundamentales o imponerse como norma creando, por supuesto, instancias policivas y jurídicas que terminen penalizando a los que expresan lo que sus ojos (desde la realidad observable) o los instrumentos de análisis científico establecen, cuando, por ejemplo, yo afirmo que el individuo de rosado es un hombre física y genéticamente, y, además, tendría mucho miedo si ese señor ingresara en un colegio de primaria o se metiera con sus varios kilos de sobrepeso en un baño de niñas de algún lugar público.
Y es que la libertad (trastocada hoy en día en libertinaje) está siendo avasallada por la locura progresista, por la ideología de género, por la estupidez colectiva y por el silencio de aquellos que tenemos aún un sentido común que nos guía y una clara objetividad científica del mundo que nos rodea.
Para cerrar es bueno recordar un relato del gran Kahlil Gibran (1883 – 1931)
El Rey Sabio
“Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría. Había también un el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.
Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:
-Desde este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.
Y aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:
-El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.
Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón”.
Moraleja: La gran bruja progre está envenenando el pozo de la ciencia y el sentido común buscando que, al final, todos terminemos locos o, por miedo, hasta finjamos estar locos para no caer prisioneros del Tribunal del Santo Oficio de la Progresía.