¿En qué momento la televisión colombiana se volvió una porquería?

¿En qué momento la televisión colombiana se volvió una porquería?

Con el anuncio de que Telemundo hará una nueva versión de Café vale la pena recordar los años en los que fuimos los mejores haciendo telenovelas en el mundo

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mayo 12, 2020
¿En qué momento la televisión colombiana se volvió una porquería?

Hubo una época en la que dábamos envidia. Ni siquiera fue con Café, fue mucho antes, por ahí a comienzos de los años ochenta cuando al país aterrizó un chileno medio loco que vivía en un sótano y le gustaban las películas de Rosellini y de Fassbinder. Pocos recuerdan a Dunav Kuzmanich pero este hombre, que venía huyendo de la dictadura de Pinochet, revolucionó a la televisión colombiana. Su principal contribución fue sentarse con Pepe Sánchez a crear Don Chinche y juntos delinearon personajes inmortales como Eutimio Pastrana Polanía, el Doctor Pardito o el mismo Chinche. Duni, como todavía lo recuerdan sus amigos, allanó el camino para que otro loco como Carlos Mayolo tuviera libertad absoluta para montar Azúcar en 1990, un retrato de una dinastía de dueños de ingenios caleños de una altísima calidad artística que tuvo, además, un impacto altísimo entre los televidentes.

Esa conexión entre calidad y rating, hoy completamente perdida, no se limitó a la televisión nacional. A principios de los noventa Victor Gaviria lanzaba en la recién creada Teleantioquia Simón el mago, basada en los cuentos de Carrasquilla que sólo sobrevive en algunos DVD’s grabados directamente del VHS y que aún tiene la fuerza con la que fueron creados. Lo mismo hacía Luis Ospina en Telepacífico y su serie de documental sobre Cali y los personajes que la habitan. Además, a comienzos de los noventa la serie de Margarita Vidal Palabra Mayor, financiada por Audiovisuales, inició a más de un joven en la literatura. Era francamente emocionante recorrer toda la generación del boom en esas entrevistas distendidas, eruditas y maravillosas. Si lo dudan miren esta entrevista con el cuentista Augusto Monterroso

De esa época fue la trepidante adaptación que hizo Carlos Duplat de la novela de Miguel Otero Silva Cuando quiero llorar no lloro, revisitada por este servidor hace poco. En Youtube está la versión completa. Sumérjanse en ella, es inquietante, perturbadora e intensa. Difícilmente una producción actual puede tener este nivel de calidad

Sin embargo pues fue Café la que revolucionó todo. Tengo que confesar que no la vi en su momento, en 1993 los muchachos cultos no veíamos televisión pero ahora, repasando algunas de sus escenas y viendo el interés que despertó en Telemundo, en donde se tiraron de cabeza para hacer un remake, Café está hecha del material del que están hechos los sueños, no envejece, mantiene su vigencia, su importancia y su gracias. Es que imagínense, con Alejandra Borrero y Margarita Rosa de Francisco al frente ¡qué cosa podría salir mal! Fue el primer éxito de Fernando Gaitán, autor que no estaría preparado para lo que produciría seis años después.

Yo era estudiante de Historia en 1999 y tenía un cineclub. Entre Herzog y Andrzej Wajda caí rendido y en silencio, como un consumidor de heroína, en la cita de las 8 de la noche todos los días. Yo no tengo por qué hablar de Betty la fea ahora, todos los pelados han caído rendidos a su encanto. En Netflix es casi lo único que consumen los colombianos. Le dio la vuelta al mundo y fue hecha en Rusia, en Bulgaria, en todos los idiomas. Pero a partir de ahí todo fue en picada.

En el 2002 todo se fue a la mierda cuando a RCN le dio por hacer los Protagonistas de novela y, dos décadas después, aún arrastramos ese muerto. Aunque tenemos súper actores como Julian Román, John Alex Toro y Santiago Alarcón, no tenemos un público que le apueste a las grandes historias. Los muchachos que estudian actuación tienen el nivel intelectual, en su mayoría, de Luisa Fernanda W, sólo buscan la fama y el dinero. Esa es la parte del león. El talento no importa, el talento es sólo una cosa que nos debe preocupar a los feos que no tenemos cuenta en Tik Tok -¿se escribe así?-

En dramatizados lo último importante que se hizo fue la primera parte de La ley del Corazón y algunas partes, mínimas, de la serie sobre Jaime Garzón. En documentales todo se parece a Los informantes a excepción de Yo me llamo Rubén Blades, producida por Cristina Gallego, codirectora de Pájaros de verano, El testigo, la historia del fotógrafo Jesús Abad Colorado y el documental que hizo Rubén Mendoza sobre Armero o el Sendero de la anaconda del gran Alessandro Angulo. De resto nada tiene interés. Todo es vanal, rimbombante, abortos viejos como el himno nacional.

Aunque hablan maravillas de Señal Colombia y de algunas series hechas en Teleantioquia o en el Canal Institucional como la maravillosa La de Troya, sigue siendo una televisión marginal, relegada a la indiferencia, al menosprecio. Algo malo tiene que pasar para que no conecte nada. De las alternativas la apuesta de Claro de revivir La Tele es de las cosas más interesantes que hay en una televisión plana, en donde los jóvenes periodistas creen que un ejemplo a seguir es Juan Diego Alvira y en donde un noticiero puede crecer peligrosamente, sin control, como un tumor maligno desparramado en toda la franja de la tarde. La última vez que me fijé en cuanto duraba Noticias Caracol rozaba las tres horas.

Y el resto es basura como Yo me llamo, A otro nivel y algún reality de RCN en donde los jurados son Hassam o Marbelle. Es como si la guerra hubiera terminado y hubieran ganado los nazis. Y es difícil sin una nueva ley que proteja a los guionistas, a los creadores, a los actores de calidad, cambiar este destino postapocaliptico al que llegamos. Paradójico, mientras afuera hacen cosas como Mindhunter, Vinyl o Kidding, nosotros tenemos que refritar hasta el hartazgo a Amparo Grisales y su piel erizada. No salimos de eso. Estamos atrapados en ese bucle de tiempo. Ni los de Dark podrán salvarnos.

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