Fui producto de la libre decisión de una mujer maravillosa que, a pesar de limitaciones económicas notables, junto a mi padre me engendraron y me dieron la oportunidad de llegar a este mundo. Mi madre, una mujer trabajadora a más no poder, siempre lamentó la pérdida de dos niñas que no arribaron a esta existencia al presentársele dos abortos espontáneos y se tuvo que conformar con cuatro hijos que crio con mano dura y mucho amor; sin olvidar enseñarnos a cumplir con obligaciones que, en aquella época, estaban destinadas a ser ejecutadas por mujeres, es decir, nos enseñó a lavar, a planchar, a limpiar la casa, a hacer mercado y, dado que para obtener algo de dinero para nuestras necesidades cuidaba niños y niñas, a cambiar pañales.
Mi padre era responsable en su trabajo, cuidaba de que en la mesa no faltara el pan y de que existieran recursos adecuados para nuestra vestimenta y educación; es más, en los últimos años de vida de mi madre la cuido con infinita paciencia y amor, la bañaba, la aseaba y le daba de comer, procuró, hasta la partida de esa mujer maravillosa, que no le faltaran los recursos necesarios en cuanto a equipos y atención médica (las feminazis que leen esto no entenderán que había hombres en aquel momento que no eran ese “machista” abusador que golpeaba mujeres y que se acostaba con cuanta mujer se le atravesara).
Mi madre no supo qué era el “feminismo”, para ella su formación (muy limitada pues no alcanzó a terminar la primaria, pero que la hacía una mujer curiosa con capacidad de aprender continuamente de manera autodidacta) no la llevó a salir a las calles a defender esa igualdad de derechos y oportunidades que otras mujeres en los convulsionados años 60 y 70 promovieron con argumentos y que eran una verdadera revolución frente al sistema patriarcal dominante en muchos lugares del mundo.
La mujer, en ese momento, descubría su valía y en medio de tantas injusticias reclamaba su puesto en la historia como protagonista en los cambios positivos que requería ese convulsionado siglo XX. Pero esa lucha no era sino el fruto de muchos años de trabajo de cientos de mujeres que, sin olvidar su naturaleza genética, buscaban ese momento de mostrar que podían ejercer cargos en todas las áreas y formarse en cualquier profesión porque su diferencia anatómica no le limitaba en capacidad intelectual. Y ese cambio llegó, y, poco a poco ocuparon cargos gerenciales, diseñaron grandes obras de ingeniería, desarrollaron en lo literario excelentes ejercicios narrativos, llegaron a gobernar países (Margaret Thatcher, Golda Meir, Angela Merkel) y son, en este momento, parte integral del desarrollo en gran parte del mundo (excepto aquellos donde aún, y sin que el feminazismo diga nada, siguen pisoteando los derechos de las féminas como, por ejemplo, Irán).
Pero las mujeres destacadas y ejemplares no andaban mostrando sus pechos, no estaban quemando iglesias o grafiteando bienes públicos o privados, no asaltaban con violencia a aquellos que no aceptan sus tácticas fascistas, no deseaban pisotear y humillar a los hombres convirtiéndolos en seres débiles y dependientes; no, al contrario, esas mujeres se dedicaron a formarse en todas las áreas para destacarse por méritos y no porque una ley las incluía con calzador en todas las áreas posibles; eran (y son) mujeres que se elevan en cargos directivos por su maravillosa capacidad administrativa, que crean empresas exitosas (generando empleos), que escriben excelentes novelas, ensayos y libros técnicos, entre otros; que dirigen películas, escriben guiones y actúan de manera magistral.
Demuestran, con su trabajo, que pueden estar a la par de los hombres; que juntos, pueden desarrollar un trabajo en equipo que marca la diferencia.
Pero las feminazis quieren imponer su agenda a la brava. No se dan cuenta que la genética, la naturaleza, las leyes de la ciencia nos diferencian, pero no en lo intelectual o en la capacidad de trabajo, sino en nuestra formación anatómica. Que nuestras habilidades pueden ser muy diferentes y que, por esto, las mujeres, son capaces de ejecutar con destreza tareas múltiples mientras que los hombres nos destacamos por nuestra concentración plena en una labor específica.
Tengo la experiencia de trabajar para y con mujeres; mis jefas directas son mujeres y ejercen con mucho cuidado y detalle sus labores. Mis estudiantes de género femenino son diligentes y atentas. He conocido mujeres que, sin dejar de lado su femineidad, han demostrado su liderazgo y capacidad, combinando, en muchas ocasiones, la maternidad con sus labores profesionales.
El feminismo no es pintar consignas en un muro, es mostrar intelectualmente su capacidad creativa y constructiva; no es quemar efigies de escritores o prender fuego en las puertas de una catedral, es, estimadas feminazis, encender el fuego interno en cada niña de que pueden ser excelentes doctoras en medicina, grandes ingenieras, maravillosas abogadas, lideres políticas ejemplares, escritoras que inspiren positivamente con sus historias y, en fin, seres que iluminen el camino a una verdadera igualdad de oportunidades dentro de nuestra natural diferencia genética.
Y, respecto al “cuerpo”, claro que tienes derecho sobre tu organismo, si deseas abortar, hazlo; pero no lo vuelvas política de estado (acepta tu responsabilidad por no tomar medidas anticonceptivas adecuadas); respecto al ejercicio de la femineidad no obligues a otras a descuidar su físico o sus costumbres de aseo personal solo porque tu deseas que, por ley, se imponga tu agenda progresista. No estoy a favor del maltrato y asesinato de mujeres, es un acto barbárico y que debe ser castigado con todo el peso de la ley; pero no olvides que, amiga feminazi, no todos los hombres son criminales o violadores; hay hombres que son responsables y comparten con respeto las obligaciones del hogar junto a sus parejas. Aún hay rezagos de “machismo” mal entendido, aún quedan por estas calles violadores y golpeadores; pero no generalices.
El feminismo y el machismo son casi lo mismo, son ismos, es decir, extremismos. Es mejor decir que somos hombres y mujeres (o para no herir tus sentimientos mujeres y hombres) que buscamos construir un mundo justo, en igualdad de oportunidades y con responsabilidades mutuas que no se deben olvidar. Que un hombre y una mujer son la combinación básica para dar continuidad a la vida; no somos hermafroditas, por más que ustedes y los demás agentes de la progresía deseen. Admiro a la mujer empoderada, trabajadora, responsable y libre, pero no veo el sentido de esa mujer que, desnudando sus pechos, quemando iglesias y gritando con odio creen que podrán cambiar algo en este mundo ya cansado de tanto odio.