“Lo peor que puede pasarnos es que al morir no pase nada” (Vilaseca)
Se ha planteado cuál es el devenir social a la que se debe enfrentar el ser humano, entre esos aires de resurrección social que se requieren, entre los pensamientos del hombre enfrentado a una realidad social que no cambia a pesar de los esfuerzos de los mandatarios, de los políticos, de la incidencia de la iglesia y diferentes grupos católicos, pero vemos un camino no santo y sin norte propio.
De otro lado, se presenta otro sentimiento que viene arraigándose en las instituciones, en donde con frecuencia se escuchan términos “Dios lo bendiga”, “recuerde orar”, y otras tantas expresiones que indican que en efecto esa espiritualidad se está engolosinando en el pensar del hombre, pero entonces, nos preguntamos en qué cree el individuo, en qué finca sus expectativas o en quién forja sus ideales, pues muchos indican la existencia de los ateos acerca de su concepto sobre Dios, otros un fanatismo exagerando que se viene tomando el control social, y como si fuera poco la lucha de poder entre los diferentes dignatarios (sacerdotes, pastores etc.) para incidir de alguna manera en la toma de decisiones locales y nacionales.
“Si no estoy obligado a escuchar lo que no me gusta, pediré que lo prohíban” (S Zizek), buen argumento para comprender cómo cada ser humano interpreta su concepto de la espiritualidad, de quién rige su sentido religioso, o en qué sustenta su creencia; y en esta parte se termina jugando al “todo o nada, o las cadenas y las armas o vencer o morir” (op. Cit.), o muchas veces entregando la vida por sostenerse en ello, defendiendo eso si la libertad de pensamiento y culto, u otros tantos prohibiendo la palabra a quien opina distinto. Y es que la voz del que disiente se ha convertido en una especie de canto irresistible de sirena, que se debe callar, aunque no se respete ese sentir colectivo.
Ahora bien, cuando no se está de acuerdo con el sistema que nos rige, con los políticos y gobernantes que elegimos, en especial de presidentes sin ton ni son, con ideas contrarias no solo al cumplimiento de los preceptos constitucionales, sino que se enfrentan a los sentimientos religiosos, como si la religiosidad se hubiera convertido en eso en el que a principios del siglo XX se luchó tanto y destruyó más allá de la lógica y la razón.
Hay que reprogramar no solo nuestro subconsciente sino domesticar la mente y domar nuestros pensamientos, para no terminar pensando en que “la mayoría de las personas son inútiles y mediocres” (B. Vilaseca); pues el momento actual social nos exige reconectarnos con lo esencial, dejar de sentirnos ese yo separado de la realidad y convertirnos en uno con la vida, en donde el principal fruto sea ese despertar sea la iluminación, es decir, en ese estado inalterado y elevado en el que la mente no se desvanece y no desaparecen los pensamientos que nos lleven a la producción de la “muerte del ego”, una experiencia que nadie quisiera tener.
Se despierta entonces la conciencia cuando identificamos todo aquello que del ego emerge, en especial superar los conflictos de sentimiento religioso, aumentando con ello esa espiritualidad que da paz y sosiego al individuo, máxime que se percibe una nueva realidad, una nueva neutralidad frente a la realidad, para trascender a esa dualidad, comprendiendo que en verdad no hay separación entre el fuera y adentro de mi distinción como ser espiritual y social, aumentando esa poderosa sensación de presencia con los que nos conecta con el aquí y el ahora.