¿En qué andan nuestros economistas?

¿En qué andan nuestros economistas?

Una crítica a estos profesionales, pero más que todo a los centros de investigación económica, a la luz de la coyuntura que vive el país

Por: Jorge Ramírez Aljure
diciembre 17, 2019
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¿En qué andan nuestros economistas?
Foto: Piqsels

Cualquiera esperaría que una propuesta como la de pagarle menos del mínimo a los jóvenes profesionales que se vinculen a la vida del trabajo, o las serias amenazas que se ciernen sobre empleados y pensionados al entregarles parte de su ingreso mensual para beneficio de las administradoras privadas de pensiones, o las demás añagazas —porque de añagazas vive el capitalismo sin límites— que se elaboran para quitarle a las clases medias y pobres el producto de su trabajo encontraran en los centros de investigación económica colombianos una discusión cierta y constructiva.

Con las conclusiones sensatas y aplicables, dadas las circunstancias de freno económico del modelo de libre mercado, de su improcedencia por la crisis climática y el fuerte despertar social de sus damnificados, que debería presentar una ciencia cuyo campo dinámico y complejo debería estar copado de obligaciones solo por lo que le toca como protagonista del despelote general.

Pero no, al alimón con las aspiraciones de siempre proferidas desde las huestes industriales y comerciales del país, estos entes de estudio, que antes que de estudio parecen iglesias para el fomento de la fe, han decidido con pequeñas diferencias que aportar ideas para aminorar los costos laborales de las empresas y el déficit del Estado constituye la única salida para que, como ha sido tradición, no nos encontremos al borde de la hecatombe, suscitada precisamente por el modelo irremplazable al que le rinden culto.

Por ahora, Anif, Fedesarrollo y demás solo apuestan a que las cosas no cambien y orquestan soluciones desconcertantes que a muchos no les cuadran y otros consideran demenciales, críticas que poco les importan pues antes que investigar a fondo el cariz de su apostolado, importa mantener de por vida entre los colombianos la fe que les entregara el Consenso de Washington.

Por ello, uno de sus más alebrestados propagandistas, el señor Sergio Clavijo, precediendo su catequesis de que Colombia afronta un desempleo abierto del 10,7%, inflación acelerada al 4% y crecimiento del PIB en 3%, debidos al encarecimiento arbitrario del costo laboral, decide traer a cuento términos como la triangulación política y el “índice de sufrimiento económico” —sí, sufrimiento económico— tal vez lo único humano que perciben estos economicistas.

Por los que advierte al gobierno Duque y a su extraviado sensey Uribe, que, ojo con cualquier desliz en contra del capitalismo puro y duro, porque eso es populismo castro-chavista-bolivariano-socialista. Donde la sagrada administración de la doctrina neoliberal es puesta en juego, ya que es una apropiación temeraria, por parte de ungidos con la verdad absoluta, de mecanismos de izquierda para ganarse el cariño de los que nada importan. Y que bien saben que terminan de todos modos en lo que persigue el populismo, es decir, la miseria de todos, cuando lo que se busca es que unos pocos se queden con el trabajo y esfuerzo de la mayoría, que, para no cargar pesares, no entra en las rigurosas cuentas del capitalismo libertario.

A estas alturas, cuando hace rato se cocinan en las cumbres del capitalismo las fórmulas para ver de poner a funcionar de nuevo un sistema que prácticamente ha demostrado que no tiene espacio cómo expandirse, pues han intentado moverlo con todas las herramientas a la mano, sin que ni las más convenientes lo hayan logrado, era de esperarse que quienes siempre han caminado a su retaguardia, que en estos oficios representa siempre sacrificar a sus pueblos pese a que se utilizan sus mejores recursos, estuvieran saturados de su anómala situación.

Por un lado, el cuento repetido de que nuestros industriales van a salvar la patria es viejo y además deshonesto, porque jamás fue factible que estos pudieran competir con quienes nos llevaban ventajas indescontables en aquella prodigiosa, aunque singular gestión productiva, que impulsada por el egoísmo natural de sus actores jamás podría dar cabida a la conmiseración o a la ayuda desprovista del interés por la ganancia.

Y menos si, cuando se planteó como opción para Latinoamérica por parte de la Comisión Económica para la América Latina (Cepal) en los años 50, su incipiente avance sirviera para que los Estados Unidos, no por medio de las sagradas leyes del mercado sino del poder perverso que exuda la riqueza capitalista, le cerrara toda esperanza con la manipulación aviesa de los mecanismos arancelarios de su tiempo.

Y por el otro, porque jamás quienes las proponen cumplen con el compromiso de hacerlas efectivas pues la condición artificial de su labor apenas les permite operar para el gasto, que en su caso es la ganancia para sus dueños sin que sea dable concebir que además están comprometidos con la suerte del país como lo difunden a la par que solicitan ayuda.

Y ni hablar de crisis climática y menos mentar su causa, porque para los economistas en serio estos son fenómenos que no aparecen dentro de sus parámetros disciplinarios y no está en su oficio resolverlos, así otros científicos como los del clima, estos sí meticulosos para soportar las pruebas materiales que contemplan, acusen al modelo industrial y consumista de ser su principal autor.

Y en cuanto a los quejumbrosos recordarles que no hacen parte del credo único sino que su marginal participación se limita a un aporte —eso sí, esencial para el negocio— sin contraprestación alguna, dogma que está en la Constitución y cuya vigencia reposa en el poder de las armas y la obligada manipulación de la verdad.

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