Luego de una hora y 45 minutos de caminata, llegamos a La Peña. De inmediato, notamos la soledad de sus casas y el parque. Nos dimos cuenta que la gente no quiere hablar más de muertos y enfrentamientos. Están cansados. Es un tema que todavía duele y que no se ha podido sanar.
La Peña es un corregimiento ubicado en el municipio de Ovejas, Sucre, un territorio que abraza a los Finezúes --los magos del tejido— y que baña a sus habitantes con más de 35 grados centígrados. Una zona que siembra tabaco, yuca y ñame, aunque bastante afectada no sólo por los intensos rayos del sol, los cuales han acabado con varios de estos cultivos, sino por los más de 50 años de enfrentamientos entre la guerrilla con los paramilitares, que como consecuencia han dejado a 117 mil personas fuera de sus hogares y reclamando sus 50mil hectáreas de tierra.
Luego de más de cinco décadas de enfrentamientos, llegamos el pasado 15 de octubre para rendir homenaje a quienes han sufrido las consecuencias de estos actos. Los vecinos nos propusieron hacer una jornada de renovación y limpieza de las calles y cementerio. Pintamos todas las bóvedas, desyerbamos el lugar e hicimos un mural en sus paredes para revivir su memoria, su honor.
La noche del día siguiente fue distinta. Convocamos a más de trescientas personas alrededor del fuego y la danza de los jóvenes legionarios. Mientras hacíamos un corazón con las velas, una vecina dijo: “por nuestros hermanos, por nuestros familiares, por nuestras víctimas vamos a dejar el pasado de la violencia y vamos a construir amor”.
Más adelante hicimos una obra de teatro que narra la historia de una madre que pierde por todo el tiempo a un hijo, pero que al final se da cuenta de las cosas y le pide perdón. Esto con el objetivo de mostrar cómo las drogas y la prostitución transforman a varios jóvenes de La Peña cuando emigran a las ciudades por consecuencia de las disputas que ocurren en esta región. Yurani Arrieta, una de las personas que asistieron al homenaje comentó que “la gente se quedó muy callada y contenta, y decían como: ‘uy, eso me está pasando’ “.
El homenaje lo finalizamos al son de las gaitas, el mismo que caracteriza la cultura de La Peña, y del baile de las personas. Como diría Yuranis “acá donde tú vayas, vas a conseguir a alguien que sepa tocar el tambor, la gaita, la maraca y las mujeres y niñas ya saben bailar. Es como algo de los genes”.