Marta Nussbaum en La monarquía del miedo (2019) citaba a Cicerón en uno de sus apartes de la página (276) cuando mencionaba sobre la justicia pasiva: "La justicia consistente en no actuar decididamente en pos de la justicia, por difícil que sea. También carecen de generosidad y grandeza de espíritu. No sirven al bien público". Es precisamente esta cita de Cicerón traída por Nussbaum la que resulta ser la más factible, digna, justa, cercana y pertinente para sintetizar el monólogo de arrogancia, negación y prepotencia de un gobierno que está quedando en los anales de la historia no para ser leídos, sino para ser olvidados.
Día tras día seguimos en primera persona evidenciando los desastres de ese gobierno que lo único que ha preferido es vituperar los derechos de su pueblo, un gobierno que solo ha gobernado para unos cuantos, un gobierno que opto por seguir trayendo los fantasmas de la guerra, un gobierno que lo dirigen desde la clandestinidad del delito, del crimen, de la mafia, de la ignominia y todos aquellos adefesios que han destetado hasta el alma y la humanidad de esta patria.
Uno de esos tantos fantasmas y adefesios que dominan a este gobierno, aparte del innombrable, es y últimamente ha sido con mucha más fuerza el negacionismo, ese que ha hecho que la cruda y dura realidad quede obnubilada por el eufemismo, la banalidad, la justificación y la minimización de los hechos que hoy carcomen a Colombia, como los ya conocidos y probados asesinatos a ciudadanos a manos de la policía, como las masacres y asesinatos sistemáticos de líderes sociales, como la estigmatización y vulneración al derecho a la protesta.
El negacionismo descarado de este gobierno está acompañado de una arrogancia y prepotencia que pulula y ha hecho metástasis en lo más profundo de la poca dignidad y respeto que le quedaba a este, tanto así que la separación de poderes, el Estado de derecho y todo aquello del orden del poder judicial y normativo de este país ha sido pisoteado hasta los tuétanos, pasando por encima de las decisiones de este según su conveniencia; como por ejemplo la negación y desacato al el inédito fallo de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que le ordenó al gobierno garantizar la protesta pacífica y al ministro de Defensa pedir perdón por los excesos y abusos de poder por parte de la fuerza pública en las manifestaciones del año pasado en el país.
Tal desacato y recurrente negacionismo es la muestra o la punta del iceberg de un gobierno que se deshumanizó; que se exoneró de la grandeza del alma, de la humildad, la empatía, la nobleza y la aceptación del error; que deslegitimó la verdad y la razón; y que prefirió supeditar la humanidad, el perdón y el reconocimiento del delito en su actuación por uno que propendiera por salvar su desacreditada imagen y por resucitar los fantasmas que más gasolina le han dado, en este caso a la violencia. No cabe la menor duda de que este gobierno asesinó también a la humildad, esa que necesita para que su pueblo confíe, se sienta protegido, respetado y reconocido; y esa que este gobierno envió a lo más recóndito de los confines, demostrando una vez más la incapacidad de este para dirigir a un pueblo que lo que más clama es justicia, dignidad y sobre todo que la humildad y la nobleza no queden masacradas por la indolencia.
Finalmente, lo más probable es que la historia y la ciudadanía en menos de lo que cante un gallo, sea el verdugo y el adalid de los cambios que este desbarrancadero necesita. Llegó la hora de la memoria, llegó la hora de la humildad. In memoriam di la humilitatem