A lo largo de las históricas jornadas del paro nacional, en medio de decenas de movilizaciones, actividades culturales y cientos de expresiones de una juventud indignada, una generación que se siente a la deriva de sus oportunidades y condenada a vivir en la precariedad, ciertos lugares en las principales ciudades del país se han teñido de resistencia convirtiéndose en espacios de encuentro y solidaridad. El bastión de las protestas en Cali se encuentra en Puerto Resistencia, en la antigua rotonda de Puerto Rellena. Desde Puerto Resistencia se alza la voz de una generación que no aguantó más, sin duda, es el epicentro del paro nacional. También en Cali el Puente de los Mil Días se convirtió en el Puente de las Mil Batallas y en Pereira, tras el asesinato de Lucas Villa, el viaducto Cesar Gaviria Trujillo se rebautizó como un homenaje a su memoria. Medellín no se quedó atrás y entre el 28A y el 5M uno de sus parques más emblemáticos se convirtió en el Parque de la Resistencia.
Se trata del Parque de los Deseos, ubicado en todo el corazón de la ciudad y en inmediaciones a la Universidad de Antioquia, el Jardín Botánico, el Planetario y la Casa de la Música. No hay duda de que, desde su creación en 2003, “Los Deseos” es uno de los territorios más importantes en la movida cultural de la ciudad, un espacio de tolerancia (icónico para la comunidad LGTBI) y clave en las movilizaciones pacíficas. De ahí que en medio de las jornadas del paro nacional se haya convertido en el epicentro de la indignación, punto de salida y llegada, de los miles de jóvenes y colectivos artísticos que se han sumado al “otoño de una generación indignada”. Fue precisamente en el marco de la movilización del 5A (el mismo día que caía asesinado Lucas Villas) que fue renombrado como el Parque de la Resistencia. Su nuevo nombre será el eterno legado de una generación que se expresó en las calles y reclamó por su dignidad en uno de los momentos más lúgubres en la historia del país.
En Medellín, las movilizaciones se han caracterizado por ser masivas y pacíficas. Si se han registrado comportamientos represivos por parte del Esmad y la Policía (1.271 agresiones según el último boletín del proceso social de garantías), así como acciones violentas por infiltrados y encapuchados; sin embargo, no ha llegado al nivel de las masacres en Cali o se han visto “personas de bien” intimidando manifestantes. Con fortuna, porque Medellín es una ciudad que sigue estando muy permeada por lógicas asociadas al paramilitarismo y donde el discurso uribista sigue teniendo cierto arraigo. La actuación del alcalde Daniel Quintero, aunque no ha estado exenta de críticas, no se ha caracterizado por su clásica visión represiva de la protesta social (la que lo llevó a autorizar el ingreso del Esmad a la Universidad de Antioquia) o ha replicado lo que se vio en las movilizaciones de mediados del 2020. También hay que destacar que resintió la “asistencia militar”. Si el alcalde fuera Alfredo Ramos o Federico Gutiérrez, seguro otro sería el cuento.
Volviendo a los lugares de la resistencia, es importante que preserven la vitalidad de la indignación cuando el paro nacional inevitablemente empiece a desescalar (al menos, percibo que ya está ingresando en una fase más artística). Que se transformen en la memoria identitaria de una generación que, desde el arte y la cultura, la empatía y la solidaridad, reclama por ser escuchada y tener un lugar en la sociedad. Salimos a las calles con la certeza de vivir en un país devastado, pero el cual amamos incondicionalmente. Que los deseos se sigan transformando en una poderosa resistencia. ¡Resistencia!