En Manizales todavía disfrutamos de los toros

En Manizales todavía disfrutamos de los toros

En plena feria, los manizalitas se erigen, junto a Cali y Medellín, como los últimos bastiones de la fiesta brava en Colombia

Por: Paulo Andrés Sánchez Gil*
enero 06, 2016
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En Manizales todavía disfrutamos de los toros

Crédito: 4.bp.blogspot.com

Muchas veces hemos dicho que a la tauromaquia le falta en innovación lo que le sobra de magia y de rito, y con los actuales acontecimientos esta idea se afianza, y en torno a ella poco es lo que surge de manera alternativa y con la intención de convulsionar este panorama paquidérmico en el que las uniones de toreros -los artistas de la contienda-, no pasan del reclamo de unos cupos que entorpecen la gestión de las empresas que son las que tienen que hacer las apuestas grandes por la sostenibilidad de una manifestación cultural con cada vez menos arraigo y más detractores.

Si miramos el mundo del toro como un mercado en el que hay oferta y demanda, escenarios, intermediarios, precios en todas las escalas, monopolios, mercados emergentes, etc., nos podemos dar cuenta con absoluta claridad, que existe una cadena de valor de una fragilidad extrema. ¿Y qué es lo que la hace frágil?, son muchos factores, el primero de ellos es la asimetría financiera existente entre los patrocinadores del antitaurinismo y los aficionados genuinos. Mientras los primeros gastan exageradas sumas de dinero en intentar limitar las libertades de un segmento, los segundos van a las plazas con tibieza y con incapacidad de reaccionar frente a la reducción paulatina de festejos en muchas ciudades, la desaparición de las secciones taurinas en los diarios, semanarios, etc., y las posiciones a veces radicales de los comunicadores de querer deslindarse de este escenario, para no generar asperezas en otros círculos que podrían afectar su reputación. No se esconden los antitaurinos, porque ahora “está de moda” serlo, en cambio los aficionados a la fiesta aunque no creo que sean sustancialmente menos, o al menos no aquellos que se sienten atraídos por la idea de asistir a una corrida de toros, sí parecen manifestar su afición de manera clandestina, en el anonimato y con un temor inmenso a ser señalados por los detractores e incluso con el temor, no infundado, de ser agredidos.

Otro factor de gran relevancia en la fragilidad de la cadena de valor de la industria cultural en que se constituye la fiesta de los toros, es la defensa de su valoración histórica, económica, cultural y patrimonial. No han encontrado los defensores de esta manifestación cultural superar los argumentos proteccionistas de los detractores, y en cambio utilizan plataformas soportadas en figuras que en lugar de sumar, restan. Hay de contradictorio mucho en los recovecos de los círculos taurinos, y es que por un lado se habla de defensa de las libertades, y de oposición a las prohibiciones y restricciones para el libre disfrute de espectáculos como el taurino, pero por otro lado utilizan de altavoz de sus denuncias a celebridades del pensamiento retardatario y del conservadurismo más recalcitrante, y que erigen su fama y gloria a través del prohibicionismo, la arbitrariedad y la socarronería de sus investiduras, que confunden con estolas arzobispales y breviarios con lecciones del más godo reduccionismo. No es nada alagador para los aficionados a los toros que salga en su defensa el procurador general de la nación Alejandro Ordoñez, a quien muchos califican de inquisidor y que en los últimos meses ha elevado su cotización en bolsa a partir del descrédito y estigmatización de todo aquello que provenga de la libertad de expresión. ¿Si se puede ver a la tauromaquia como una manifestación propia de un segmento de ciudadanía a la cual no se le deben vulnerar sus derechos, porque el racero para otros segmentos minoritarios de ciudadanía a quienes permanentemente se les vulneran sus derechos, tiene que ser diferente? No es extraño que en arbitrariedad compartan toldas el procurador Alejandro Ordóñez y el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, pues uno y otro quieren desde sus estrados, con favoritismo, populismo y demagogia parecer que interpretan el pensamiento general. Y en la práctica de esta generalización inapropiada, se omiten entre otras cosas; el reconocimiento de las  diferencias; el acervo cultural contenido en la tradición taurina; la contribución económica de la tauromaquia a las economías locales de los territorios en donde tienen asiento cada uno de los componentes de la cadena de valor; la contribución a la conservación de inmuebles patrimoniales y que aunque pueden tener vocación polivalente, fueron concebidos para el desarrollo de espectáculos taurinos.

La ponderación política a la que han llevado a la tauromaquia es otro indudable factor de fragilidad de la cadena productiva de esta industria. Lo que antes fue símbolo y emblema nacional en España, y cuyo referente sirvió por décadas para que se consolidara la fiesta en 7 países más, y no solo eso, sino que la tradición taurina, su celebración cotidiana, y su expresión artística, llenaron de orgullo patrio un territorio que en torno a esta industria logró consensos, y que de manera oportunista los políticos de una región con ínfulas de autosuficiencia quisieron torpedear desde la segregación y no desde la identidad, generaron que otros movimientos políticos a espaldas de la cultura y de la democracia, apenas animados por los animalistas y un aval financiero robusto, la pusieran en la mira de los déspotas. Y son precisamente los componentes de la cadena de valor de la industria cultural de la tauromaquia, los que impiden que aquellos en quienes persiste el orgullo por integrarla, hagan bloque influyente y determinante cultural, de opinión y político a favor de su salvaguarda, cuando los escenarios se reservan la exclusividad para celebración de festejos taurinos, desconociendo que cualquier escenario cultural que pueda albergar personas y eventos que las satisfagan, merecen estar abiertos al público, en un acto de reconocimiento de la importancia de los cosos taurinos como íconos arquitectónicos y culturales de una ciudad. Lo contrario, que es lo que sucede actualmente, genera reacciones en contra de la celebración de los eventos taurinos, porque se mira prepotente la idea de habilitar semejante infraestructura para escasos 5 ó 10 días dedicados a la celebración cultural. Cualquier palacio que se abra para que ocasionalmente ingrese su majestad, se convierte en un símbolo de la opulencia de un segmento privilegiado.

Los toreros que imponen vetos, y que condicionan  sus apariciones a cifras inalcanzables y a toros que ofrezcan comodidades, lo cual es una verdad que muchos intentan ocultar, desestimula a las empresas productoras de espectáculos taurinos, porque simplemente la balanza se desequilibra. Esos toros “cómodos” y esos honorarios de diva del séptimo arte, hacen que los ejercicios comerciales sean deficitarios en un porcentaje muy alto de los casos. Para no serlo, se acude a dos estrategias, la de reducción de festejos e incremento de los precios de venta al público, o la de disminución de la calidad artística del espectáculo; pero los dos escenarios hacen que la industria cultural sea insostenible. Y llegar a la sostenibilidad, como en cualquier industria cultural, precisa en primer lugar ideas innovadoras, talento humano que las concrete y las haga vehículo eficaz de comunicación, difusión y posicionamiento. Además no es una tarea exclusiva de las empresas que producen corridas y temporadas taurinas; es una tarea conjunta en la que cada actor de la cadena debe hacer su esfuerzo particular, pero con perspectiva de industria, carácter dialogante y vocación de competitividad. Hay un ejemplo que sirve de referente universal, de lo que puede considerarse punta de lanza para la sostenibilidad de la tauromaquia como industria cultural, Cormanizales. En Colombia es la gran apuesta. Calidad, firmeza de carácter, equilibrio financiero, contribución vital y con criterio al debate público sobre la salvaguarda de la fiesta de los toros en el país. Pero en caso de que los argumentos de Cormanizales y Juan Carlos Gómez, su director ejecutivo, no trasciendan la localidad, al menos si servirán para que todo el esfuerzo realizado se materialice en que Manizales sea el último bastión de la tauromaquia en Colombia. Rematar carteles no es tan simple como parece; tomar unos nombre y agruparlos de a dos, tres o cuatro, dependiendo de las exigencias de los matadores, sacar a la venta una boletas a precios que garanticen que un aforo del 30% permita punto de equilibrio, y dar la orden al presidente de los festejos que reparta trofeos a diestra y siniestra. Suena muy comercial y garantista, pero esa no es la formula de la sostenibilidad. Es, como lo ha hecho los últimos años Cormanizales: contratar a las figuras a los precios justos, privilegiar la fidelización de clientes a través de las ventajas comerciales en la preventa; contratar el recurso humano más eficiente, desde areneros, mulilleros, conserjes, junta técnica, presidencia de los festejos, secretarias, auxiliares, contadores, y en general todo el equipo que tiene algún tipo de aporte en el engranaje de este actor de la cadena que es la empresa; no sucumbir a los oportunismos a los que permanentemente están tentados los toreros y apoderados, sin antes intentar una conciliación favorable al aficionado; contratar con todo el rigor técnico y científico a las mejores ganaderias del país, al menos en lo que a peso, edad y trapío corresponde, pues no hay que olvidar que la bravura es el factor más dificilmente heredable en el ganado bravo, y sin perder de vista tampoco que ganaderías “duras” en Colombia quedan muy pocas, y que acá casi todas son “cómodas”, se valora el esfuerzo de las empresas que favorecen en la medida de las posibilidades el espectáculo, buscando que la lucha en el albero sea cada vez menos “desigual”, para aquellos que quieren referirse a la lidia como una lucha desigual porque un hombre torea un toro de 500 kilos y no de 650, pero en ese terreno, hasta las vacas flacas con encornaduras incipientes han cobrado vidas de toreros, novilleros, ganaderos, subalternos, etc.; detenerse en los detalles accesorios de la fiesta es una innovación en la escala de la sostenibilidad, y por eso no es un hecho meramente transitorio que la Banda Municipal de Manizales, que musicaliza el espectáculo en esta ciudad, sea la mejor banda taurina -desde mi perspectiva particular-, del mundo; el rito de los areneros y monosabios de la plaza de Manizales es peculiar y factor de culto en un sector del público que hasta claveles adicionales lleva a la plaza para arrojarlos a ellos como reconocimiento a su sobria presencia e impecable labor; la firmeza de pulso, que a veces parece carácter tosco, del director ejecutivo de Cormanizales Juan Carlos Gómez, hace que en Manizales no se improvise y hace que en Manizales la empresa inspire al resto de los actores de la cadena a hacer las cosas bien, y a que la invitación quede hecha para que la industria cultural de la tauromaquia rodee la iniciativa de Cormanizales, de sus directivos, de sus organizaciones asociadas, entre otras, la Universidad del Toro, La Cruz Roja de Caldas, para que Manizales tenga garantizados los mejores argumentos a favor de la fiesta y que podamos decir con todo el orgullo que produce estar imbuido en esta manifestación cultural, Manizales: el último bastión de la tauromaquia en Colombia, defiende los toros y se hace contar en la economía creativa y cultural de la ciudad y la región.

*Comentarista taurino, gestor cultural.

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