Decían que la visita de Juan Manuel Santos a la reina Isabel iba a ser un bálsamo para Theresa May, la actual primer ministra, que todo Londres se paralizaría ante la presencia del nuevo Nobel de paz, que el Príncipe Carlos y William y Harry irían a departir un rato con María Antonia y María Clemencia porque era un acontecimiento bastante especial para la corona de Inglaterra.
Hoy en la mañana ninguno de los medios ingleses —es decir ni radio, televisión o internet— nombraron al presidente de un país perdido en Los Andes llamado Colombia. Hicieron referencia a que Theresa May se había reunido con la reina después de semanas de distanciamiento, que a Isabel el ojo derecho se le había convertido en una bola de sangre, que el Duque de Edimburgo había cabeceado cuatro veces y que probablemente la Reina lo haya reprendido de nuevo por abusar del whisky antes del almuerzo. De la delegación colombiana ni una sola línea y eso que un columnista de El Tiempo predecía las calles de Londres desbordadas de gente, la prensa haciendo fila para tomarse una foto con el Nobel. Pero nada, ni una línea.
Lo que sí estuvo muy apretado fue la agenda del Presidente. En Londres los empresarios querían comprobar si efectivamente la guerrilla iba a dejar de molestar en los campos a las multinacionales mineras, petroleras, en la magna labor de llevarse los recursos para sus países. Con alborozo Caracol, RCN, Néstor y Julio celebraban la inversión que caería como una cascada en las arcas de los ricos. Va a haber tanta plata en juego en estas reuniones que hasta Alejandro Santo Domingo decidió ser colombiano y recibir, por supuesto, los beneficios que le dará a las empresas internacionales invertir en un país pobre y sin resistencia armada.
Si Santos es creído en la Séptima con Diecinueve,
imagínense como estuvo en el Palacio de Buckingham
y con un micrófono al frente
Si Santos es creído en la Séptima con Diecinueve, imagínense como estuvo en el Palacio de Buckingham y con un micrófono al frente. Sintió que el espíritu de Oliverio Cromwell lo poseía y empezó a sentirse el líder perseguido por una derecha retardataria y traidora —a la que el aún pertenece— capaz de mentir y engañar despiadadamente a su pueblo con tal de perpetuar una guerra. La reina, quien estaba en un muy mal día, incluso llegó a citar en su discurso a Laura Restrepo, aplaudió así como los pocos condes que, sin mucho que hacer en Londres, vinieron a probar un poco del Faisán de Windsor Poele a la Choucroute y beber del Gusbourne 2007 que se servía en la mesa real. Los aplausos en Inglaterra no se vivieron en Colombia. Es más, Uribe, quien en las últimas horas había mostrado su intención de bajar la guardia, seguramente volverá a ponerse beligerante en su cuenta de Twitter y volverá la polarización y la espera ya demasiado larga y el sueño de Santos de llegar a Oslo el 10 de diciembre con la paz ya resuelta se ve cada vez más lejano. Otra vez la lengua vuelve a traicionar a nuestro querido presidente.
Quedó claro que la paz se convirtió en una cosa de egos, en un duelo entre Uribe, quien ni siquiera sabe que no le gustó en el acuerdo, aparte de la ausencia de su nombre en él, y de Santos quien, después de ganar el Nobel y ser huésped de la reina Isabel ya se atreve, desde las alturas en donde está, a decirle a los del No que de nada les servirá haber ganado el plebiscito, que igual, así no lo respalde la mitad, hará que el Congreso le apruebe su paz.
