Cuando se llama la atención acerca de la responsabilidad que convocan ciertos temas de interés global, especialmente los relacionados con el calentamiento global y sus consecuencias en la crisis de los últimos tiempos, incluida la actual pandemia que vivimos, y adicionalmente se nos recuerda el compromiso que como habitantes del planeta tenemos frente a estos, es recurrente que generemos debate, escenario interesante que despierta nuestra conciencia y origina buenas reflexiones y aportes, pero de otro lado, es posible que empecemos a utilizar el dedo acusador señalando a otros como culpables y olvidemos nuestra propia responsabilidad.
“No se debe sacar del debate a las empresas porque sus afectaciones son mayores”, dicen algunos, y “cómo se nos puede exigir a las personas, si los dirigentes de países desarrollados han mostrado estar menos comprometidos”, expresan otros.
Buscar culpables no necesariamente conduce a una posible solución, por el contrario, polariza y reduce la posibilidad de crear conciencia frente al problema, nos aleja de la asunción de responsabilidad y por lo tanto se ahonda más en el mismo. La reflexión o la pregunta sugerida es: ¿qué he hecho para evitar que ocurra?
Cuando se involucra a todos, es necesario precisar que se empieza por el individuo, luego con la colectividad o comunidad, las organizaciones, y la sociedad en general, porque, así como hacemos uso de los recursos que nos ofrece nuestra casa común, en consecuencia “todos ponemos”. Somos una expresión de este planeta, por lo tanto, en mayor o menor medida somos responsables de la situación económica, social o ambiental en la que a lo largo de la historia hemos vivido y vivimos como sociedad. Se podría afirmar que las responsabilidades son proporcionales a los impactos, pero de estas no se exime a nadie, además, son inacabadas porque nuestra huella ecológica por el solo hecho de ser seres vivientes, nos invita todo el tiempo a reducirla, mitigarla o compensarla.
Es necesario ampliar nuestra conciencia frente al desarrollo sostenible y definir qué hacer aquí y ahora. Conocer los impactos o consecuencias de las acciones y actividades, es un ejercicio juicioso que puede hacerse desde la individualidad y por supuesto mucho más metódico y riguroso desde las organizaciones. Prever las consecuencias permite que las acciones sean asumidas con una mayor responsabilidad y conciencia de que no solo impactan nuestra vida sino también la de otros.
Ahora bien, las actividades sociales se desarrollan en lo que conocemos como institucionalidad y estas instituciones influyen en nuestras conductas, en nuestras prácticas responsables o contrarias dependiendo de lo que promuevan, lo que nos lleva a discernir entre las políticas que promulgan dichas instituciones y nuestras propias creencias. Allí debe aparecer el criterio propio frente a la responsabilidad, que podrá diluirse (escenario no deseable) o exacerbarse (cuando nos damos cuenta que se evade), para hacerlo valer desde una posición ética en cualquier escenario donde la temática esté en la agenda de debate: En lo comunitario (organizaciones comunales), en lo local (planes de desarrollo locales), en lo nacional (plan de desarrollo nacional), y global (agenda de desarrollo sostenible promovida por las Naciones Unidas), en últimas, hacer entender que la responsabilidad es de todos.
Es preciso recordar que las instituciones las hacemos las personas y la visión de futuro que se proyecta desde ellas debe necesariamente consultar nuestra opinión, y más aún en esta época de reinvención donde es imperativo hacerlo. Pudiéramos afirmar que hoy más que nunca el futuro de las organizaciones está determinado por las personas que la integran y no lo contrario como hasta hace poco se afirmaba: las organizaciones determinan nuestro futuro y nuestro comportamiento.
En un escenario de “nueva normalidad”, la tarea es y será mucho más exigente si se tiene en cuenta que a pesar de haberse entendido mejor la importancia que tiene la responsabilidad social corporativa en sus diferentes materias fundamentales planteadas por la norma ISO 26000:2010 (gobernanza, derechos humanos, prácticas laborales, medio ambiente, prácticas justas de operación, asuntos de consumidores y participación activa y desarrollo de la comunidad), la realidad es que la economía continúa desacelerándose, las empresas centran sus acciones en la supervivencia definiendo planes de contingencia y recuperación y los gobiernos rediseñan estrategias para lograr el equilibrio posible en la disyuntiva que plantea garantizar la salud de la población y una economía duramente golpeada.
Ante este panorama disruptivo y poco alentador, el reto por mantener el foco hacia el desarrollo sostenible no debe perderse y pensar que solo se tiene en cuenta y se practica cuando los tiempos son buenos, es un error en el cual hay que evitar caer. Ser resilientes, adaptarse, ser perseverantes y mantener la perspectiva de la sostenibilidad en alto constituye el desafío en el que “todos ponemos”.