En la política hoy: del odio al amor sólo hay un paso

En la política hoy: del odio al amor sólo hay un paso

Parece que el odio ha representado una herramienta muy útil para las campañas electorales. Moverse en estas aguas puede ser tan provechoso como infructuoso

Por: Hernando Copete Ortiz
junio 08, 2022
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En la política hoy: del odio al amor sólo hay un paso
Fotos: Archivo

Hay personas que les encanta el altruismo, su objetivo es sumar o potenciar las condiciones sociales que benefician o dan valor a su comunidad. Frente a este tipo de comportamiento, surgen dos respuestas por parte de la sociedad. 

Una de ellas es brindarle gratitud, agradecimientos, y expresar el honor que merece. La otra es, despreciar, condenar, inculpar, acusar, generar desconfianza o dañar la imagen de alguien, y hasta desearle la muerte. Algo parecido le pasó a Sócrates, a través de los escritos de Aristófanes (Clouds). Ese odio que despiertan en la comunidad por él.

Él mismo dice que es una forma de ocultar la vergüenza que sienten, cuando no pueden resistir sus destructivos argumentos. Esas ideas mal concebidas y llenas de estados emocionales y no racionales. 

En consecuencia, nadie diría “odio a fulano o mengano porque no puedo responder a sus preguntas, sobre su vida, pasado, condiciones de vida, personalidad, antecedentes, resultados, evidencias o logros y en consecuencia lo hace parecer como un tonto ante los demás”. 

Sócrates piensa que todas las personas, salvo unas pocas, atacarán a quienes intenten estimular en ellos una reflexión moral sería. Mi abuelita, una campesina de Saboya, Boyacá me decía:” nadie le tira piedras a un árbol que no tiene frutos”.

En otras palabras, la gente odia ser evaluada, calificada, enfrentada o probada en una discusión; por lo tanto, reaccionan negativamente, contra aquellos que los provocan con sus preguntas. 

Complementando, la gente o la comunidad en su mayoría, se contenta o queda satisfecha con una comprensión de la realidad, su entorno, de una manera superficial, sin fuertes argumentos. Es la posverdad materializada.

¿Por qué odiamos? Porque un objeto, o sujeto se convierte en una amenaza para nuestra integridad, como para nuestra estructura social. ¿Para qué odiamos? Para preservar una entidad, imagen, ideología ¿Cómo odiamos? Acumulando en nuestros razonamientos emocionales, la imagen del odiado.

Nuestros politiqueros, son bien astutos, recurren a profesionales (eso creo, me faltaría elaborar una investigación), no éticos, como los psicólogos, sociólogos y profesionales en ciencias políticas, para crear una comunidad del odio.

Es bien claro que, en la psicología de las masas, el estudio del comportamiento colectivo, permite identificar que los individuos, se contagian muy fácilmente del comportamiento de los demás y se limitan únicamente a repetirlo, Freud afirma que es una comunidad afectuosa, que se moviliza, fácilmente haciendo uso del razonamiento afectivo, con el fin de dominar la personalidad inconsciente sobre la consciente. 

Podríamos decir, que, a la comunidad del odio, se le introyecta la “Ley de unidad mental de las masas”. El objetivo es desvanecer la personalidad consciente y manipular, fortalecer los sentimientos y pensamientos sin sustentos argumentativos, como direccionándolos.

Las estrategias que se utilizan son asignando a la persona que se le quiere dañar la imagen, de una persona peligrosa y para ello se le fijan calificativos y características de personalidad negativos y ubicando sus comportamientos en contextos tóxicos, no reales. De esta manera valorizan, dan poder y sustentan como realidad esos calificativos (odio).

La mala hora (Gabriel García Márquez) es un libro de homenaje a la oposición. Se puede interpretar que el odio surgido a partir de las instituciones, se difumina a través de pasquines, sembrar discordias entre familias, no se reprime la violencia, pues es caldo de cultivo, para que el odio no perezca, los chismes (La hojarasca), es un detonante que fortalece la malevolencia y la descomposición social. 

Es imposible la coexistencia de opositores y colaboradores. Para ello utilizan la famosa frase “Estas conmigo o estás contra mí”, cuya finalidad es generar un ambiente, contexto, polarizado, antagónico y no contrario (se puede resolver y mejorar).

La construcción social del odio, en este orden de ideas, es darle significación falsa, fuera de contexto, al objeto o sujeto que se quiere reprimir, eliminar, utilizando líderes sociales creíbles e instituciones existentes como iglesia, partidos políticos, etc. quienes socializan este odio.

Es muy clave en nuestras vidas, tanto individuales, como sociales preguntamos ¿Qué es más fuerte el amor o el odio?

R.J. Sternberg expresa que los seres humanos tenemos la tendencia a enamorarnos de personas cuyas historias o representaciones de amor que tienen son parecidas o semejantes a las nuestras, pero que existen diferencias que pueden funcionar como complementos. 

Por otro lado, el evitar los posibles conflictos amorosos radica en descubrir o evidenciar las historias ideales de pareja, que no siempre son relatadas, verbalizadas o compartidas.

El odio lo que hace es que esas representaciones o historias sean diametralmente opuestas y evitar que se evidencian historias compartidas, ideales. Simplemente es aislarnos del amor.

Por otro lado, la relación persona objeto, ¿Cómo la vemos? del candidato a nosotros o, por el contrario, de nosotros al candidato. Si la perspectiva es desde nosotros, entenderíamos que los candidatos (objeto) no se esfuerzan por hacerse entender, que su actuar no tiene sentido y que no vale la pena entenderlo, y que no son una verdadera representación política, a su vez el candidato se siente alienado, incomprendido por la sociedad. 

Si es del candidato hacia nosotros (objeto), somos entes que equivalemos a un voto o nuestro valor es matemático y nosotros nos sentimos utilizados, manipulados y que nuestras necesidades sociales no son escuchadas.

Finalizando y retomando otras perspectivas de cómo el odio está inmerso allí, leemos a Martin Luther King, quien dijo: “No me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos”. Esa indiferencia es un odio, una desesperanza aprendida.

Por otro lado, Émile Durkheim habla de los siguientes tipos de suicidio: el altruista (baja importancia del yo), el egoísta (vínculos sociales débiles), el anómico (lazos institucionales – Estado, están desintegrados, anomia) y el fatalista (se da por la rigurosidad de las reglas, normas). 

En un país donde se excluye al otro, donde el diálogo social, no tiene valor, donde no se le reconoce o niega su perspectiva de vida, como interpretación de los temas (problemas) sociales. 

La comunidad puede ser asesinada en vida (excluirlo, no tenerlo en cuenta, aislarlo) o participa en un suicidio social, que es simplemente alejarnos de la participación en las decisiones sociales, alejarnos del pensar, sentir y actuar de los otros. 

En consecuencia, es acabar con la capacidad de comunicarse y relacionarse, limitando el pensamiento colectivo, social, de consenso (inteligencia social). Es volvernos como máquinas (autómatas) que imitamos, seguimos instrucciones, de fácil programación, que no requiere que se le inyecte un chip, para que ejecute una determinada operación.

Recomiendo leer en Las2Orillas “¿Políticos que valen por sus ideas y proyectos o por su aspecto físico?” (I y II).

Nosotros deberíamos votar por los proyectos de los candidatos, experiencia, competencias sociales y no por calificativos (guerrillero, corrupto, etc. para ello la ley debe funcionar), que nada tienen que ver con las posibles soluciones a las problemáticas sociales, seguridad, salud, educación, vivienda, alimentación, vías, trabajo, medio ambiente, impuestos, corrupción, acceso a la justicia, violación de los derechos humanos, etc. El odio no puede decidir nuestro futuro.

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