Aunque me encanta ver felices a mis amigos en Facebook, no entro con tanta frecuencia a mi página porque tengo otras muchas cosas que hacer y que requieren mi tiempo. Sin embargo, en una de mis breves visitas de estos días, encontré que me habían incluido en un grupo de empresarios donde se ofrecen y solicitan servicios profesionales, tal que cual negocio de finca raíz y algo de venta de garaje.
A propósito de esta última, encontré un anuncio de una mujer que estaba vendiendo sus electrodomésticos y una batería de cocina “totalmente nueva”, porque se iba del país. Jamás había acudido a una actividad comercial de este tipo, pero ando montando un proyecto de cocina y pensé que ahorrarme un dinero en algo “nuevo” era interesante.
Contacté a la persona, fui hasta su casa y como buena periodista -conversadora, curiosa y preguntona- mientras la joven mujer sacaba las ollas, le pregunté para dónde se iba. Me contó que con su esposo se iban a vivir a Canadá. Puso las ollas, una a una con su tapa, sobre el mesón de la cocina. Confiada, como lamentablemente en algunos casos he sido toda mi vida, hice el negocio y me fui.
Ya en mi casa, cuando comencé a revisar cada olla y cada tapa, empecé a darme cuenta de que sí estaban usadas. A dos se les veía que se les había pegado la comida al fondo y habían quedado manchadas; una de ellas de arroz. Algunas tapas tenían restos en esos pliegues que les hacen, inalcanzables para la esponja y el cepillo cuando se lavan.
Me sentí engañada, me molesté y la llamé. Le comenté que sus ollas no eran nuevas y que se las iba a regresar. Volvía al lugar y le dije: “tu me estás diciendo que estas ollas son nuevas, y no lo son”. Me contestó: “Sí, yo no las he usado”, y me molesté más. “Entonces como tú no las has usado son nuevas”, le dije. “Es que están sin usar”, me contestó haciéndose la boba que era lo que más me chocaba. Yo, que adoro cocinar y que conozco fácilmente cuando una olla ha sido utilizada, le pedí de regreso mi dinero no sin antes decirle: “Tú que te vas a vivir a Canadá y que serás una representante de nuestro país en semejante nación donde ser correcto, honesto, es parte fundamental de vivir en ese territorio, no hagas estas cosas porque no nos vas a hacer quedar bien”, y me fui indignada.
Todas estas “vivezas” surgen de la mal llamada
y pésimamente alardeada “malicia indígena” que bautizaron los españoles
para justificar sus robos a la corona, culpando a los nativos
Todas estas “vivezas” surgen de la mal llamada y pésimamente alardeada “malicia indígena” que bautizaron así los españoles para justificar sus robos sistemáticos a la corona, culpando a los nativos, pero que aquí acuñamos culturalmente como algo digno de admiración.
Mientras existan padres de familia para quienes la malicia indígena sea parte de su ejercicio de vida, y la de sus hijos sea motivo de orgullo porque “tan vivo mi muchacho o tan viva mi hija”, seguiremos viendo desde las ofertas de ollas “totalmente nuevas, completamente usadas” -que parece banal sin serlo-, hasta los Reficar y los Odebrecht que nos tienen aburridos, pero sobre los que no hacemos nada y no pasa nada.
¡Hasta el próximo miércoles!
“ ´Es que están sin usar´, me contestó haciéndose la boba que era lo que más me chocaba”