El resultado de las elecciones municipales en España del pasado 28 de mayo, ha producido un terremoto político por los malos resultados que obtuvo el gobierno, en cabeza de Pedro Sánchez, en representación el Partido Socialista Obrero Español, Psoe, en coalición con Podemos, que desaparece del panorama electoral. Como el Reino de España es una democracia parlamentaria, aunque no se trate de una elección general, la pérdida de apoyos políticos para el gobierno es tan grave que obliga a Sánchez a adelantar las elecciones generales al 23 de julio, para ver si esos malos resultados se aplican también en las Cortes, como se llama allá al Parlamento. Son los avatares del régimen parlamentario.
En Estados Unidos, cuyo sistema presidencialista se parece más al nuestro, las elecciones de “midterm”, o sea en la mitad del mandato presidencial de turno, donde se elige la totalidad de la Cámara de Representantes por dos años, y la tercera parte del Senado por seis, son una poderosa evaluación del desempeño del gobierno, pues corre el peligro de perder una de las cámaras o ambas dificultando enormemente su trabajo y pavimentando el camino para el triunfo de la oposición dos años más tarde. Fue lo que le sucedió a Joe Biden el 8 de noviembre de 2022 quien logró retener la mayoría en el Senado, por un voto, pero perdió el control de la Cámara, sin que se hubiera producido la Ola Roja republicana que se había pronosticado. Así que esas elecciones también tienen un efecto político enorme sobre el gobierno y pueden dificultar su tarea, como le ha pasado a Biden.
En Colombia no sucede ni lo uno ni lo otro. Existe un régimen presidencialista donde el Presidente tiene enormes poderes, que le permiten construir o reformar una coalición de gobierno cuando lo necesite, pero donde no existen elecciones de medio período, ni las elecciones regionales, que se celebran apenas pasado un año del comienzo del gobierno de turno, tienen mayor impacto sobre la gobernabilidad del presidente, puesto que no obligan, como en España, a anticipar las elecciones generales de las Cortes, ni presionan la agenda gubernamental, como en Estados Unidos. Y uno no sabe si eso es bueno, malo, o todo lo contrario.
Cuando existían las elecciones de medio período, entre nosotros, (de mitaca se llamaban), el período de los Representantes era de dos años, lo cual obligaba al gobierno a ajustar su agenda en caso de que perdiera el control de la Cámara. Algún presidente con tenencias autoritarias pensó que aquello era una incomodidad mayúscula y era mejor mantener la composición del Congreso durante todo el período presidencial. Funcionó mientras existió el bipartidismo y el Presidente tenía aseguradas las mayorías del Congreso. Hoy en día bueno sería reestablecer esas elecciones. Un gobierno con minorías parlamentarias como el actual, elegido con un gran apoyo popular que no se refleja en la composición del Congreso, podría sobre la base de su obra de gobierno lograr ese apoyo a la mitad de su período y moverse con más libertad. O podría ser castigado en las urnas, que es el eterno riesgo de la política.
Sobre las elecciones regionales el poder político tradicional tiene un peso determinante, pero sus resultados no afectan la gobernabilidad presidencial
Lo que no puede suceder es que se conviertan las elecciones regionales del próximo 29 de octubre, cuando se elegirán alcaldes, Concejos Municipales, Gobernadores y Asambleas Departamentales, en una especie de plebiscito sobre el Gobierno Petro. La razón es que la dinámica de las elecciones regionales es muy diferente de la elección presidencial y parlamentaria. Su agenda es otra, sus intereses políticos son otros, sus coaliciones son otras. Sobre ellas el poder político tradicional tiene un peso determinante, pero sobre todo sus resultados no afectan la gobernabilidad presidencial.
En Colombia el gobierno puede moverse en el interior del Congreso para armar o desarmar coaliciones, pero pase lo que pase, aún en medio de un escándalo mayúsculo como el actual, la composición del Congreso y la duración de la Presidencia, se congelan por períodos de cuatro años. Convertir las elecciones regionales en un plebiscito contra el gobierno Petro, para capitalizar electoralmente el escándalo, es pensar con el deseo de que le vaya mal. Las elecciones regionales reflejan muchas cosas, la que menos, la favorabilidad del gobierno nacional, aunque ande de capa caída. Simplemente el gobierno nacional no está en juego. En la realidad política es mezclar peras con manzanas.