Profunda emoción patriótica ver a nuestro presidente Iván Duque junto a los vencedores del Putumayo surcar los mares sobre una, ¿qué sería? goleta tal vez, chalupa o un catamarán, dispuestos a demostrarle al mundo que con Colombia no se juega.
Ahí se salvaron Putin, el sátrapa nicaragüense o cualquier submarino chino sin importar que fuera nuclear o no, de sufrir la dignidad desatada de nuestro Estado Mayor con su Comandante a la cabeza, listos a castigar a quienes encontraran en la alberca de agua que nos quedó, desde que en 2012 perdimos el primer pleito en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Que esta movida patriotera no haya terminado en más dolores de cabeza lo sostienen quienes creen que todos los posibles lastimados fueron avisados, a tiempo, de que no fueran a asomarse por esas soledades.
Otros, menos dramáticos, afirmaron que tanto el presidente como los militares que lo acompañaban estaban seguros de que por allí -como es apenas normal- no iban a encontrar ni un alma en pena, y regresarían al puerto de salida a dar parte de victoria a los pescadores ancestrales de San Andrés de su periplo reivindicatorio, como muestra plena de que la patria no había perdido nada.
Solo que este viaje para airearse el sombrero y las charreteras nada tenía que ver con el verdadero fondo del fallo en cuestión, que había decidido que nuestros pescadores del archipiélago no podrían volver a pescar en lo ya perdido por Colombia, y hoy territorio nicaragüense.
Por lo que poco comprendieron nuestros pobres isleños las actitudes proceras de Duque y sus acompañantes, y menos cuando en su decisión -desde la razón fraternal que inspiró a los honorables magistrados de la Corte- invitó tanto a las autoridades de Nicaragua como de Colombia a negociar la posibilidad de que nuestros compatriotas volvieran a pescar en esas aguas sin problemas.
Invitación que nuestro impoluto primer magistrado rechazó por considerar que el presidente Daniel Ortega era un dictador y por tanto indigno de que le dirigiera la palabra. Una muy digna actitud de demócrata que comprendieron, todavía menos, los humildes habitantes de las islas, cuando en aquella afectada distinción se jugaba el sustento diario de los pescadores pobres y el emprendimiento empresarial de otros mejor dispuestos económicamente, que -hechos sus cálculos- aseguraban que mientras en lo que hoy es de Nicaragua, 1000 libras de pescado se cogían en 2 días en San Andrés tardaban 8 días.
Si en este aspecto que era el importante para el pueblo-pueblo no se ganó nada y lo que se había podido arreglar también se echó a pique, toman fuerza las palabras de los pescadores ancestrales de que los llamados a negociar son ellos.
Y todavía más cuando, al parecer, las gestiones de nuestros desvelados gobernantes y eminentes internacionalistas antes y ahora, poco o nada han conseguido para resolver los problemas limítrofes de tiempos recientes.
Situación que se colige de leer en los periódicos que los supuestos logros alcanzados por Colombia en esta decisión de la Corte fueron fruto del trabajo de los asesores extranjeros, que cobran duro como se deduce de la fabulosa suma -$18.000 millones- gastada en la defensa según un importante político nuestro, porque lo ganado por los dos connacionales que nos defendieron, según lo afirmó uno de ellos, no pasan de ser chichiguas.
Después de tantos ires y venires, el pueblo colombiano que vive de la pesca en el Caribe y los que deben pagar impuestos parecen haber perdido, mientras otros tienen toda la razón en sostener que siempre han ganado. Y no faltan los dirigentes que sabiendo que han perdido -pero cargados de tigre- arrebatan, desconociendo a la Corte y apostando que el camino por venir tal vez sea la guerra sin importar que seamos países hermanos.