Nos encontramos en un momento crítico de la historia humana, donde los fantasmas de la guerra fría resurgen en un mundo aun convulsionado por las secuelas económicas y sociales que dejo la pandemia y sobre todo la urgencia del cambio climático, la era nuclear, una vez sepultada bajo tratados y acuerdos, ahora se asoma nuevamente como una sombra ominosa sobre la civilización con Estados Unidos y Rusia abandonando el tratado INF, mientras el reloj del juicio final avanza inexorablemente, la sociedad parece más interesada en el materialismo estéril y en su próxima actualización de redes sociales que en la posibilidad de una devastación nuclear y ambiental sin precedentes.
La guerra fría, con su retórica belicosa y su escalada de armamentos, nos dejó un legado de terror y paranoia que aún resuena en la psique colectiva, la carrera armamentística, alimentada por la competencia ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, nos llevó al borde del abismo nuclear en múltiples ocasiones, Vasili Arkhipov en 1962 salvando al mundo de la aniquilación nuclear al último minuto y la crisis de los misiles en Cuba fueron solo dos muestras de lo cerca que estuvimos de aniquilarnos por la inconciencia, imprudencia e irracionalidad de los lideres mundiales y la pasividad de la sociedad en conjunto.
Hoy, enfrentamos otra amenaza aún más apremiante: el calentamiento global, una crisis existencial que pone en peligro la habitabilidad misma de nuestro planeta, los informes científicos son claros y contundentes: si no actuamos ahora en menos de 5 años estaremos en el punto de no retorno y el futuro será un paisaje desolado de inundaciones, sequías, hambrunas, refugiados climáticos y extinciones masivas, sin embargo, en lugar de unirnos en un esfuerzo global para combatir esta crisis, nos perdemos en debates estériles y complacencia cómoda.
Mientras tanto, la amenaza nuclear se cierne sobre nosotros como una espada de Damocles, los tratados de no proliferación y los esfuerzos de desarme nuclear parecen cada vez más frágiles en un mundo donde el nacionalismo y el populismo ganan terreno, la retórica belicosa de algunos líderes mundiales, junto con los avances tecnológicos en armas nucleares, nos recuerdan que la destrucción total sigue siendo una posibilidad real.
Nos encontramos en un punto crítico de la historia, en donde las decisiones que tomemos hoy tendrán repercusiones que resonarán por la eternidad, la indiferencia ante la amenaza nuclear y la inacción frente al cambio climático son dos caras de la misma moneda: la negación de nuestra responsabilidad como guardianes de este planeta, es hora de despertar del letargo de la complacencia y enfrentar la realidad con valentía y determinación.
En un momento en el que el mundo necesita una unión sin precedentes para enfrentar el cambio climático y ante una humanidad adormecida e indiferente el gasto en armas se dispara a máximos históricos y las amenazas entre países resurgen, esta paradoja revela la perversión de nuestras prioridades y la urgencia de un cambio de paradigma, no podemos permitir que la retórica belicosa y la competencia destructiva nos distraigan de la tarea más importante que enfrentamos como especie: preservar nuestro hogar común y asegurar un futuro habitable para las generaciones venideras, es hora de dejar atrás la guerra fría y abrazar una era de cooperación global, donde la supervivencia de la humanidad prevalezca sobre cualquier diferencia política o ideológica.
